Dicen que de tanto color se llega a sentir música. Dicen que es un arco iris sobre la tierra y dicen que la alegría y la paz de contemplar un campo de flores renueva el alma. Por eso, cada octubre, la chacra de tulipanes Plantas del Sur, de Juan Carlos Ledesma –a 12 kilómetros de Trevelin, cerca de la cordillera chubutense– es el lugar donde la gente se reencuentra con su espíritu.
Son veintisiete variedades de colores que forman hileras de hasta 400 metros extendiéndose hacia el horizonte. Negros, violetas, rosados, blancos, rojos, amarillos, lilas, jaspeados, dobles, simples: los hay de todas las formas y tonalidades. Son las flores de tulipán que se producen para comercializar los bulbos en esta chacra que, además, está cerquita del área natural Cascadas de Nant y Fall.
SOLO EN OCTUBRE Mate, caminata o simplemente mirar son parte del abanico naïf que ofrece el campo de tulipanes y parece mentira que solamente sea un mes, octubre, el momento especial para su contemplación. Este año además viene con una novedad: desde el centro de Trevelin se organizan salidas nocturnas, porque tanto para quienes viven aquí como para los visitantes el cielo diáfano y despejado, las estrellas y la cordillera nevada de noche conforman un ambiente tan especial como único y una invitación que subyuga a fotógrafos de todas partes. Y ahora, agendado.
Juan Carlos, que empezó con este métier en 1996, cada octubre siente en las primeras flores la misma alegría que percibe la gente que lo visita. Es un arco iris que se destaca del horizonte con las montañas nevadas, que “aquí tienen ese color azulado con los picos nevados, el cielo turquesa. Te lo describo así porque es lo que veo en este momento”, le dice a TurismoI12 mientras le cuenta su sensación por teléfono.
La maravilla del paisaje florido es tal que al director de Turismo de Trevelin, Victor Yáñez, no le alcanzan las palabras, el tiempo, los brazos y los mensajes para decirle al mundo entero que se acerque porque el espectáculo floral dura un mes (aunque después durante noviembre se viene la floración de la peonías en un campo pequeño del INTA que se cubre con sus flores hasta la primera semana de diciembre). Pero no puede más. Quiere que todos vengan a descansar y solo vean belleza. Claro.
De las veintisiete variedades de tulipanes, Juan Carlos distingue unas enormes, de color amarillo, tan grande la flor como la de una rosa, que tienen perfume: “Son la variedad Montecarlo”, acota. Cuando uno camina por entre las hileras de tulipanes puede sentir el aroma a medida que se acerca a ese color. Por el contrario, las más pequeña es la Angélique, de color rosa suave con vetas blancas, y de doble pétalo. Es muy delicada, de allí su nombre.
Sin embargo, de todos estos colores imaginables son los tulipanes negros y los violetas los que atrapan los suspiros de los visitantes. Será por lo exótico, lo raro, lo distinto.
TAMBIÉN TODO EL AÑO Son cuatro integrantes de la familia Ledesma los que se dedican a la producción de bulbos, para lo cual es especial el clima templado de la región. Pero además fue necesario trabajar para que las dimensiones de los bulbos sean las que pide el mercado. Y eso supera en mucho al mes de octubre: el trabajo en el campo es todo el año, por la preparación de la tierra, porque se planta en mayo y abril y luego de la floración, cuando se cortan las “copitas” solamente y a fin del verano se cosechan los bulbos, que es la producción a la que se dedica la finca.
“Ahora tenemos una máquina que es como una cortadora de césped pero gigante, que corta las tulipas, los pétalos. Antes lo hacíamos a mano”, revela a TurismoI12 Juan Carlos y claro, hay diferencia teniendo en cuenta que producen 3,5 millones de bulbos, y lo mismo significa en flores.
Entonces quedan solamente los tallos, que según la especie pueden medir entre 20 y 70 centímetros. Luego desentierran los bulbos, de los cuales –como tardan tres años en alcanzar el tamaño ideal para su comercialización– un porcentaje queda en guarda hasta ser plantados para el año siguiente y volver a comenzar el ciclo. Lo que se vende, claro está, son los bulbos, que se comercializan en la zona en Buenos Aires. En algún momento llegaron hasta Holanda, pero no por ahora.
La máquina no es la única inversión que han realizado en el campo. También se pensó en compartir por más tiempo este paisaje y para eso se está terminando una cabaña top a solo 30 metros de las flores. Y con balcón a las cascadas Nant y Fall. Un lujo.
Mientras tanto Juan Carlos se sonríe cuando recuerda que desde un principio la gente pedía acercarse a los cuadros plantados. Antes de la erupción de cenizas del volcán Chaitén tenían seis hectáreas, pero ahora lograron mantener tres y se repite la atracción.
“Hay gente que llega y simplemente contempla el paisaje; otros caminan por el sendero, sacan fotos y hasta pintan cuadros. También hay personas que caminan junto a cada hilera, toda la tarde y de vez en cuando acarician las flores”.
“Una vez –recordó a TurismoI12– vino una chica temprano por la mañana. Descendió de un taxi y ni me miraba. Se quedó parada observando los tulipanes. Todo el día lo pasó así, observando, contemplando. Después del atardecer, cuando se retiró el último empleado, llegó el taxi a buscarla y me dijo: ‘No me quiero ir. Me quiero quedar acá con los tulipanes’. Estaba como tildada. Me sorprendió mucho”.
También hay fanáticos, dice el dueño del campo, que cuando el trabajo se lo permite se toma un respiro -una forma de decir- y sale con su moto o a hacer travesías de trekking, como hace pocos días, todavía con raquetas de nieve.
LA FLOR SÍMBOLO Los tulipanes se han convertido en un atractivo pero también en un símbolo de Trevelin, si se quiere. Para la Feria Internacional de Turismo (FIT2017), que se realiza a fin de octubre en La Rural de Palermo, en Buenos Aires, el propio secretario de Turismo de Trevelin, Víctor Yáñez, tiene previsto traer –como hizo el año pasado– unos cajoncitos primorosos repletos de tulipanes, el detalle que lo distinguió en plena selva de cemento y que regalaba alegría.
Hay una perla histórica en la vida de Juan Carlos y su familia. Son la quinta generación de galeses en suelo chubutense. Y piensa que quizás su entereza, determinación y empuje los heredó de sus bisabuelos. Porque fue Cadfan Hughes, su abuelo materno, uno de los galeses que arribó en el Mimosa en 1865 a las costas de Puerto Madryn: “Dicen que al ver la costa y mientras acomodaban los botes, él se arrojó al mar y llegó nadando. Uno de los primeros en tocar tierra”. Se ríe.
Todo el mundo relaciona a los tulipanes con Holanda, en los Países Bajos. Y claro que ellos lograron un boom económico tan resonante que pasó a la historia como la “tulipomanía”. Fue allá por 1593, cuando el botánico Carolus Clusius ingresó al territorio los tulipanes para estudiarlos y adornar los jardines del emperador Maximiliano. En una década se impusieron como una moda en jardines, ornamentación y parques. Se cuenta que varios años antes el embajador austríaco había visto una flor extraña en el turbante de un extranjero y a consultarle su nombre el hombre se confundió, pensando que se refería a la prenda, y le contestó “turbante”: de allí el nombre tulipán.
Con el tiempo, los precios en alza coparon el mercado y se generó especulación. Se vendían y compraban los derechos a un bulbo. Llegaron a costar 1000 florines las cuatro decenas de bulbos, cuando el salario anual en promedio de un artesano era de 200 florines; incluso algunos nunca veían el bulbo. De manera que cuando se registró una mala cosecha por factores climáticos, se rompió la cadena de cumplimientos, estalló la burbuja y en 1637 se registró una crisis económica considerada la primera de la época moderna. Este hecho se describe en el libro de Charles Mackay Delirios multitudinarios: la manía del tulipán y otros mercados enloquecidos. De todas formas, los Países Bajos concentran hoy el 87 por ciento del área cultivada de tulipanes a nivel mundial y la flor es un símbolo allí tanto como en Irán y Turquía, desde donde se llevó la planta a Europa.
ESTRELLA GLOBAL En el mercado mundial de flores, el tulipán es la tercera flor más venida luego de la rosa y el crisantemo, y guarda para algunos naturalistas, estudiosos y apasionados su simbología de acuerdo con el color de sus pétalos: como el rojo, excelencia en el amor; el blanco, la pureza; el amarillo relacionado con la alegría y el buen ánimo; y el rosado, con el afecto sincero y la amistad. Por su parte las variedades de diferentes tonalidades se asocian con la juventud.
En la chacra de Trevelin donde está Juan Carlos Ledesma es posible advertir quizás alguna otra especie bella, como narcisos y jacintos: hay que estar atentos y percibir su perfume. E incluso pispear bien, porque también puede descubrirse alguna hilera de “alium”, que se distingue por su flor en forma de un enorme pompón de color azul.
En cuanto al viajero que no hay logrado organizarse para octubre, o por otros motivos se pierda la floración de los tulipanes, que no desista de su itinerario: porque en noviembre en la misma zona comienzan a florecer las peonías, hermosas flores que tienen 2000 años de historia y son muy apreciadas en China y Japón; y hasta diciembre hay en la zona flores de todos los colores. En sus formas y matices, y en los campos que ellas cubren, muchos encuentran la manera de recuperar el alma y para la gran mayoría es la energía de las flores la que revitaliza a quienes pueden admirarlas, sentirlas y regalarlas.