En la reciente visita de Benjamín Netanyahu a la Argentina, Macri no ahorró elogios para la política económica que el actual premier israelí lleva adelante desde que entró en funciones como ministro de Economía, en 2003. Ante sus aclamaciones, Netanyahu destacó los esfuerzos de Macri por “modernizar la economía”, añadiendo que “la gente entiende las dificultades, pero sabe que se necesita de la liberalización de le economía para el progreso”.
De hecho, desde el gobierno citan permanentemente como ejemplo el caso israelí, que a través de medidas de corte ortodoxo combinadas con una fuerte inversión en educación, ciencia y tecnología, tal como lo describe el libro Start Up Nation, pudo pasar de inflaciones superiores al 400 por anual en la década del ‘80 o ratios de deuda mayores al 90 por ciento del PIB en la década del ‘90, a subas de precios de 2 por ciento anual o 64 por ciento de ratio de deuda en la actualidad.
Sin embargo, la búsqueda del gobierno por emular el modelo israelí parece limitarse solo a la macroeconomía, pues si bien en su diálogo con Netanyahu Macri ponderó también el apoyo a los emprendedores en ciencia y tecnología, pocas horas después el Ministerio de Ciencia Tecnología local, creado por el anterior gobierno, era tomado por cientos de investigadores que denunciaban los fuertes recortes no solo en dicho ministerio sino en la educación en general, por parte de un gobierno que en campaña había criticado la apertura de nuevas universidades llevada a adelante por el kirchnerismo. No es casualidad, en este sentido, que según un estudio elaborado por el Observatorio de Políticas Públicas de la Universidad de Avellaneda, durante el primer año de la alianza Cambiemos, 18 provincias de 23 registraron bajas en las exportaciones de Manufacturas de Origen Industrial, mientras que en 15 de ellas aumentaron las remesas por Manufacturas de Origen Agropecuario y de Productos Primarios, concluyendo que “este cambio en la composición, está íntimamente ligado a la modificación en el modelo económico”. La inversión extranjera directa, que en Israel sube a pasos agigantados por su desarrollo en ciencia y tecnología, haya caído en aquel 2016 al 50 por ciento respecto al año anterior, según la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (Unctad) con ingresos por 6000 millones de dólares, la mitad de lo recepcionado en el último año del anterior gobierno.
Aldo Ferrer había planteado que para la visión neoliberal, nuestro país no era más que “un segmento del mercado mundial, que debe organizarse conforme con las señales del orden internacional”. Así “su estructura productiva y su inserción en la división internacional del trabajo estaban determinadas por sus ventajas competitivas estáticas, fundadas en la abundancia de sus recursos naturales”, relegando a un segundo plano su industria y participación en la revolución científica y tecnológica”.
Si , no es así en las políticas neoliberales de reducción del gasto público combinado con desgravaciones impositivas a los sectores del capital concentrado, pese a lo cual los resultados también han sido decepcionantes, pues según el Indec, luego de duplicar la inflación de 2015, este año recién se logrará igualar la de aquel año, por cierto muy alta. Y de acuerdo al FMI, el déficit fiscal aumentó de 2,3 por ciento en 2015 a 5,3 por ciento durante la gestión de la alianza Cambiemos, mientras que según la Fundación Abdala la deuda pública subió al 40 por ciento del PIB, es decir más de 14 puntos porcentuales en relación a 2015.
El economista argentino–israelí y miembro del parlamento israelí por la alianza opositora de centro–izquierda Campo Sionista, Manuel Trajtenberg, planteó de todas formas que los sólidos números que sí pudo lograr la macroeconomía israelí, conviven con “una pobreza y desigualdad altísimas”, ya que en Israel, al igual que en otros países, “la buena perfomance de la macro cobró un precio muy alto en la disfunción del gobierno en el campo social, ya que los gobiernos han ido achicado impuestos y bajaron sus presupuestos, con lo que el peso de los gastos de educación y salud recaen cada vez más sobre las familias, porque el Estado provee menos en proporción”.
De hecho, en 2011, por primera vez desde su fundación como Estado en 1948, Israel sufrió masivas movilizaciones por una temática no vinculada al conflicto territorial, sino al descontento económico de su población, a las cuales Netanyahu calificó en un primer momento de “populistas”, “izquierdistas” y “anarquistas”, aunque, ante su irrefrenable crecimiento, designó una comisión de consulta de economistas independientes liderada por el propio Trajtenberg.
El prestigioso escritor israelí Amos Oz escribía en el diario Haaretz que Israel “en sus mejores días era más equitativo que la mayoría de los Estados del mundo, donde la pobreza no era aguda ni la riqueza, ostentosa”, pero que “en los últimos treinta años, los gobiernos de los grandes capitales estimularon y enardecieron las leyes de la jungla económica”, destinando los recursos producidos por “la clase media y pobre israelí” a los asentamientos, el sector religioso, y el “ferviente apoyo que el gobierno de Netanyahu y sus antecesores brindó para el irrefrenable enriquecimiento de diversos magnates y sus amigotes”. También el reconocido columnista del mismo periódico Ari Shavit señalaba que “la ilusión de que el mercado es un sustituto bastante bueno del Estado dejó a los israelíes sin un Estado que pueda representarlos, atenderlos y que promueva el bien común. No existía ningún gobierno que frenara a las fuerzas del mercado. No había ningún cuerpo político que contuviera a los colonos y a los ricos rapaces, que representara a la mayoría israelí y defendiera a la trabajadora y constructiva clase media. Los veinte poderosos grupos comerciales que gobiernan la economía israelí también gobernaban los medios de comunicación y el discurso público. Pero en años recientes, una conciencia crítica ha comenzado a bullir bajo la superficie de la vida política israelí”.