Hace ya bastante tiempo que el Nano Serrat cantó al poeta Mario Benedetti, diciéndonos que: “el Sur también existe”. Y vaya que en los últimos años los marplatenses nos hemos dado cuenta. Porque quién no tiene un amigo o un pariente que no se haya radicado por esa zona. En mi caso, compartí varios encuentros con distintos vecinos del sur, yendo por la ruta 11, camino a Miramar. Allí se encuentran afectos que vienen desde antes de que se mudaran a los barrios que más han crecido en las últimas dos décadas. Más allá del Faro, bien pegaditos a la costa van conformando de a poco una misma unidad superando la lógica de barrios separados que los identificó hasta hace muy poco. Son treinta kilómetros por la Interbalnearia, hasta llegar a los confines de Gral. Pueyrredon. Entre ellos, San Jacinto, San Patricio, San Eduardo, y los más lejanos, Playa Los Lobos, Chapadmalal y el Marquesado.

Me siento a charlar con Cecilia Zampini, docente en artes plásticas quien se desempeña en un programa de cultura y educación de la Provincia de Buenos Aires tratando de revincular adolescentes al sistema educativo. Quien además fue presidenta de la Sociedad de Fomento del barrio más poblado de la zona, Los Acantilados, hasta 2019. “Hace unos treinta años que llegué a Mar del Plata y casi veinte que me mudé al sur. Cuando yo era chica mi viejo nos subía a la casa rodante y nos veníamos para acá durante una semana, cerca de Chapadmalal, o donde fuera. Campo y médanos, una combinación maravillosa. De ahí, siempre me picó el bichito de venirme. Además, era imposible conseguir un terreno económicamente accesible en plena ciudad, y ponerse a construir después. Cuando llegamos éramos solo setenta y seis familias permanentes, hoy son incontables, ya casi no queda ni un terreno libre”.

“Acá estamos lejos de Mar del Plata, y muy cerca del mar. Esa es nuestra identidad. Vecinos que se conocen, que participan de la cosa pública, porque por acá la Municipalidad casi ni aparece. Cuando llega alguien nuevo, lo primero que hace es ir a la Sociedad de Fomento, acá todos nos ayudamos, incluso autoconstruimos solidariamente. Somos una mezcla interesante. El poblamiento se masificó con el programa ProCreAr, llegó una clase media con trabajo registrado, por lo general muy jóvenes. A partir de 2009, todos se pusieron a construir pequeñas casas familiares a un ritmo muy acelerado para que el crédito rindiera. No nos gustan los edificios, somos criollos de pata al suelo, ¿viste? Y en pocos años, el barrio se transformó radicalmente. Fue como una explosión demográfica. Y como creció tanto tan rápido, los pocos servicios que había no dieron y siguen sin dar abasto. Por ejemplo, la escuela primaria provincial, en diez años la agrandaron dos veces, pero ya está colapsada de nuevo, porque la matrícula sigue creciendo”.

Si hay algo característico de la costa bonaerense es que la vida es bien distinta según las épocas del año, la llegada del turismo cambia todo. Y en el sur eso también se siente. Cecilia nos detalla: “Si bien las tres cuartas partes de las casas están habitadas todo el año, somos una 'villa turística'. No hay quien no alquile una cabaña, un departamentito o su propia vivienda durante el verano. Porque se llena de turistas que vienen a surfear, o a disfrutar de un lugar lleno de verde, donde se mezcla lo rural con lo natural. Los Acantilados es una reserva forestal, y principalmente es un lugar hermoso para vivir”.

Otra característica del sur es que son una comunidad muy movilizada. “Para mantener el entorno paisajístico natural nos involucramos en la defensa de los pocos médanos que aún quedan, nos organizamos y la luchamos mucho. Alrededor de 2010 resistimos los avances privatizadores porque querían construir complejos de cabañas frente al mar, cerrando los accesos a la playa pública. Luego, disputamos con la familia Peralta Ramos que se había apropiado de una zona que no les correspondía, querían alambrar todo, logramos que se demoliera un balneario que habían construido ilegalmente. Lo que pasaba era que se habían recuperado las playas gracias al refulado que trajo arena de otra zona y a los farallones de piedras que aminoraron el impacto del mar, todo gracias al Presidente Kirchner y al Gobernador Scioli. Y estas playas se volvieron apetecibles por los metros ganados al océano. Aún hay juicios pendientes dando vueltas. El último embate fue del reelecto intendente Montenegro, que hizo un pliego de concesiones para todos los balnearios equiparando las playas del centro con nuestra zona, que obviamente tiene características muy diferentes. Eso también logramos pararlo. Siempre uniendo a los vecinos del sur, y convocando a todos los marplatenses”.

“No hay acompañamiento municipal y no creemos que esto cambie. Faltan calles y las que están se vuelven un lodazal con dos gotas de lluvia, faltan muchísimas luminarias, no tenemos agua de red ni cloacas. Solo gas en alguna zona porque el Intendente Pulti arrimó algo, pero no llegó a entrar a los barrios. En los últimos ocho años, no se hizo casi nada. Cuando llueve, esto es Venecia, no hay desagües, no hay obra hidráulica planificada y eso que la zona sigue creciendo. La parte educativa provincial es quien más ha dado respuestas, pero nos siguen faltando más escuelas. También llegaron tres ambulancias desde La Plata, pero si no se fortalecen las salitas municipales de salud con eso solo no alcanza. Se conformó una red de organizaciones vecinales y comunitarias de todos los barrios del sur, pero todavía no hemos podido recuperar el músculo previo a la pandemia. Seguimos anestesiados, dormidos, el reclamo no se activa todavía, pero supongo que esto les está pasando un poco a todos, ¿no?”

Mar del Plata en febrero cumplirá ciento cincuenta años y en estas semanas se prepara para una nueva temporada donde intentará una vez más mostrarse mejor de lo que verdaderamente está. Le pregunto cómo ve a la ciudad: “No sé qué decirte. Amo a Mar del Plata, voy todos los días a trabajar a la ciudad. No quisiera que nadie se enoje por esto; pero, la verdad, es que los del sur no nos sentimos marplatenses. Al menos, no como los que viven en plena urbe. Nosotros somos de otra localidad, al sur de Gral. Pueyrredon. Somos algo distinto”.

Buscando un lugarcito bajo el sol, los vecinos del sur van construyendo su terruño, en definitiva, su modo de estar en el mundo. En los confines, en los bordes. En un acantilado que no es una orilla, sino un borde abrupto entre la tierra y el mar. En ese marco se van expresando las identidades singulares y también la identidad colectiva. Y en el devenir, ellos nos muestran no solo que el sur también existe, sino que puede haber una forma de vivir más integrada al entorno ambiental y a lo comunitario, tirando más hacia lo horizontal que a lo vertical. Más tierra y menos altura, para no marearse.