Reikiavik, 1981. Seis poetas adolescentes, fundadores del grupo surrealista Medusa, saltan una noche a lo largo de varias cuadras sobre techos y capots de autos estacionados en la ciudad. Casi sin tocar el suelo van desde la casa en que acaban de tomar una botella de ajenjo –una rareza que un miembro del grupo acababa de conseguir en Barcelona– hasta el bar en que realizarán una lectura de poesía. Entre ellos está la cantante Björk, por entonces una inquieta niña de dieciséis años que a los doce ya había grabado su primer disco solista, y el escritor Sjón, apenas tres años mayor, quien había editado su primer libro de poesía a los quince. Al llegar al bar deciden entrar por la ventana y comenzar así su performance, pero a los patovicas, se sabe, no les gustan los poetas que entran a los bares por las ventanas, y enseguida tratan de sacar a los jóvenes por la fuerza. En el tumulto aparece la policía, y entre golpes y mordiscos en muslos la escena termina con Sjón esposado y su cara contra el suelo de un patrullero mientras recita el manifiesto surrealista de André Bretón con Björk a su lado. Hoy, casi cuarenta años más tarde, con catorce libros de poesía y ocho novelas editadas a lo largo de una obra que cruza tradición, vanguardia, historia y surrealismo, Sjón es uno de los escritores más leídos y respetados de su país. Su última novela, El chico que nunca existió, publicada en 2015, se convirtió en bestseller y arrasó con cuanto premio literario existe en Islandia. Y además de novelas, poemas, guiones de cine, libretos de ópera y obras de teatro, Sjón también escribió desde mediados de los noventa algunas de las letras más exitosas de la carrera solista de su amiga Björk. “Isobel”, “Bachelorette” o “Jóga” son algunas de ellas, a las que se suman las canciones de la banda de sonido de la película de Lars Von Trier Bailarina en la Oscuridad, una de las cuales, “I’ve seen it all”, fue nominada en 2001 al Oscar que finalmente se llevó Bob Dylan por su tema para la película Fin de semana de locos.
Sentado al teléfono en el estudio de su casa en Reikiavik, donde vive con su mujer y sus dos hijos, Sjón recuerda aquellos años de juventud con una sonrisa: “Éramos jóvenes y un poco salvajes, estábamos buscando maneras de divertirnos y de dar vuelta el mundo cultural de la ciudad... Y definitivamente hicimos muchas cosas que hoy no me gustaría que hicieran mis hijos”, ríe, y continúa: “Teníamos una cruza de influencias que iba de los surrealistas a Bowie, los dadaístas o los primeros poetas islandeses que escribieron en verso libre en los años cincuenta, que aún veinte años después seguían sin ser bien vistos por la academia. Y por supuesto estaba el punk, y el espíritu del punk para nosotros era ir contra cualquier jerarquía de la sociedad. A partir de eso encontramos la manera de publicar nuestros propios libros sin pedir permiso a nadie, y de la misma manera grabamos nuestros discos y encontramos espacios para tocar, recitar y organizar exposiciones o performances. Por alguna razón nunca nos cuestionamos nuestras habilidades para hacerlo: simplemente buscamos y encontramos la manera de conquistar un espacio dentro del mundo cultural de Islandia”.
El próximo fin de semana, Sjón visitará por primera vez nuestro país para presentarse por partida doble en la Biblioteca Nacional, que oficiará este año como una de las sedes de la novena edición del FILBA. El sábado participará de una charla moderada por la periodista y escritora Cecilia Boullosa, donde junto a la poeta santafesina Diana Bellessi y los escritores Ignacio Martínez de Pisón (España), Teresa Cremisi (Egipto) y Roberto Merino (Chile), conversarán acerca de la relación entre literatura y los modos de narrar una ciudad. También el domingo por la tarde, siempre en la Biblioteca Nacional, Sjón formará parte de un panel acerca del arte de escribir letras de canciones. Allí estará junto a los escritores, letristas y periodistas Pablo Plotkin y Pablo Schanton y la cantautora mexicana Julieta Venegas. “Es mi primera visita a la Argentina y la estoy esperando con ansias”, cuenta Sjón. “Buenos Aires es una parte grande de la literatura mundial y lo ha sido durante los últimos sesenta años. Para alguien del Norte como yo, ir por primera vez para allá no es un viaje más: es tener la oportunidad de visitar uno de los santuarios de la literatura contemporánea”.
HISTORIA DE SJÓN
Sigurjón Birgir Sigurðsson nació en Reikiavik en 1962. Quince años más tarde publicaría su primer libro de poesía, “Sýnir” (“Visiones”), un título muy cercano al nombre literario que desde entonces adoptó para sí mismo: Sjón significa “visión” y es a la vez una manera abreviada de su primer nombre y un apodo muy cercano a aquel con que lo llamaban en su niñez, Sjonni. “El año que viene será mi aniversario número cuarenta como poeta”, recuerda el autor. “Hoy veo como algo extraño haber publicado a esa edad, pero en ese momento lo tomé como algo muy natural. Había una imprenta cerca de mi casa y allí autoedité mi libro, una costumbre que durante el siglo pasado fue muy común en muchos escritores islandeses. No recibí comentarios negativos, aunque por supuesto no fue reseñado en ningún lado: no tenía ni idea acerca de los mecanismos del mundo literario, simplemente lo dejé en un par de librerías y lo vendí en la calle o en el colectivo de regreso a casa del colegio. Así conocí a otros poetas y al año siguiente publiqué mi segundo libro, que fue recibido con calidez e incluso reseñado en un par de diarios. Y nadie me pidió que parara así que continué escribiendo, influenciado tanto por los poetas pioneros del verso libre en lengua islandesa como por los surrealistas y las historias de tradición folklórica islandesa que sentía muy cercanas a ese movimiento”.
¿De qué maneras se relaciona el surrealismo con esas historias de tradición oral?
–Cuando buscás la historia de cómo fue narrada la relación entre hombre y naturaleza en textos islandeses históricos, encontrás cuentos folclóricos que fueron considerados menores por el canon pero que resultan claves para comprender las diferentes maneras en que se expresaron los hombres que no fueron autoridades ni respondían a los poderes que gobernaban la sociedad. Esas historias folclóricas luego derivaron en folletines de ciencia ficción, narraciones de erótica barata o revistas de historietas fantásticas, una continuación de aquellas historias donde se expresaban temas que muchas veces habían sido prohibidos por las autoridades o por las leyes que definían qué era respetable en la cultura o cómo debían ser hechas las cosas. Desde muy joven encontré inspiración en las posibilidades literarias que contenían esas narraciones folclóricas, donde podés encontrar historias fantásticamente surrealistas acerca criaturas irreales del mar, caminantes sin vida muy parecidos a los zombis modernos o personajes autóctonos muy bizarros y divertidos. En Islandia tenemos una galería muy grande de personajes y criaturas de todos los tipos.
Hablando de lo considerado respetable o prohibido, El chico que nunca existió arranca con una escena callejera de sexo oral entre un adolescente homosexual y uno de sus clientes. Un gesto que podría considerarse provocador, sin embargo el libro fue muy premiado y se convirtió en bestseller. ¿Qué tan conservadora es la sociedad islandesa?
–Fue una sorpresa grande para mí. Es decir, Islandia es un país bastante liberal donde el movimiento LGBT tuvo mucho éxito al asegurar la igualdad de derechos para todas las personas de diferentes géneros y orientaciones sexuales, pero de todos modos me sorprendió que el libro recibiera tantos halagos y ganara tantos premios... Pensé que sería un libro provocador, explosivo, y al final se convirtió en un bestseller al punto de que fue la primera vez en mi vida que la gente me paró en la calle para agradecerme por un libro. Y muchas fueron personas mayores... Yo creía que estaba tirando una bomba en la sociedad y en el mundo literario de mi país y al final fue un libro recibido con mucha calidez, hasta una señora mayor llegó a hablarme en el supermercado para agradecerme por haber contado la historia de ese muchacho. Y la razón para ese comienzo fue puramente literaria: necesitaba abrir el libro con una escena muy íntima y física, porque toda esa historia trata acerca de la manera en que una epidemia cambia la vida de este joven cuyo único contacto con la sociedad estaba dado por encuentros sexuales pagos con gente que desconocía. Por eso fue muy importante para mí contar esta historia de la manera más directa posible, para a la vez poner un espejo frente al que la gente pudiera mirarse y responder. Soy de una generación en la que el movimiento LGBT comenzó a manifestarse y tuve compañeros de escuela que fueron vistos como gente enferma cada vez que intentaban expresar su orientación sexual, la sociedad no era tolerante con ellos. Es por eso también que decidí dedicarle el libro a mi tío Bósi, que murió por VIH en 1993, y hacerlo abiertamente como parte de la novela.
Volviendo a sus comienzos, ¿recuerda las líneas que abrían aquel primer libro de poesía que editó a los quince años?
–(Se toma un tiempo tratando de recordar) Mmm... Sinceramente no las recuerdo bien, pero mañana te envío un mail con el poema.
Al otro día llegó el mail, donde Sjón transcribió el poema en su versión original en islandés y en una traducción propia al inglés. En islandés, esas primeras líneas con que aquel adolescente Sjón dio comienzo a su obra dicen:
Eg ferðaðist inn, yfir hafsævi
djúpblárra augna
inn i ókunna vitund
inn i nýjan heim.
(Una aproximación al castellano del verso podría ser: Viajé hacia adentro, sobre un océano/ de profundos ojos azules/ hacia una mente desconocida/ hacia un nuevo mundo).
LITERATURA Y MÁRGENES
A través de un exhaustivo trabajo de investigación sobre textos de época, Sjón retoma en sus novelas sucesos y personajes que fueron relegados a los márgenes de la historia de Islandia y los ubica en un lugar central de su literatura. Lo hace ambientando esas novelas en momentos históricos que las narraciones canónicas prefirieron ocultar o apenas mencionan, dándole al mismo tiempo voz a personajes que fueron silenciados o excluidos por la sociedad de su tiempo. Así sucede por ejemplo en El chico que nunca existió, con la historia de un joven homosexual que a comienzos del siglo XX sobrevive en Reikiavik durante una epidemia de gripe española que arrasó con la ciudad en tiempos de celebración por la independencia islándica. O en Maravillas del crepúsculo, donde un erudito escritor católico, desterrado de su pueblo tras la revolución protestante, narra entre otros episodios el asesinato en masa a comienzos del siglo XVII de un grupo de balleneros vascos que naufragó en las costas occidentales de la isla, una de las matanzas más grandes en la historia de Islandia.
“Los márgenes son el lugar donde me siento más cómodo a la hora de narrar, aunque vivir al borde del mundo te lleva muchas veces a seguir la costumbre de hacer algo con lo primero que llega a tus costas”, afirma entre sonrisas Sjón, que a su vez busca en cada obra diferentes modos de expandir su lenguaje narrativo: “Después de escribir El zorro ártico y Navegantes del tiempo, dos libros elaborados de manera detallista, con un lenguaje poético muy preciso, pensé que no quería quedar varado ahí, no quería convertirme en un escritor de pequeñas novelas de lenguaje preciosista. Al mismo tiempo, cuando empecé a trabajar con el material histórico de Maravillas del crepúsculo, que está ambientada en el siglo XVII, necesitaba asumir un enfoque distinto al usual. La novela histórica es un género que ha sido abordado muchas veces en Islandia, de hecho nuestro premio Nobel de 1955, Halldór Laxness, fue un maestro de ese género. Si iba a escribir una novela que tuviera lugar en ese siglo necesitaba encarar el desafío de hacerlo de una manera diferente”. Así fue que Sjón se embarcó en una investigación a través de la cual exploró escritos de la época, en particular los de Jon Guðmundsson el erudito, el personaje histórico en que está basada la historia, cuyos fascinantes textos escritos en primera persona (de los cuales algunos breves fragmentos, desde recetas de cocina a particulares soluciones médicas, fueron transcriptos en la novela) le dieron a Sjón la materia prima con la que se propuso contar la historia desde los pensamientos del narrador, Jónas Pálmason, un escritor –personaje ficticio basado en Guðmundsson– perseguido y desterrado al que envían a una isla pequeña sin posibilidades de conseguir pluma ni papel, por lo que sólo puede escribir en su mente: “Decidí entregarme al flujo de conciencia, una escritura automática muy veloz, algo que iba muy en contra de la manera pausada en que siempre había escrito hasta entonces. Me senté en la Biblioteca Nacional una hora por día y escribí tan rápido como pude, casi sin corregir nada, para liberarme del estilo ajustado de escritura que tenía y para intentar que la mente del narrador fuera más rápido que la mía, un ejercicio que al comienzo no sabía cómo saldría y que al final resultó muy refrescante. Y para la novela siguiente, ‘El chico que nunca existió’, ya me sentía con un ánimo liberado y decidí embarcarme nuevamente en una narración de prosa detallada”.
LABORATORIO SURREALISTA
La anécdota con poetas caminando sobre techos de autos con la que comenzó esta nota fue relatada hace cuatro años por Björk en la presentación de la novela Maravillas del Crepúsculo en los Estados Unidos. Allí, al hablar acerca de sus trabajos en colaboración con Sjón, la cantante expresó: “Cuando comencé a escribir canciones sentí de manera muy natural pedirle que las escribiera conmigo. Siempre escribí mayormente sola, pero había canciones acerca de las que podía hablar por horas y sin embargo no encontraba la manera de escribirlas. Así que nos sentamos a la mesa de una cocina, abrimos una botella de vino y charlamos durante horas y días hasta que nació ‘Isobel’. Sjón es un escritor único, tomó la fuerte tradición islandesa de la relación entre hombre y naturaleza y la hizo darse la mano con la literatura contemporánea. Pero, más importante que eso, logró unir en su obra inteligencia y corazón”.
La amistad entre ambos surgió a finales de los setenta y se cimentó durante esos comienzos de una escena que pronto se extendería hacia el resto de Europa. Así lo recuerda Sjón: “La repercusión más fuerte empezó en los ochenta con las primeras bandas dark post punk que surgieron en Islandia, en especial una llamada KUKL, que tuvo un éxito considerable y que fue la base de lo que luego serían los Sugarcubes, que de toda la movida fueron la banda con el sonido más alegre, si es que puede llamarse así su música. Ellos fueron los primeros que tuvieron éxito a nivel internacional y yo fui parte de ellos porque era fan de lo que hacían y a la vez éramos todos amigos. De hecho en el 86 los acompañé en una gira porque había escrito para ellos esta canción, ‘Lüftguitar’, que fue una especie de hit, un tema que tuvo un video en el que yo tocaba una guitarra invisible, algo que por supuesto haría cualquier surrealista que se precie de tal”.
Fue en 1994, ya afianzada en su carrera solista, cuando Björk le pidió a Sjón que escribiera para ella las letras de algunas canciones del que sería su segundo disco, Post: “Cuando a mediados de los noventa Björk me pidió que nos juntáramos para escribir las letras de ‘Isobel’ para mí fue una alegría, habíamos tenido conversaciones interminables acerca de arte y poesía durante nuestra adolescencia y armar esas canciones fue como retomar esos momentos y volver a entrar al laboratorio surrealista con los juegos y restricciones que nos imponíamos para crear... Fue como volver a finales de los setenta, jugando los mismos juegos a corazón abierto, solo que esta vez sonarían en todo el mundo”.
Si bien las letras de esas canciones fueron escritas en inglés, Sjón prefiere siempre escribir en su lengua materna: “Es una situación particular la del idioma islandés”, afirma. Y concluye: “Si bien es un lengua hablada por pocos, trescientos sesenta o setenta mil como mucho, lo que compensa eso es el hecho de que hemos estado viviendo en esta roca durante aproximadamente mil doscientos años, y esta lengua tiene una historia muy antigua de ser usada como lengua literaria, o escrita, con mucha poesía, textos que narraban situaciones que estaban sucediendo en el lugar o simplemente buenas historias. Eso significa que cada vez que me siento a escribir cuento con todo ese tesoro, y trabajar en una lengua con tanta historia literaria se siente como un privilegio. Nuestro país ha sido muy pobre durante mucho tiempo y no hay grandes catedrales o universidades antiguas ni tenemos una gran historia en artes plásticas o música clásica. Tenemos literatura, y la escritura ha sido la única actividad cultural sostenida aquí durante siglos: ese es el legado más grande que hemos recibido los escritores de este lugar”.