Es mediodía de un viernes con el tibio sol de invierno en el predio Tita Mattiussi que Racing tiene en Avellaneda. Se respira fútbol tanto en las canchas, donde trabajan la Reserva y algunas divisiones inferiores, como en la confitería, teñida de celeste y blanco por donde se mire. Claudio “Turco” García interrumpe la charla telefónica con su esposa Mariela, luego de anoticiarla de que Yamil –el hijo futbolista de ambos, que juega de 9 en la séptima– va rumbo a su casa con el representante del Turco. Mira a su alrededor y elige una mesa cercana a una pared desde la cual observan glorias académicas como Maschio, Pizzuti, Cárdenas... Se sienta, invita el café y casi sin que se le proponga empieza a hablar de Este soy yo, una autobiografía editada por Planeta en la que cuenta todo. Esa irrestricta honestidad que trasuntan las páginas es la que propone para esta charla sobre su trayectoria, pero más que nada sobre su vida, esa que sabe contar con una verborragia incontenible y cargada de frases ocurrentes, como las que se irán leyendo en las líneas que siguen.

–¿Qué fue lo que te motivó a escribir un libro sobre tu vida?

–Siempre fui de hacer cosas raras, en la vida y en el fútbol. Me propuse debutar jovencito en Primera, y lo logré; me propuse no hacer la colimba, porque no quería que me cortaran el pelo, y me salvé por número bajo, 032; me propuse escribir un libro, y acá está. Quería dejarle algo a la gente, a mis seres queridos, digamos un ejemplo de vida, de que cuando uno se propone las cosas se pueden lograr. Cuando pasás los 50 años, comenzás a pensar diferente. 

–¿Lo decís por tu adicción a la cocaína?

–Yo tuve la suerte de tener una esposa y compañera como Mariela, que me supo entender, que me supo tratar como alguien que está enfermo. Mucha gente trata a los adictos como alguien que está de joda, pero no siempre estás de joda. Hay una etapa que es de disfrute, pero después estás mal. Y es cuando te das cuenta de que estás enfermo. Ahí empezás a recuperarte. Ella se propuso ayudarme desde ese lugar.

–¿Cómo fue que llegaste a la droga, viniendo del mundo del deporte?

–Se llega por muchos factores. Primero, como con el cigarrillo, por hacerte un poco el canchero, para que te vean. Lo mío pasó en un boliche, me dieron de probar y ahí arranqué. Ahora, yo quiero dejar bien en claro que mientras jugaba no consumía. Empecé a consumir al retirarme. 

–Al leer tu libro, uno se da cuenta de que sos un agradecido del fútbol, que te dio cosas con las que ni soñabas en tu infancia en Fiorito… 

–El fútbol me dio todo. Yo sólo hice hasta segundo año en la escuela. Y el fútbol me dio cultura. Conocí países y, aunque estás dos o tres días, algo te va quedando de cada viaje.  

–En tus recuerdos aparecen Houseman, Basile, Babington, Claudio Morresi, Cacho Borelli... ¿El fútbol te dejó muchos amigos? 

–Sí. Cuando subimos con Morresi a la Primera de Huracán, yo era suplente del Loco Houseman, quien fue y sigue siendo mi ídolo. Recuerdo que él, faltando cinco o diez minutos para que terminaran los partidos, pedía el cambio para que entrara yo, para darme la chance de cobrar como si hubiera sido titular. Un grande, el Loco. Quería imitarlo en todo. Hasta las medias bajas me dejaba. Me tocó compartir la habitación con él en mi primera concentración. Mi viejo me había comprado un pijama y yo parecía un pajarito. Me tiraron el pijama a la mierda, me rompieron la almohada, el colchón y después empezaron a decir que yo había hecho todo ese quilombo y que era un pendejo desubicado. Así empecé, y encima había que jugar con Boca.

–¿Qué sentiste cuando debutaste en Primera?

–Me pasó algo raro. Iba a jugar de titular, pero José Vigo me mandó al banco. Termina el primer tiempo y estábamos perdiendo 1-0. Yo decía “este viejo me dijo que me iba a poner y no me pone”. En eso escucho: “Nene, usted caliente”, y juro que me paralicé. Se me cortaba la respiración. Me sentía ahogado. Y, para colmo, cuando salgo del túnel me enganché con una chapa y me hice un corte en la espalda. Me sangraba todo, pero me pegué a la herida y salió a jugar con un dolor tremendo, pero no me importaba. En la cancha, todo mal: 2-0, 3-0 y, faltando un minuto, le hago un gol a Gatti que festejé como un loco, subido arriba del alambrado. 

–De Huracán pasaste a Vélez y de ahí al fútbol francés, pero tu mejor momento como futbolista lo viviste en Racing...

–En Huracán era de los pibitos, y si bien me quedaron varios amigos, en Racing fue completamente distinto. Ahí yo era de los más grandes, no un veterano, pero ya no era un pibe. Cuando empecé, había un pibito y el resto eran todos jugadores de 30; ahora hay un jugador de 30 y el resto son todos pibitos. En Huracán estaban Marangoni, Brindisi, Osvaldo Cortés, Esteban Pogany, pero el grupo de amigos del fútbol lo hice en Racing, con Rubén Paz, Gustavo Matosas, Marcelo Saralegui.

–¿En esa época, los grandes les enseñaban a los más chicos? 

–Te enseñaban no sólo a jugar. Te enseñaban sobre la vida. Aunque igual mucha bola no les di (risas). En lo profesional sí, siempre me mostré dispuesto a aprender. Yo veía que todos los pibes se iban y que Rubén Paz se quedaba pegándole a la pelota. Fue uno de los mejores con los que me tocó jugar. Al principio no nos hablábamos, por celos boludos, y hoy somos muy amigos. El y Morresi fueron los jugadores con los que mejor me entendí.  

–¿Qué recordás de tu paso por el fútbol francés?

–Al principio me fue mal. Me quería volver. Aguanté tres años y medio, y aprendí mucho: a respetar a mis compañeros, a cuidarme en la alimentación, a llegar temprano a los entrenamientos. Por eso creo que cuando volví a Racing llegué en mi mejor momento. Después agarré el ritmo de la Argentina y me emparejé con todos. Pero los primeros seis meses en Racing la rompí.

–En Racing te convertís en ídolo cuando te pusiste los guantes de Goyco primero y después los de Roa, para atajar.

–Si es cierto, pero también les mostré el culo a los hinchas de Independiente, hice un gol con la mano. Pero es cierto, me hice ídolo de Racing sin haber ganado nada. 

–Basile te convoca para la Selección que va a disputar la Copa América del 91, pero vos ya habías estado en dos juveniles, ¿no? 

–Sí. En el 81 con Saporiti, y en el 83 con Pachamé. A las juveniles llegué por recomendación de Menotti. Soy menottista, pero también sé que cada uno con su esquema ganó un Mundial, digo por Bilardo. A los argentinos nos gustan las comparaciones: si Messi o Maradona, y yo creo que nosotros tenemos que agradecer que tuvimos a los tres jugadores más grandes de la historia: Messi, Maradona y antes Di Stéfano, y tenemos al Papa, que es de San Lorenzo, pero bueno...

–¿Qué aprendiste de Menotti y qué de Bilardo?

–De Menotti, la idea de que el fútbol es un divertimento con responsabilidad. Y de Bilardo, el estar siempre atento a los detalles. Si me das a elegir, me gusta el fútbol más abierto.

–¿Te quedó la espina por perderte el Mundial de México 86?

–Yo había renunciado a la Selección porque no aguantaba la forma de trabajar de Bilardo. No me arrepiento de nada. Ya lo hablé con él, e hicimos las paces. Después me llevó a un partido entre Argentina y Resto del Mundo. Estuve cerca de ir al Mundial de Estados Unidos 94, pero me lesioné antes y terminó yendo el Burrito Ortega. Igual, yo le decía al Coco que era imposible que jugara –aunque el siempre me ponía– porque estaban Bati y Cani, que jugaban siempre bien, hacían goles y nunca se lesionaban. 

–¿Es una presión mayor para un jugador que lo llamen a la Selección? 

–Lo primero que esperás como futbolista es jugar en un equipo grande. Lo segundo, que te llamen de la Selección. Entonces, cuando te toca, no te podés cagar. Además, para mí presión es ir a laburar y pensar si me van a pagar para darle de comer a mis hijos. Presión tiene una persona que no tiene cómo llevarle un plato de comida a su familia. Ahora, ¿cuál es la diferencia entre nuestra Selección y la de ahora? Nosotros decíamos vamos a poner más de lo que tenemos porque mañana cuando volvamos la gente nos va a putear. Y los chicos de ahora, la mayoría ni siquiera vuelve al país, se van directamente a Europa, no pisan la Argentina. 

–¿Te imaginabas que esas dos Copas de América iban a ser los últimos títulos de la Selección?

–Para nada. Y más con todos los monstruos que vinieron atrás. Nosotros teníamos a Batistuta, Latorre, Redondo, Ruggeri, Enrique, Medina Bello, Zamora… Eramos la Selección del pueblo. Cuando jugaba la Selección de Basile, las calles estaban vacías. Hoy juega la Selección y no pasa nada. El pueblo no está identificado con esta Selección. 

–Coco Basile dice que no hay que complicar al fútbol. ¿Compartís esa idea, frente al avance de la tecnología sobre el juego?

–Yo creo que todo sirve. Si no te metés con el tema de la computadora y el rival lo hace, ahí perdés. Lo escuchás a Sanfilippo decir: “Yo cuando jugaba me comía diez platos de ravioles”, sí, pero el que te marcaba también se los comía. En el fútbol de hoy no podés dar ventajas. 

–¿Qué explicaciones le encontrás a este momento que vive la Selección?

–Para mí el problema es anímico. Cada campeonato que pase y no lo ganen, mayor presión van a sentir. Argentina es un país exitista y no se valora el hecho de haber llegado a tres finales. 

–Brasil empleó otra receta, no les dio continuidad a los que perdieron en 2014...

–Es cierto, Brasil limpió a todos. Copió lo de Alemania. Apostó a los pibes. Es lo que está haciendo Venezuela ahora. Esta vez no va a ir al Mundial, pero seguramente será distinto en las próximas eliminatorias. En Argentina limpiamos sólo a dos, a los que todo el mundo señalaba. Pero creo que se debió hacer borrón y cuenta nueva. Darle más lugar a jugadores del medio local. Otra cosa necesaria es que los técnicos transmitan serenidad. Dentro de poco los DT van a tener que salir a la cancha con canilleras, se van a chocar de tanto correr.

–¿Crees que Sampaoli llegó a la Selección demasiado rápido?

–Para ir a jugar a Europa, yo tuve que jugar cinco años bien. En cambio, ahora jugás dos partidos bien y te vas a Europa. Hoy todo va más rápido. Sin que signifique que Sampaoli sea mal técnico, para mí el entrenador de la Selección debió ser el Cholo Simeone.

–¿Qué te parece el cambio del Monumental a la Bombonera para el partido con Perú?

–El aliento lo podés sentir a favor, pero también en contra. Ahora, yo digo, ¡más motivación que ponerte la celeste y blanca!

–¿Qué estás haciendo ahora en Racing?

–Captación. Vengo todos los días al Tita Mattiussi, miro todas las divisiones, anoto en qué puestos tenemos carencias y hago pruebas de jugadores en el interior. Si nos interesa alguno, se hace un convenio con el club y lo seguimos formando. Esto me obliga a ir de un lado a otro. Estoy viajando más que Marley e Iván de Pineda.

–La etapa como técnico en Venado Tuerto fue muy especial. ¿Ahí comenzaste tu recuperación de las drogas?

–Cuando yo llegué para dirigir a Juventud Pueyrredón, un jugador me recomendó traerlo a José Mena porque sabía todo de la liga venadense, una de las más numerosas de Sudamérica, con 33 equipos. Lo traje. Era hincha de Racing. Nos conocimos y empezamos a trabajar juntos. Un día me dijo que me veía raro. Yo no quise caretearla y le confesé que tomaba drogas. Pasado un tiempo, me ofreció ayuda. El perdió un hijo de 19 años y en lugar de vivir lamentándose, eligió vivir para ayudar a los demás. En esa época yo estaba muy mal. No pensaba en recuperarme, sino en bajar lo que consumía. Con esa decisión, me llevó a Villa María, donde conocí al doctor Jorge Custo, un especialista en adicciones. La filial de Racing de Villa María bancó todo mi tratamiento.

–¿Qué fue lo más duro de esa etapa?

–Tomar la decisión. Esos días son oscuros, terribles. Una vez que la tomaste y empezás con el tratamiento, te vas viendo mejor. El 11 de febrero de 2008 dejé de tomar cocaína y lo raro, en mi caso, es que no tuve recaídas. Me hacía bien que la gente me dijera “se te fue el antifaz”, “que bien se te ve”. La única que no me elogiaba era mi mujer Mariela. Era su forma de meterme presión para que me mantuviera sano. Yo estoy recuperado, no curado. Y antes de tener una recaída, me mato, porque le fallaría a mucha gente. 

–¿Cuál es el mensaje que les das a los pibes sobre este tema?

–Les cuento lo que pasé. Les muestro lo que es bueno y lo que es malo. Pero la decisión está en cada uno. Les digo que la cocaína es mierda, les cuento lo que les puede pasar. También estoy en contra del porro. 

–¿Sufriste eso de los amigos del campeón?

–No, porque cuando a mí me pasó eso, el que se alejó fui yo. Yo no andaba con los drogadictos, el drogadicto era yo. Y prefería alejarme. Mis amigos me ayudaron mucho. No se hicieron los boludos conmigo. No le puedo echar la culpa a nadie. El culpable de todo era yo. Cuando puse el restaurante “Posta CG” había más gente tomando merca en los baños que comiendo en las mesas... 

–A la hora del retiro, ¿el jugador pierde contención?

–En general, uno prepara el retiro, como les pasó a Diego, Riquelme, Palermo. Tiene un partido despedida. En mi caso fue distinto. Ni me acuerdo cuándo me retiré, ni cuál fue mi último partido. Sé que fue en Independiente Rivadavia. Así como empecé precozmente, me fui de un día para el otro. Pero creo que algo hice en el fútbol como para haberme retirado de otra manera. Me hubiera gustado tener un partido homenaje, jugar un tiempo para Huracán y otro tiempo para Racing. Uno extraña el vestuario, es cierto. Aunque a mí la gente me recuerda y me saluda por la calle.