La ruleta imaginaria se detuvo en el casillero del ocho. Pero River había arrancado de cero. No le alcanzaban ni uno, ni dos goles. Tenía que hacer tres para forzar los penales. A los 36 minutos ya había convertido cuatro. Scocco solo metió cinco. Llegó a la media docena cuando faltaba casi un tiempo por jugar. Con el séptimo se floreaba. Hasta que Enzo Pérez corrió imparable de un área a la otra para marcar el octavo. También pudieron ser nueve. El equipo jugó para diez puntos. Esos son los fotogramas de una película futbolera que ni el más optimista de los hinchas hubiera soñado ver. Uno al lado del otro se miraban incrédulos en la platea Belgrano baja. Como si no atinaran a comprender ese estado de éxtasis colectivo. Napoleón –a Gallardo le queda bien el apodo– había vuelto a demostrar su don de estratega. Y sus jugadores a entender en la cancha cómo se debía sacar adelante el partido.
El técnico había confesado después de perder con Wilstermann en Bolivia: “Estoy ante mi mayor desafío”. Le faltó citar a Nietzsche por aquello de “lo que no me mata me fortalece”. Pero fue más simple. Apeló a un recurso bien nuestro. Comenzó la vigilia semanal invitando a sus dirigidos a barajar y dar de nuevo. Organizó un campeonato de truco para distenderlos en la concentración. Los relajó, les quitó presión. Después metió mano en la formación y sorprendió con la línea de tres defensores: Montiel, Maidana-Pinola. Fue pragmático. Y con ese cambio táctico comenzó a ganar el partido antes de jugarlo.
Impresionaba el 3 a 0 que había sacado el rival en Cochabamba. Acaso porque River no había hecho un solo gol de visitante. Y porque si convertía uno Wilstermann en el Monumental daría la sensación de resultado irremontable. Hubiera sido necesario un 5 a 1 para forzar la definición por penales. Se habló de la necesidad de concretar una “hazaña” o un “milagro”. Quedó comprobado que era pura grandilocuencia. El equipo impuso su juego, no se desesperó y amasó una goleada histórica desde el minuto uno. No hacía falta apelar a metáforas climáticas con lo que están sufriendo México y el Caribe. El relator televisivo largó “se viene el huracán River”, cuando lanzaba su enésimo ataque sobre el área del equipo boliviano. Sus cinco del fondo parecían jugadores de metegol. Marcaban en línea y no anticipaban casi nunca.
El dominio fue abrumador porque Ponzio, Rojas, Enzo Pérez y Nacho Fernández levantaron una pared para recuperar la pelota, la distribuyeron con criterio y se asociaron con los de arriba, pero sin arrinconarlos contra el área. River presionó siempre dos contra uno, generó sociedades para desbordar por afuera, las alternó con ataques por el medio, nunca fue previsible ni mecanizado. Le sobró fluidez. Combinó en dosis adecuadas la inspiración individual con jugadas trianguladas. Ante semejante demostración de superioridad –estimulada porque transformó en gol casi todas sus llegadas– poco pudo hacer un rival inferior.
Gallardo dijo que lo había estudiado. Que Atlético Mineiro lo atacó de una manera y sus jugadores lo harían de otra. No congestionó los últimos metros de la cancha. River atacó por momentos en inferioridad numérica. Cuatro contra cinco, cinco contra seis. Pero a diferencia de la ida en Cochabamba, convirtió el 70 u 80 por ciento de las situaciones de gol que creó. El primero y el último fueron de contraataque. Una muestra de los espacios que se fabricó como de lo mal que defendió Wilstermann.
El infrecuente 8 a 0 de la noche en el Monumental se comentó como lo que es: una rareza. En clave retro, los memoriosos recordaban un 9 a 0 contra Universitario de La Paz –otro rival boliviano– en la Copa Libertadores de 1970. También partidos por los campeonatos nacionales de aquella década del 70. Como la máxima goleada de la historia de River (10 a 1 contra Huracán de San Rafael en 1974) o el 8 a 0 ante Independiente de Trelew de 1972. En esa época podía ser más común un resultado tan amplio. Ahora no. Las diferencias se estrecharon. Tampoco es habitual que un jugador marque cinco goles. En River hay que remontarse a 1976. Leopoldo Luque le hizo esa cantidad a San Lorenzo en un clásico que terminó 5 a 1.
Cuando la comparación surge con antecedentes tan lejanos es porque casi no existen referencias cercanas. Apenas el 8 a 0 contra Gimnasia de Jujuy del torneo Clausura 1999. Pasaron dieciocho años. La diferencia con aquellos partidos es que gracias a la goleada del jueves, el equipo de Marcelo Gallardo jugará la semifinal de la Libertadores contra Lanús. Quedó a cuatro partidos de ganar la Copa por cuarta vez. Si lo logra, sería la segunda del técnico en su rica trayectoria. Un hecho que cualquiera sea el desenlace, jamás opacará la histórica remontada. Señal de que este River suma carácter, juego y un guía que sabe indicarle cuál es el camino del éxito. No importa la cantidad de obstáculos que tenga por delante.