Una nueva teoría sobre Cuba se desparrama desde agosto en Estados Unidos. Alcanzó su punto caramelo en estos días y alude a ataques sónicos contra diplomáticos de EE.UU. en La Habana que les habrían causado problemas auditivos, entre otros. Abrazan con entusiasmo esta creencia un grupo de senadores liderado por Marco Rubio y la diáspora de Miami. Incluso más que el Departamento de Estado, un tanto cauto a la hora de responsabilizar al gobierno de Raúl Castro. La cuestión es que hasta ahora no se ha presentado una sola prueba de la dura acusación. Científicos y especialistas consultados por el Washington Post y el sitio BuzzFeed descartan o minimizan la hipótesis del daño causado. La administración de Donald Trump se lo reportó a la isla el 17 de febrero pasado y ya se transformó en una bola de nieve que pone en riesgo la costosa relación bilateral reconstruida en diciembre de 2014.
El canciller Bruno Rodríguez Parrilla dijo el viernes ante la asamblea general de Naciones Unidas: “Cuba jamás ha perpetrado ni perpetrará acciones de esta naturaleza, ni ha permitido ni permitirá que su territorio sea utilizado por terceros con ese propósito”. Esta declaración siguió la línea de un documento del Ministerio de Relaciones Exteriores que había difundido las medidas adoptadas para investigar los episodios: “Las autoridades cubanas crearon un comité interinstitucional de expertos para el análisis de los hechos; ampliaron y reforzaron las medidas de protección y seguridad a la sede, su personal y las residencias diplomáticas…”.
Citado por medios de su país, el secretario de Estado Rex Tillerson había señalado: “Hacemos responsables a las autoridades cubanas de averiguar quién está llevando a cabo estos ataques no sólo a la salud de nuestros diplomáticos, sino que, como ustedes han visto ahora, hay más casos con otros diplomáticos involucrados”. No los mencionó pero aludía a representantes canadienses. Según la agencia Reuters, un funcionario del gobierno de Ottawa dijo que “desde la perspectiva canadiense no asumiremos automáticamente que esto fue necesariamente intencional”. En el mismo medio se citaba la incredulidad de Mark Entwistle. El ex embajador de Canadá destinado en La Habana entre 1993 y 1997 no dio crédito al ataque: “No es ni siquiera imaginable para mí por la forma en que sé que los cubanos ven el mundo”.
La única cuestión probada hasta el momento fue que EE.UU. expulsó en represalia a dos diplomáticos cubanos el 23 de mayo. Se justificó en que su gobierno no protegió a los funcionarios estadounidenses de La Habana que habrían sufrido problemas cognitivos, lesiones cerebrales leves, migraña, mareos y hasta la pérdida de la audición.
El pedido más concreto para el esclarecimiento del hecho partió desde la Asociación Estadounidense del Servicio Exterior (AFSA). Citada por el Washington Post, la agremiación informó que conversó con diez de los afectados y que “alienta firmemente al Departamento de Estado y al gobierno de Estados Unidos a que hagan todo lo posible para proporcionar atención apropiada a los afectados y a trabajar para garantizar que estos incidentes cesen y no se repitan”. Los hechos denunciados van desde noviembre del 2016 al 21 de agosto último. Habrían afectado a 21 diplomáticos y sus familiares.
Una fuente de La Habana refuta esa acusación con un argumento más doméstico: “Se les dio espacio para investigar y no hubo conclusiones. Es impensable hacer una acción de ese tipo. Porque hay cubanos que trabajan en la embajada y en las residencias de los diplomáticos. Ellos no tuvieron ninguna afectación. Nadie se quejó. Se les desarma así la teoría. Para nosotros es una excusa para tensar las relaciones bilaterales y volverlas a fojas cero, incluso a antes de Obama. Cuba jamás instrumentó algo así. Tres o cuatro veces han ido a hacer estudios en La Habana. Pretendemos desarmar esta campaña mediática hecha por los articuladores de Miami”, le dijo a PáginaI12.
El núcleo más crítico del partido Republicano a las relaciones diplomáticas con Cuba inició una ofensiva política. El senador cubano americano Rubio y sus pares Tom Cotton, Richard Burr, John Cornyn y James Lankford le enviaron una carta a Tillerson pidiéndole la expulsión de todos los diplomáticos de la isla en EE.UU. y el cierre de la embajada en La Habana. Su objetivo es sepultar la política de acercamiento del ex presidente Obama y los 22 memorándums de entendimiento que se firmaron entre las dos naciones en 2015 y 2016.
Utilizan ahora los presuntos ataques sónicos con reminiscencias de la Guerra Fría. Apuestan a la ruptura y avanzan pese a lo que sostuvo la portavoz del Departamento de Estado de su propio país, Heather Nauert: “La realidad es que no sabemos qué o quién ha causado esto”. Tampoco tienen en cuenta lo que opinan varios especialistas. “Daño cerebral y conmociones, no es posible”, le dijo Joseph Pompei a AP. Es un ex investigador del MIT dedicado a la psicoacústica. O Andrew Oxenham, citado por BuzzFeed, del Laboratorio de Percepción y Cognición Auditiva de la Universidad de Minnesota: “No puedo explicarme de ninguna manera que la enfermedad y la pérdida de audición estén relacionadas con un sonido”. El Post también condensó en un artículo el pensamiento de algunos científicos: “Arma secreta cubana a la que se culpa de dañar a diplomáticos estadounidenses suena improbable, dicen expertos”.
En Estados Unidos parece real todo lo aparente. Mucho más cuando se trata de Cuba. Un agente de inteligencia transformado en gurú de los medios de Miami presenta la desopilante teoría de que Hugo Chávez fue inducido a contraer cáncer en La Habana. Se refuerza la idea de que el régimen cubano es “enemigo” de EEUU. Todo el show se emite en vivo y en directo por TV para delicia de las audiencias más anticastristas. Tampoco se descarta la teoría de que estaría involucrado un tercer país en los ataques. La saga del affaire acústico lleva a los dos países en un viaje de ida hacia los mejores tiempos de la Guerra Fría.