El área económica del gobierno se muestra exultante porque en el segundo trimestre la economía consolidó algunas variables positivas. En particular en el principal componente del lado de la demanda del PIB, el consumo, público (+2,9 por ciento interanual) y privado (+3,8), pero también en la inversión (+7,7). El crecimiento del PIB en el segundo trimestre fue del 1,6 por ciento interanual. No es para saltar en una pata ni festejar con globos, pero en 2017 la economía dejó de caer en dos de los principales agregados. La explicación principal puede buscarse en la entrada en vigencia de los nuevos acuerdos salariales y en el impulso a la obra pública, que tiene efectos en el empleo, y por lo tanto retroalimenta el consumo, y en las ramas industriales vinculadas. Lo que sucede con el consumo es extraño, caen las ventas de Centros de Compra y Supermercados, pero mejora la recaudación de IVA, es evidente que se están produciendo transformaciones allí, a las que se suma el aumento del financiamiento.

Sobre esta base las consultoras de la city más entusiastas ya hablan de “consolidación de la recuperación” (Ecolatina), aunque en rigor se trate de una “estabilización de la fase recesiva” (Analogías). Las voces críticas prefieren enfatizar la comparación contra 2015 y no 2016. Pero el dato duro es que en 2017 consumo e inversión, al margen de lo que tengan adentro, tiraron del carro, como dicho sea de paso predice la teoría. Si esto es un fenómeno electoral o coyuntural se sabrá relativamente pronto. Para empezar, los aumentos de tarifas post eleccionarios impactarán en precios y demanda, pero el gobierno ya conoce el secreto de no dejar deprimir la demanda agregada, no es políticamente torpe y sabe regular su velocidad de avance. La única excepción fue cuando apenas asumió y había que apurar el “trabajo sucio” (Prat-Gay dixit), pero en general sólo acelera cuando tiene el camino despejado.

Los números menos luminosos, en tanto, son los que provienen de las cuentas externas. Las exportaciones se desplomaron. En el segundo trimestre cayeron el 7,1 por ciento desestacionalizado luego de haber crecido el 3,0 en el primero, mientras que las importaciones volaron el 9,1 por ciento, siempre en el segundo trimestre, con un impresionante crecimiento anualizado del 18 por ciento. Para los primeros siete meses del año el déficit comercial ya sumó 3400 millones de dólares. Bien mirado, es apenas una buena emisión de bonos del Ministerio de Deuda a cargo directo de los operadores de los principales bancos internacionales, quienes además tienen representación en el BCRA y, por si faltase alguna pata, también en la UIF, un verdadero dream team. El resultado provisorio de tantas buenas combinaciones fue que entre diciembre de 2015 y junio de 2017 se realizaron emisiones de deuda brutas por 100.307 millones de dólares. Según reconoció el ministro a cargo, los pasivos soberanos en divisas ya superaron los 300 mil millones de dólares contra un PIB que ronda los 550.000 según el Banco Mundial, es decir cerca del 55 por ciento del Producto. Debe tenerse en cuenta, sin embargo, que la tasa promedio de la deuda local está muy por encima de la de los países centrales, por lo que la carga anual de los servicios resultante, el dato que verdaderamente importa, no es comparable sobre la base de esta ratio. Por esta razón los servicios de la deuda insumirán al menos el 10 por ciento de los recursos presupuestarios de 2017 y el 14 de los de 2018. Vale recordar que dos tercios de los pagos de servicios de deuda realizados durante este año correspondieron a deuda nueva de corto plazo colocada durante la gestión de la Alianza Cambiemos. No parece que el problema sea sólo de largo plazo. 

A modo de síntesis, se exporta menos, se importa muchísimo más y se toma deuda a raudales. A ello se agrega la ya tradicional “formación de activos externos” o fuga, que en los primeros siete meses, según distintas consultoras, ya habría superado los 10.000 millones de dólares, más que en los doce meses de 2016. ¿Cuánto tiempo puede durar semejante esquema? ¿De dónde saldrán los dólares para el repago de los pasivos? ¿Cómo se reconfigura la estructura productiva a partir de estos datos? ¿La única pregunta importante es “hasta cuándo puede durar”?

Lo expuesto son los principales agregados de las cuentas nacionales. Se puede elegir mirar el componente electoral de haber “impulsado el consumo en año impar” y festejar, en particular si el resultado de octubre es favorable, o se pueden mirar las cuentas externas y preocuparse por sus efectos en el futuro mediato. Por ahora cuestiones como el aumento del desempleo, la caída tendencial de la tasa de actividad o la destrucción de algunos entramados industriales parece cosa de diletantes.

Luego, el stand by electoral de los indicadores macroeconómicos convive con un cambio político más profundo del oficialismo: el avance hacia una fase proto-represiva. El neoliberalismo nunca viene solo, no es solamente una ideología económica. Algunas muestras reseñadas por Nicolás Tereschuck en el blog Artepolítica son: la manipulación de la investigación judicial de una desaparición forzada y su posible encubrimiento, la infiltración de protestas con servicios de inteligencia, su represión usando policías de civil, la “cacería” de transeúntes en el centro porteño para inventar culpables y abusos policiales para sostener montajes político–comunicacionales. A lo dicho en Artepolítica se agrega la persecución judicial y de los servicios de inteligencia a opositores, la represión de la protesta social, el ahogo financiero, la persecución y el desplazamiento del periodismo crítico, el encarcelamiento de tuiteros amenazantes o “wasaperos” celosos, la existencia de presos políticos según los estándares de la ONU y la creación de enemigos internos en defensa de los intereses de un puñado de terratenientes extranjeros.