Texto de y
fotos de María Clara Martínez
Son las 19.00 y la bocina suena en punto. En la propia estación del Mitre parece que uno ya hubiese llegado a destino: todos los empleados son cordobeses y les sobra buena onda. Quizá sea un aliciente, una invitación a sentirse ya en la gran provincia turística, más si se tienen en cuenta las 20 horas que esperan por delante. La experiencia, sin embargo, es fabulosa. Obliga, sin alternativa, a bajar un cambio, igualando de algún modo la posibilidad real del movimiento humano. Ya lo decía el poeta Juan Ramón Jiménez: “En avión el cuerpo llega muy rápido, pero el alma se demora como tres días más”. No es la opción, claro, para quienes viajan por un trámite o cuentan con solo un par de días de paseo. Pero sí lo es para quienes gustan, pese al tiempo que demora, del viaje en tren. Y vaya si hay razones: los coches están nuevos y el personal insiste mucho en su cuidado. Si bien los asientos no se reclinan demasiado, los de categoría primera se equiparan a un colectivo semicama, los de pullman a las prestaciones del cama, y el vagón final cuenta con 12 camarotes para dos personas, con cama y una mesa de trabajo. Toda la formación está impecable, y tanto los baños como los lavatorios externos son repasados y recargados de papel, jabón y toallas cada dos horas. Allí mismo hay agua caliente y fría en dispensers, y cargadores para teléfonos móviles o cámaras de fotos. Sobra espacio para caminar en pasillos, apoyarse en la ventana y disfrutar del paisaje. Y qué decir del salón comedor ubicado en el centro de la formación, que recibe con diez mesas para cuatro personas con dos menús que incluyen bebidas y un buen café expreso.
ROSARIO SIEMPRE CERCA Desde la ventana, apenas el tren abandona la estación, se plantea la primera contradicción de este viaje. En el andén de enfrente algunos corren para alcanzar la formación que sale a zona norte tras una jornada laboral intensa. Hay caras de agobio en los muchos que se lo pierden, y algunos gestos de fastidio. Adentro de este el clima es otro, habita cierto aire de paseo. Este tren es además muy cómodo y moderno, cuenta con controles digitales para el personal, sistema de calefacción central y tomas de electricidad. Apenas nos acomodamos en la butaca pullman, el anuncio por altoparlantes da la bienvenida y anuncia los tiempos estimados, las prestaciones y servicios disponibles, y el menú (con reserva) que esperará calentito en el salón comedor. De a poco, la gente va abriendo las cortinas, sacando el mate, el diario y las cartas. Se arma una atmósfera ciertamente comunitaria, siempre con lugar para quienes prefieren la soledad y el silencio. Como en los campings, comienza el reconocimiento cuando uno se sabe vecino por un tiempo, y suelen resultar interesantes charlas. De a poco el paisaje va dejando atrás el cemento, los autos y lugares conocidos. Al rato la oscuridad gana el campo a la altura de Pilar, y llegando a San Nicolás el comedor está listo con la noche campera plena en las afueras. Hoy sirven carne mechada con papas y capeletis de verdura, hay sándwiches, aguas saborizadas y gaseosas. A ambos lados los ventanales permiten ver algunas lucecitas mientras se cena, pero la cosa no da para largo y poco a poco la gente se retira a descansar. Hacemos lo propio y nos vamos a leer, pero antes de que nos venza el sueño traemos hasta nuestros asientos dos cafés expresos para tratar de aguantar la llegada a la primera parada en Rosario, cerca de las dos de la mañana. Una tarea nada sencilla, y finalmente inútil.
DILEMAS El día dos inicia con los primeros rayos del sol sobre el campo cordobés de General Roca. Atrás queda Cañada de Gómez, la segunda parada que también nos perdimos gracias al buen descanso. “Sí, te entiendo… es lo que nos señalan muchos pasajeros junto a la poca frecuencia. Una lástima porque es fuerte la cultura ferroviaria en nuestro país, y mucha gente es amante de los trenes”, me dice uno de los empleados mientras compartimos mate con peperina. Prefiere no dar el nombre porque parece que la cosa está brava aquí también con el tema de los despidos. “Aunque el sueldo no es ohh, se están sosteniendo las fuentes de trabajo del personal, pero la coyuntura limita nuestro poder de queja. Este debería ser un medio de transporte público de calidad, y bueno en horario como lo es en servicio de a bordo”, señala. Habla de una aparente animosidad en la lentitud, ya que en 2005 –cuando Ferrocentral relanzó el trayecto Retiro-Rosario-Cañada de Gómez-Villa María-Córdoba (luego estatizado en 2014 por Sofse)– su duración era de 14 horas. “Muy competitivo. Vos fijate una pareja como ustedes, con una beba que no puede ir en un auto o colectivo sino atada al huevito; o una familia con muchos integrantes; o personas obesas y ancianas a las que el poco espacio le genera calambres. Tanto por seguridad, precios populares y espacio, el tren ofrecía una alternativa ideal en comparación con el ómnibus e incluso con el avión”, argumenta. Lo de la seguridad no hace falta explicarlo mucho. Cada día son más los accidentes en las rutas, pese a la autovía. En cuanto a las tarifas, la diferencia es sustancial. Y también es simple comprender el espacio a disposición respecto a otros medios de transporte. Lo que no está tan claro es la tardanza. Para muchos, entre el lobby con el gremio de camioneros y la concesión de las vías a la Aceitera General Deheza se explica el deterioro. El primero habría retrasado y socavado la potencialidad del tren; el segundo es más intrincado y tiene que ver con la necesidad de un servicio público (este tren) como condición para cerrar la concesión Estado-privados, aunque no advierte el mantenimiento del ramal ni la prioridad o frecuencia con que funcione el servicio de pasajeros.
REGRESO EN CAMAROTE Pese al caos de tránsito cordobés que despiertan las obras por el cierre del anillo de la circunvalación, el nudo conocido como “tropezón” y los cambios de manos, a la ciudad le sienta bien el frío. El nuevo Parque del Kempes y sus más de 40 hectáreas sobre el río Suquía, y clásicos del casco histórico como la Compañía de Jesús, las panorámicas del hotel Windsor, la plaza del Bicentenario y el paseo de las artes son atractivos imperdibles para un invierno un poco más cálido. El regreso, planificado en camarote, permite viajar todavía más cómodo y disfrutar del regreso con más intimidad. El horario de partida a las 13.00, además, ofrece casi la totalidad rural de la provincia con luz, y permite llenar de imágenes esos carteles que la velocidad del auto no llega a representar. Si bien ha sido un gran avance en términos de conectividad, la autovía Buenos Aires-Rosario-Córdoba ha invisibilizado esos pueblos a los que el propio tren dio vida años atrás. En casi todo ellos las estaciones fueron remodeladas e incluso reutilizadas por su ubicación estratégica junto a plazas y parques públicos. Calles de ripio y tierra se alejan de la urbe más concentrada y hacia los extremos no faltan chacras con alguna tranquera, almacenes de ramos generales con ladrillo a la vista y silos que dominan el paisaje junto a camiones con tolvas para cargar cereales. No es de extrañar que el paso lento de la formación por pequeñas localidades encuentre algún niño en bici saludando desde el andén, parejas que matean y otros vecinos en la puerta de su hogar observando el paso cansino del tren. El camarote cuenta con dos camas tipo cuchetas, un pasillo de un metro de ancho y sobre el final una mesita junto a la ventana, con conexión eléctrica debajo. El servicio contempla sábanas, frazadas, almohadas y toallas de mano. El pasaje viene con un desayuno o merienda incluida, que puede tomarse en el comedor o llevar a la habitación. Un lujo posible para concluir el paseo y regresar realmente descansados, aunque con el extraño sinsabor de saber que está casi todo dado para mejorar un servicio que va en retroceso.