Un gobierno ahuecado, paralizado en internas. Pandemia, guerra y sequía. La inflación como dato cotidiano. La deuda, como espada de Damocles, tensando la economía argentina. Mientras la ultraderecha afilando sus armas. Lo impensable, el triunfo en las distintas secuencias, de la opción más reaccionaria. Juntó el entusiasmo de la motosierra y la denuncia de la casta, con la reposición de lo más rancio de la casta. Ganaron. Afirman que llevarán adelante su programa y sus promesas: desguace del Estado, renuncia a la moneda soberana, privatización de todas las riquezas públicas, liberalización entera del mercado, represión social y política.
¿Qué hacer frente a eso? Recuperar esa energía que mal se llamó micromilitante y que consistió en el entusiasmado arrojo colectivo para imaginar modos de interpelar a la ciudadanía. Recuperar esa energía en la derrota, porque esa invención será fundamental para tejer resistencias inteligentes, lúcidas, que no impliquen la exposición de quienes resistimos a una mortífera crueldad. Apostar y sostener los colectivos existentes, fortalecer la defensa de los derechos humanos, agitar los núcleos vivos de una sociedad civil que sabe mucho, muchísimo, de ejercer ciudadanía.
También es necesario pensar, a fondo, las razones de la derrota, pero hacerlo con el cuidado necesario para no agregar daño al daño y que la crítica sea uno de los modos en que tejemos la unidad popular. Es decir, no el atajo de la culpabilización rápida, sino el pensar tantas veces postergado en nombre de obediencias o silencios tácticos. Pensar la derrota es comprender, también, nuevas subjetividades antipolíticas, trabajadorxs que no se reconocen en el sistema de derechos largamente amasado, creencias y afectos que nacen y crecen en las redes virtuales. Pensar es, seguro, encontrar las instancias colectivas para hacerlo. Aunque sea, una manta en algún rincón sombreado, en el que vayamos desmenuzando lo que pasó, lo que nos pasó, lo que nos pasa. La política es esa recreación de los núcleos conversacionales, capaces de resurgir en el páramo de un aislamiento mercantil y tecnológico, sacudido por oleadas de furia y atenazado por demasiadas desazones.
¿Podrá surgir una nueva política, otros acordes para nuestras canciones, de esta derrota? ¿Seremos capaces de crear una nueva mayoría, que herede y a la vez se emancipe de las divisiones que organizaron hasta hace unos meses la escena política argentina? ¿Será posible tramar eso en el contexto de una ofensiva gubernamental de ultraderecha? ¿De dónde vendrán las fuerzas, los entusiasmos, la pulsión colectiva, el deseo, que tan machucados quedaron después de la pandemia y que ahora parecen correr presurosos a abandonarnos? La palabra que surge inmediatamente es resistencia, pero ella no puede eximirse de ser sopesada, ver qué quiere decir hoy, qué significado presente le podemos dar. Sin automatismos, sin certidumbres preexistentes -todas, al día de ayer, debemos declararlas en suspenso-, con apesadumbrada lucidez, con tenacidad.