Cuando decimos lo que pensamos, nos quejamos, elegimos un discurso sobre otro, estamos en busca de un orden. El orden en el que desearíamos vivir. A veces en soledad, otras desde una trinchera política, sindical, la cooperadora de la escuela, la comisión del club. Pero siempre es un intento de ordenar el mundo, el barrio, la casa, según nuestros deseos y ambiciones.

Lo hacemos porque sentimos que hay un desorden que corregir. Es como asumir el rol de un superhéroe sin poderes, un detective sin más armas que las ganas, que sale a combatir lo que está mal, o al mal mismo. Es como vivir la vida con la lógica de una novela, negra, policial, de enigma, con cada uno de nosotros de personajes centrales.

No todos tenemos el mismo criterio sobre las palabras orden y mal. La especulación bancaria es el mal para mí, no para los CEOs. En el mundo financiero hay desorden para mí, no para los que se benefician. La desaparición de Santiago es "malo" para muchos, pero otros lo consideran lógico, justo, necesario o un error entre tantos.

Ahí hay una brecha, ya muy evidente. Dos fuerzas enfrentadas. La de los que buscan un orden distinto (nosotros), chocando con los que defienden el orden imperante, porque tal como me recordara Sasturain el otro día: "El mundo está muy ordenado". Quizá como nunca antes, podría decirse, donde nosotros oficiamos de último orejón del tarro.

Por eso salimos a la calle en rol de detectives improvisados. Pero para que el detective encuentre al asesino o al ladrón, y ponga orden, debe golpear gente, coimear, allanar propiedades privadas y mentir. Ordenar lo que lo molestaba significa desordenar otras cosas que exigirán ser reordenadas luego.

Y estamos de nuevo ante el punto de partida, como si la vida fuera un eterno retorno.

La filosofía se ha ocupado de esto, desde los griegos hasta Nietzsche. Es algo así como que la vida se extingue y vuelve a comenzar. Para algunos, la nueva vida sería exacta a la anterior. Para otros tendríamos chances de cambiarla. También la literatura y el cine se ocuparon, con cosas como El día de la marmota.

El asunto, en el fondo, es animarse a vivir una vida tal, valiente, pródiga, virtuosa, que si fuera a repetirse no dudaríamos en volverla a vivir. 

Ahora volvamos nosotros también al punto de partida de la nota. Buscamos orden, pero a la vez desordenamos. Creemos que estamos avanzando pero en realidad estamos yendo hacia un estado de repetición perpetua. No sería entonces un retroceso, como se dice por ahí.

Por ejemplo con Santiago. Salimos a la calle a exigir restaurar el orden que implica que Santiago reaparezca vivo, o que los responsables paguen. Esa búsqueda del orden creará nuevos desórdenes: apaleados, reprimidos, mentiras o, espero que no, nuevas muertes. Pero no hay otra que seguir adelante, sino el mundo sería aún dominado por los fenicios o los cartagineses.

Si dejáramos de pedir por Santiago, no tendríamos que pedir justicia luego por los nuevos apaleados, aclarar las nuevas mentiras, defenderse de los nuevos ataques. Pero eso no lo sabremos hasta que salimos a pedir ese orden en el que queremos vivir. Además es una obligación moral, parte de ese orden en el que creemos.

Si la historia no fluyera podría considerarse detenida. Por ahí, el fin de la historia que proclamó Fukuyama era algo así. Transmitirnos la idea de que el mundo estaba en las manos ideales y que teníamos que dejar de buscar el orden que "los otros" (nosotros) deseábamos. O quizá fue una simple distracción o una tontería más.

Dejando las teorizaciones de lado, Argentina es una prueba viva de que ese eterno retorno existe. El peronismo volvió. El radicalismo volvió. El neoliberalismo volvió. No es una ley perfecta, claro. Las dictaduras no volverán porque están tamizadas dentro de los gobiernos de derecha.

Junto a esas cosas que volvieron, volvieron otras, como si esta teoría exigiera pruebas: una nueva campaña del desierto, el enfrentamiento entre blancos y originarios; los terratenientes reclamando tierras que llegan hasta donde es capaz de cabalgar un caballo antes de morir; los pusilánimes capaces de morir para defender al patrón.

Si al menos una parte de lo que digo es acertada, el radicalismo tendría una nueva oportunidad de mostrar su mejor cara con un nuevo Alfonsín (raro que el chancho chifle). A la vez el peronismo mostraría otra vez la peor, la del Turco que lo Reparió, remozada ahora en tipos como Massa, Urtubey, Granata, o, por qué no, el mismísimo Turco que lo Reparió entubado pero vivo.

Si eso sucediera, el final (palabra que acá tiene poco sentido) del neoliberalismo está cantado, un país devastado, empobrecido, los ricos más ricos, los pobres más pobres.

A manera de queja digo que si estamos repitiendo una historia vivida, podrían haber avisado antes y nos hubiéramos esforzado más en la primera de las versiones. Espoilear a la historia puede tener sus ventajas.

Y si es que tendremos la oportunidad de corregir lo que estuvo mal, más vale estar atentos. Por si las moscas, vivir hoy la mejor de las versiones posibles. Digna de ser repetida mañana. Tome nota. No diga que no le avisé.

 

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