Desde Londres
A seis meses de activar el primer paso del Brexit y luego de tres rondas de negociaciones con la Unión Europea (UE) que no fueron ni para atrás ni para adelante, la primer ministro Theresa May procuró relanzar las conversaciones con un discurso en Florencia que evite un rotundo no del Consejo Europeo en menos de cuatro semanas.
En un tono más conciliador al habitual, bajo una fuerte presión de los grupos económicos y una feroz interna partidaria entre pro y anti brexit, May propuso abrir un período de transición de dos años posterior a la conclusión de las negociaciones en marzo de 2019. En este período –gran concesión a los “soft Brexit”– el Reino Unido seguiría siendo parte del mercado unificado europeo y la Unión Aduanera, contribuiría al presupuesto europeo (unos 20 mil millones de euros) y mantendría las puertas abiertas a la inmigración europea.
Esta transición es fundamental para que las empresas británicas se adapten al cambio de reglas de juego mientras las dos partes negocian el acuerdo definitivo que tendrán a partir de que los británicos abandonen por completo la UE. ¿Qué acuerdo buscan los británicos? May pidió una solución “imaginativa” diferente al acuerdo de la UE en el Area Económica Europea o al tratado de libre comercio de Canadá. “Ninguno de estos dos modelos se adaptan a nuestras necesidades”, dijo ayer en Florencia.
En el Area Económica Europea los países tienen acceso al mercado unificado y libertad de movimiento para las personas, contribuyen al presupuesto europeo, pero no tienen ni voz ni voto en sus decisiones: la ventaja es que tienen excepciones para la integración en algunas áreas económicas (agricultura o pesca, por ejemplo). El acuerdo al estilo de Canadá es mucho más libre, pero al mismo tiempo ofrece mucho menos acceso al mercado europeo.
La solución “imaginativa” que anhela May busca retener el máximo acceso al mercado unificado, pero sin arancel común aduanero, de manera que el Reino Unido sea libre de buscar acuerdos de libre comercio con quien quiera (algo que los 27 miembros de la UE no pueden hacer) y, desde ya, sin libre circulación de las personas.
El principal negociador de la UE Michel Barnier ha dicho en varias oportunidades que ese tipo de acuerdo es imposible. Ayer no cambió de discurso. “El tiempo apremia. Tenemos que llegar a un acuerdo en el otoño de 2018 sobre las bases de una retirada ordenada del Reino Unido que el 30 de marzo de 2019 será un país aparte. Es importante ver qué significa en concreto este discurso. Y hay que definir primero los tres temas clave que hemos estado negociando hasta ahora”, dijo Barnier.
En junio el Reino Unido y la UE acordaron que antes de avanzar en una negociación global tenían que lograr avances “sustanciales” sobre la deuda británica con el bloque, la frontera con Irlanda y los derechos de ciudadanos europeos y británicos. Ayer May avanzó un tanto con los derechos de los europeos en el Reino Unido al señalar que “serán incorporados en la legislación británica” y que los tribunales “tomarán en cuenta los dictámenes de la Corte Europea de Justicia (ECJ)”, concesión esta última considerable para un país que había hecho un caballo de batalla de la plena recuperación de la soberanía judicial.
En cuanto a la deuda británica y la frontera con Irlanda hubo un silencio total. La UE exige que el Reino Unido honre los compromisos adoptados por el predecesor de May, David Cameron, sobre una serie de programas de inversión en infraestructura entre 2019 y 2025, a lo que se suman diversos compromisos financieros como las jubilaciones de funcionarios y euro diputados británicos. Los entre 60 y 80 mil millones de euros que estaría exigiendo la UE resultan inaceptables para los partidarios del “Hard Brexit” en el gabinete de May. Más de un eurófobo se niega a poner un centavo sobre la mesa. Cualquier propuesta amenaza con provocar un cisma irreversible en el partido Conservador.
Con Irlanda la situación es igualmente complicada. En la actualidad no hay frontera con Irlanda del Norte, provincia del Reino Unido. Unas 30 mil personas cruzan diariamente una frontera invisible como si estuvieran en el mismo país. La República es el principal mercado de las exportaciones de Irlanda del Norte, solo superado por el comercio interior que la provincia tiene con el resto del Reino Unido (Inglaterra, Escocia y Gales). Esta situación contribuyó decisivamente al acuerdo de paz de 1998 en Irlanda del Norte luego de 30 años de enfrentamientos con casi tres mil muertos: el antagonismo nacionalista no tenía mucho sentido cuando no había fronteras que los dividieran.
¿Qué pasaría con el Brexit? Conscientes del impacto que podría tener en Irlanda del Norte, los británicos no quieren una frontera con puestos de Aduana que subraye una historia turbulenta, complique el comercio y cree fricciones en el movimiento de las personas. Pero por el momento solo propusieron una solución tan fantasiosa –un sistema electrónico que registrara la importación y exportación de bienes– que tuvieron que confesar rápidamente que no era más que una idea. La “idea” exasperó al gobierno de la República que dijo públicamente que resultaba increíble “la falta de coordinación y la inconsistencia” diplomática británica.
El lunes comienza la cuarta ronda de negociación entre ambas partes. El 18 de octubre Barnier tendrá que decirle al Consejo Europeo –los jefes de gobierno de la UE– si ha habido avances “sustanciales” en estos temas para proseguir la negociación en busca de un acuerdo en todos los otros temas (finanzas, comercio, migración, etc). Ayer Barnier fue diplomático al elogiar el “espíritu constructivo” de May, pero firme al asegurar que el Reino Unido debería traducir estas palabras en propuestas concretas a partir de la cuarta ronda de negociaciones que comienza este lunes.
El problema es que el discurso de Florencia de la primer ministro tenía varias audiencias y fechas en mente. La cuarta ronda de negociaciones y la cumbre europea del 18 de octubre determinaron el tono más conciliador y las concesiones. La conferencia anual del Partido Conservador que comienza el 1 de octubre y que promete un conato de guerra intestina, llevaron a que apenas abordara los tres temas que la UE exige tratar para seguir negociando.
En un intento de mostrar un frente unido ante la UE, se sentaron juntos en la primera fila frente al atril el canciller, Hard Brexit, Boris Johnson, el ministro de finanzas, soft Brexit, Phillip Hammond y el ministro del Brexit, David Davis, que empezó Hard y ahora trata de navegar la corriente porque, en definitiva, unos y otros, son conscientes que cualquier resbalón de May les puede abrir la puerta a 10 Downing Street. El espectro de uno de los más ilustres florentinos de la historia, Maquiavelo, estaba más presente que nunca en las caras flemáticas y las ponderadas declaraciones de apoyo a la primer ministra que dieron unos y otros.