PáginaI12 En Francia
Desde París
Los jugadores ya han dispuesto las cartas sobre la mesa. El presidente francés, Emmanuel Macron, firmó las ordenanzas que habilitan un nuevo capítulo de la explosiva reforma laboral. Frente a él, en las filas de la oposición, los sindicatos desunidos y una figura que se fue afianzando con el correr de las elecciones, con el colapso de la derecha y el naufragio del socialismo francés: Jean-Luc Mélenchon, el líder de Francia Insumisa, una de las versiones más genuinas de la izquierda radical que sigue en pie en Europa. Para ambos, la batalla recién comienza. Macron lleva la bandera de las reformas que cambiarán el ultra generoso modelo social francés. Lo impulsan tanto su doble victoria en las elecciones presidenciales de abril y mayo y las legislativas de junio como los beneficios de la recuperación mundial o los heredados del mandato de su predecesor, el ex presidente François Hollande, de quien el actual jefe del Estado fue, a partir de 2014, su ministro de Finanzas. Bajo la presidencia del socialista Hollande se flexibilizaron las reglas del mercado laboral con la ley El-Khomri al tiempo que las empresas gozaron de una menor presión fiscal. Mélenchon vuela igualmente sobre la nube de las mismas elecciones y de una movilización social que, sin alcanzar cimas, se mantiene con todo fiel a los llamados de Francia Insumisa. El es hoy quien detenta el liderazgo de la oposición contra lo que él llama “el rey Macron”. El mandatario está convencido de que sus reformas sacarán a Francia del estancamiento, transformarán el pesimismo en confianza, crearán puestos de trabajo y conquistarán a la opinión pública, es decir, a “la calle”. Mélenchon apuesta por lo contrario: “es la calle quién derrotó a los reyes, la calle la que venció a los nazis y la calle la que hizo retroceder a varios gobiernos”, dijo el sábado pasado durante la marcha opositora convocada en París por Francia Insumisa.
La calle será así el árbitro de esta naciente contienda política. Mélenchon arma la oposición en la calle y Macron le responde que “la democracia no es la calle”. La agenda es todo un manual del combate urbano, a menudo inspirado de las protestas sociales que sacudieron a la Argentina a partir de 2001. Mélenchon invitó el sábado próximo a quienes se oponen a la reforma laboral a hacer el “mayor ruido posible” en todos los barrios con una jornada de cacerolazos (su portavoz, Raquel Garrido, ya publicó en Twitter un manual de instrucciones: https://twitter.com/RaquelGarridoFI/status/911613875308699648). Cuando la reforma laboral emprenda el camino de la ratificación parlamentaria, Francia Insumisa organizará otra gran manifestación bajo el lema “un millón a los Campos Elíseos”. Por el momento, Francia Insumisa y los sindicatos no movilizan más allá de sus propios círculos. La sociedad espera con prudente recelo. Macron consiguió irrigar en la sociedad el aroma liberal sin que nadie se asuste demasiado. La reforma laboral es un primer paso del proceso de transformación que el presidente vendió a los franceses como solución a la crisis. Se vienen otras reformas substanciales como el recorte del impuesto a las empresas, que pasará del 33,2% al 25% de aquí al 2022, un techo al impuesto que pagan las grandes fortunas, el fin de la tasa residencial, medida que beneficia a todo el abanico socioeconómico del país, privatización de empresas públicas y, tal vez, un nuevo cambio del sistema de pensiones con una posible ampliación de la edad legal de jubilación para financiar el déficit público, muy por encima del 3% delPIB tolerado por la Unión Europea. La derecha, el centro y el patronato respaldan el modelo Macron inspirado en las democracias del norte de Europa y arropado en el concepto de flexiseguridad. Su postulado es paradójico:al mismo tiempo que se flexibilizan las reglas se ofrece más seguridad a la clase trabajadora. “Una quimera”, dice la izquierda mélenchonista. Para Jean-Luc Mélenchon, lo que está haciendo Emmanuel Macron, a quien retrató como “la figura más pura del sistema liberal”, es destruir el modelo social francés a través de “un golpe de Estado social”. El jefe del Estado, por el contrario, considera que las ordenanzas que aprobó el viernes 22 de septiembre constituyen una “reforma profunda e inédita del mercado del trabajo, indispensable para nuestra economía y nuestra sociedad”.
El contexto internacional, la recuperación económica de ciertos sectores y las previsiones que apuntan hacia un crecimiento del 2% están a su favor (1,2% durante la última década). Las tres manifestaciones organizadas hasta ahora contra la reforma laboral no trastornaron la relación de fuerzas. Sólo afianzaron la estatura de Mélenchon como eje central del liderazgo opositor. Es una confrontación directa, hombre a hombre, cara a cara, entre dos habilidosos artistas de la retórica y dos adeptos a la historia. Macron, al principio de su mandato, dijo que anhelaba ser un presidente “jupiteriano”. Esta referencia a la mitología griega evoca un poder total, tanto sobre los seres vivientes como sobre los otros dioses. Como narrativa para encarnar “la revuelta” y la insumisión radical Mélenchon extrajo de la mitología la estampa de Espartaco, el esclavo que se levantó contra el imperio Romano. Júpiter y Espartaco se gandulean también en los medios, donde se auto califican diciendo que son portadores de un “pensamiento complejo”. Mélenchon ha situado su ofensiva bajo el signo de la “emancipación”, bajo los cantos de la reencarnación del “enfrentamiento entre el proletariado y la burguesía, que hoy es el del pueblo contra la oligarquía”. Macron continúa con el trazado de su argumento, que es el mismo con el que ganó las elecciones presidenciales y cuya fuente es la racionalidad reformista tan alabada por los organismos internacionales (Banco Mundial, FMI, OCDE). En el medio, lo que está en juego es la dimensión tutelar del Estado francés, la continuidad de su extensa capacidad de intervención y protección social con políticas de bienestar únicas en el mundo. Las “recetas” liberales contra el modelo proteccionista del Estado francés. Las posiciones de ambos son irreconciliables. Macron es la voz y la acción del reformismo liberal a quien los modelos sociales le provocan urticarias, Mélenchon es el canto profundo de las conquistas sociales obtenidas durante décadas de luchas en la calle. A pesar de que cuenta con apenas 17 diputados, Mélenchon es, por ahora, el único espadín de peso que Macron tiene en su camino. La ultraderecha del Frente Nacional que antes pretendía encarnar al pueblo está sumida en los terremotos internos del fracaso en las presidenciales y ha perdido mucho eco en la sociedad. Socialistas y conservadores todavía sufren la indigestión de sus fracturas y de las sucesivas derrotas en la consulta presidencial y legislativa. Sólo han quedado en la arena el triunfante presidente y el líder insumiso. La calle será el territorio donde se dirimirán las próximas batallas. Dos mitologías se confrontan: la liberal y su credo de reformas y recortes, la del Estado social que intenta sobrevivir en un mundo donde hoy es una excentricidad condenada.