Desde un pasado lejano, pero en especial desde la irrupción de la ciencia ficción, la literatura y el cine exploraron a la civilización técnica con una libertad y amplitud que, durante mucho tiempo, la filosofía no supo darse. El mito de Pigmalión; Frankenstein; el futurismo y “la belleza de la velocidad” cantada por Marinetti; la máquina pensante (en Asimov, en 2001: Odisea del espacio); la máquina como objeto de deseo erótico (en J.G. Ballard, en Philip K. Dick); la intimidad de la carne humana y los artefactos tecnológicos que engendró ese gran tópico de la época que es el cyborg (omnipresente criatura híbrida, hija de la cibernética); la subsecuente generación de un simulacro virtual indistinguible de la realidad, tan real como lo real (en Matrix, claro, pero antes en Christopher Priest o William Gibson)... Mientras los discursos modernos del saber neutralizaban a la técnica dentro del campo de lo instrumental, en su variedad y dispersión esos relatos permitían pensarla en relación con todo el universo de lo humano. No es tanto que la filosofía no haya podido pensar de ese modo, sino más bien que quienes ensayaron recorridos similares fueron relegados: sus ideas no eran contemporáneas; quizá lo sean hoy. En ese estante pueden ubicarse las obras del francés Gilbert Simondon (1924-1989).
Discípulo de Canguilhem y de Merleau-Ponty, Simondon encarnó un modelo de intelectual diferente al de sus compañeros de generación (Foucault, Derrida, Lyotard). No sólo porque permaneció fuera de la órbita de los grandes debates públicos de su tiempo, también porque su pensamiento, en un rasgo coherente con sus ideas, combinó la filosofía con la física o la ingeniería, y en sus escritos puede irrumpir, para desconcierto del lector habituado al rótulo de ciencias sociales y humanas, la detallada descripción de un motor de combustión o de un circuito eléctrico. Lo central de sus teorías ya tenía forma y sustancia para mediados de la década de 1950. De hecho, en 1958 defendió su tesis doctoral, que constaba de dos partes, las bases de sus únicos libros: La individuación a la luz de las nociones de forma y de información y El modo de existencia de los objetos técnicos. Marcuse lo citó temprana y confusamente, pero fue recién con la lectura que le dedicó Deleuze, y que luego siguieron Agamben y Virno, entre otros, que el pensamiento de Simondon comenzó a ser revisitado. Y publicado: aunque hubo ediciones de sus escritos ya en su época, hubo que esperar hasta 2005 para la edición completa, en francés, de sus libros. Las primeras traducciones al castellano se hicieron hace una década en Argentina, donde hoy es un autor de moda dentro del campo académico y aledaños. La editorial Cactus viene publicando casi toda su obra (La individuación... va por su segunda edición) y ahora presenta Sobre la técnica, una serie de ensayos, cursos y conferencias que recorren tres décadas (1953-1983), traducidos por Margarita Martínez y Pablo Rodríguez, responsables también de la única versión castellana de El modo de existencia... (Prometeo, 2007).
Como filósofo de la técnica, Simondon ofrece un punto de fuga para las paranoias tecnofóbicas y las apologías tecnofílicas. “La oposición que se ha erigido entre la cultura y la técnica, entre el hombre y la máquina, es falsa y sin fundamentos; sólo recubre ignorancia y resentimiento”, escribió. “Enmascara detrás de un humanismo fácil una realidad rica en esfuerzos humanos y en fuerzas naturales.” Su propósito es restituir al ser técnico dentro de la cultura y la vida, y para eso esboza una ontología del objeto técnico, al que le asigna un modo de existencia propio, que no deviene de su uso ni de su creación por el hombre, sino de “una serie convergente” que tiende a su concretización y coherencia interna. Aforísticamente, define a la máquina como “aquello por medio de lo cual el hombre se opone a la muerte del universo”.
Los textos reunidos en Sobre la técnica complementan, y ofrecen nuevas perspectivas, a las ideas desarrolladas en El modo de existencia... Después de aquella ontología, aquí Simondon aborda las representaciones psicológicas y sociales de los objetos técnicos, su fetichización y ritualización; las cosmovisiones asociadas a la dominación técnica de la naturaleza. Plantea la necesidad de incorporar la formación técnica en el sistema educativo; reflexiona sobre el cine y la publicidad, sobre la técnica en relación con la estética (en una carta que el autor dirigió, pero nunca envió, a Jacques Derrida). Al final, el libro incluye tres entrevistas a Simondon; en la última, llama a salvar al objeto técnico de “su estatuto actual, que es miserable e injusto”.
No es fácil leer a Simondon, por la peculiar originalidad de su pensamiento, porque desarma ideas cristalizadas sobre la condición del hombre y su relación con la naturaleza, porque habilita una mirada excéntrica sobre el desfasaje (trágico e inevitable) entre la morosidad de la comprensión ética y la aceleración de las realizaciones de la tecnociencia, sobre la alienación y los supuestos asociados a la liberación humana por el trabajo, con profundas implicancias sociales y políticas. “Es difícil liberarse transfiriendo la esclavitud a otros seres, sean hombres, animales o máquinas –escribió–; reinar sobre un pueblo de máquinas que convierte en siervo al mundo entero sigue siendo reinar, y todo reino supone la aceptación de esquemas de servidumbre.”