Página/12 ha tenido un gran privilegio en toda su historia: la presencia de Horacio Verbitsky. Horacio ha sido, sin ninguna duda, el mejor periodista de investigación que ha producido este país. Mi idea no es “predicar para los conversos” o “predicar para el coro” [1], pero si usted está entre aquellos que no comparten la ideología de Verbitsky, fíjese que no estoy pidiéndole que lo haga. No. Lo que le pido es que haga una lista rigurosa de todo lo que fue publicando a lo largo de los años. Deploro hablar de primicias, pero si pudiéramos adjudicarle algún valor, pongámoslo en estos términos: Horacio fue quien dio a conocer primero que nadie, episodios de corrupción que involucraron a funcionarios públicos en ejercicio (o no), a empresarios que sostuvieron (y sostienen aún) el verdadero poder económico antipopular de la Argentina, a los militares involucrados en la sistemática y planificada violación de los derechos humanos así como usufructuando personalmente (o como institución) los arrebatos de los distintos botines de guerra, robo de bebés y también la exposición que hizo de la participación activa de las distintas jerarquías eclesiásticas a lo largo de casi medio siglo de historia, y que sirvieron para encubrir y validar la masacre que producían sus pares que portaban armas.
Por supuesto, no se me escapa que si de periodismo de investigación se habla, ciertamente Horacio no es ni ha sido el único... ¡ni mucho menos! El país tiene una larga lista de periodistas espectaculares que han dejado una huella para seguir, valorar, admirar y tratar de replicar, pero, en volumen, los datos son tan abrumadores que no creo que haya nadie que pueda establecer con él una competencia seria.
¿Por qué hablar de Horacio aquí y ahora? No le van a entregar ningún premio (que yo sepa), no se cumple ningún aniversario en el futuro inmediato (que yo sepa), no estoy escribiéndole (ni cooperando) en ninguna biografía… en fin, no hay ninguna razón particular... visible.
Sin embargo, cuando veo a alguien que exhibe la contundencia de los hechos en forma sistemática, cuando las denuncias son siempre respaldadas por los papeles, cuando la opinión es una conclusión final y no una premisa que luego busca “torcer” los hechos para obtener los resultados que quiere, es cuando aparece en mi vida Rachel Maddow.
¿Quién? Si, ya sé. Usted (muy probablemente) no tiene idea de quién es. Le ofrezco mi ayuda. Rachel Maddow es una periodista norteamericana de 44 años. Es doctora en Ciencias Políticas, egresada de la Universidad de Oxford en Inglaterra. Es también conductora de un programa de noticias diario que se emite por la cadena MSNBC en los Estados Unidos. Y es un encanto de persona. Por supuesto, esto último es intrínsecamente subjetivo, pero como no la conozco, solo sé que Rachel Maddow hace la diferencia. En un momento de convulsión, en donde es difícil para todos nosotros saber qué es cierto, qué es falso, en donde una abrumadora cantidad de gente obtiene sus noticias a través de Facebook (ni hablar de TN o Clarín o La Nación), en donde el peso de la verdad se corrió a la posverdad (¿?), es refrescante verla.
Rachel tiene su programa diario de una hora. Empieza con un editorial mirando a la cámara y, sin parar, habla 21 minutos. Sí, veintiún minutos seguidos. Se apoya en algunas placas y también en algunos videos, pero la voz de ella no desaparece -casi– nunca. Y lo hace... ¡todos los días hábiles de la semana! Si puede, y tiene tiempo, dedíquele un rato a verla, usando YouTube ya que es –por ahora– imposible verla en vivo en la televisión argentina.
Ahora bien: ¿es Rachel Maddow equivalente a Horacio? No, de ninguna forma. ¿Es investigadora de ese calibre? ¡No, ni por asomo! ¿Y entonces? Entonces, lo que pasa es que Maddow sabe muy bien quiénes son los periodistas de investigación dentro de Estados Unidos, para qué diarios o revista escriben, y tiene un equipo de producción fascinante, que mantiene al espectador “en vilo” esperando la nueva información. Pero además, Rachel Maddow se está constituyendo en la persona que ha sabido “unir los puntitos” de manera tal de poder entender qué fue lo que sucedió durante toda la campaña de Donald Trump y que le permitió acceder a la Casa Blanca. Antes de avanzar en esta dirección, un -breve– aporte más: si usted tiene la expectativa de que Trump deje de ser presidente como consecuencia de un juicio político, piense que quien viene después de él, en la línea sucesoria, es el vicepresidente Michael Pence. Pence es mucho peor que Trump: ideológicamente es ultra-conservador, de derecha y “cuasi” confeso sostén del diseño inteligente como origen de la raza humana, pero la gran diferencia con Trump es que a Pence no se le nota: viene con un mejor disfraz. O sea, no está claro si es peor “el remedio que la enfermedad”.
Pero vuelvo a Rachel Maddow. A esta altura, se ha convertido en la mejor periodista norteamericana. Más allá de sus opiniones, que ciertamente las tiene, sus valores reivindican lo que yo entiendo por periodismo y que ha sido tan vapuleado últimamente. Verbitsky no sigue las agendas que le imponen sino que es él mismo quien decide qué es lo que es importante, lo persigue, lo confronta y después, cuando tiene las fuentes y el sostén suficiente, lo expone. Rachel Maddow es igual. Así lo ha hecho en forma sistemática desde que tiene su programa diario. Durará poco en un canal de cable porque merece una audiencia más grande. La logra en parte porque a diferencia de lo que sucede conmigo, que soy de la vieja escuela, Maddow tiene una increíble legión de adherentes en la juventud, que la siguen a través de YouTube y no necesitan verla en vivo.
Los ataques que recibe de la Casa Blanca y de todos los que rodean a Donald Trump, son la mejor prueba de que ya se ha instalado en el ring y que ahora es un rival inconveniente. No hay sobornos posibles ni concesión de favores para que sutilmente cambie su perspectiva. Maddow es implacable, certera. Cuando no sabe, pregunta. Cuando pregunta, ella aprende, pero uno también. Cuando no tiene la información confirmada, lo expone con claridad. Cuando conjetura, el televidente es partícipe de su duda y uno percibe que ella hace las preguntas que le gustaría hacer a uno.
Haberla seguido en sus cuestionamientos sobre Corea del Norte, y lo que significa tener misiles nucleares de largo alcance, me sirvió para empezar a raspar la superficie de lo que no sabía que no sabía. Lo mismo con las consecuencias del huracán Harvey. Maddow fue la primera en pasar de lamentarse por las pérdidas humanas y materiales que son visibles y obvias, para poner su foco en las explosiones que habrían de suceder, pero que todavía no habían pasado, mostrando los riesgos que implican las fábricas que manejan productos químicos y que tienen sobornados o comprados o sometidos a los políticos locales para evitar sus denuncias, pero también a los periodistas que no informan sino que esconden y mienten.
Lograr el juicio político de un presidente no es tarea sencilla, pero Rachel Maddow hace un trabajo de hormiga: todos los días, uno tras otro, agrega un granito en la búsqueda de la verdad. Esa verdad, por ahora, está desperdigada y en manos de muchísimas personas. Cada una de ellas posee una pequeña pieza del gran rompecabezas. Antes de reportar, es necesario investigar, saber, dudar, tener honestidad intelectual, un equipo de producción con una líder claramente visible y una capacidad detectivesca para no comprar “carne podrida”. Lo intentaron y ella lo descubrió a tiempo. Lo exhibió para mostrar como los servicios funcionan en Estados Unidos tanto como en la Argentina.
No siempre estoy de acuerdo con lo que dice, pero eso también hace bien, porque en el disenso, aprendo. En la medida que uno le pueda reconocer honestidad intelectual al oponente, la discrepancia solo sirve para mejorar, o bien porque obliga a encontrar mejores argumentos para defender una posición o porque uno se ve forzado a cambiarla como consecuencia de lo que ofrece “el otro” (o “la otra”).
Una bocanada de aire fresco, un lujo para el medio (periodístico). En Estados Unidos, emerge Rachel Maddow, una joven a la que convendría que le preste atención. Si tiene oportunidad, búsquela en internet y verá que habrá valido la pena hacer esa inversión en tiempo. Mientras tanto, como siempre, corriéndose al interior del diario... por suerte, está Horacio.
[1] Preaching to the choir (“Predicándole al coro”) es la expresión que se usa en Estados Unidos para indicar que uno está tratando de convencer a aquellos que ya están convencidos.