Para abordar las obras actuales de Germán Gárgano, habría que tener en cuenta aquel aforismo de F. Nietzsche que dice: “El arte no tiene necesidad de certeza. No tiene por qué preocuparse de saber a dónde va. Va hacia su objetivo, por sí mismo y simplemente, porque algo propio lo impulsa a desplegarse”. Estas palabras del filósofo alemán parecieran escritas como certera definición de las pinturas de Germán Gárgano, esas imágenes que son el resultado de la alianza entre gestos y materia directa que van proponiendo densidades del color, gamas y contrastes, en las que la ambigüedad entre materia y representación marca el tono dominante. Y quiero aclarar que el término “materia directa” apenas deja entrever lo que verdaderamente implica. Ante todo, se trata de un modo de realización donde el gesto vital, en un absoluto salto al vacío, le da un gran protagonismo a la materia, que ya no es un mero instrumento para avalar o describir imágenes del mundo sino que respondiendo a íntimas urgencias expresivas alumbra las formas vivas de las que el primer sorprendido es el propio artista. Reconocemos un mundo de apariencias dinámicas donde todo está en tránsito de transformarse en otra cosa. Al respecto debo recordar que hace varios años en una conferencia, Gárgano afirmó la enigmática frase: “… el trabajo es dar lo que no se tiene”, es decir, estas formas inesperadas que son fruto del gesto accionando la materia.
La mirada multidireccional del artista crea y acopla espacios virtuales que convoca en el plano respondiendo a distintos y a veces opuestos puntos de vista. Ocurre que la tela, es para el artista algo así como un plano receptáculo, dispuesto a recibir las acciones del pintor que nos hace pensar en la noción deleuziana de rizoma, en la que como tubérculos aparecen las más heterogéneas visiones atentando contra la continuidad del espacio como eje organizador, para crecer en los más impensados lugares de la superficie. Y no puedo dejar de evocar aquella reflexión del filósofo Merleau Ponty cuando en una parte de El Ojo y el Espíritu, afirma refiriéndose al pintor: “… es un ser por la confusión, el narcisismo, por inherencia del que ve en lo que ve, y por inherencia del que siente en lo sentido, un ser atrapado en las cosas, que tiene frente y espalda, un pasado y un porvenir”.
Si alguien dijera “ahora”, nos metería en el tiempo, si dijera “aquí”, nos metería en el espacio. La obra de Germán se despliega como la constante imbricación del “ahora” y el “aquí”; a veces predomina la temporalización de espacio y otras la espacialización del tiempo. Su arte –como podemos advertir– muchas veces hace citas o secretos homenajes a la filmografía de grandes directores como Godard o John Ford para nombrar solo a dos de la larga lista de los que el artista admira y de los que ha sabido extraer “agua para su molino”. El cine es el arte más próximo a nuestra contemporaneidad. En la dinámica singular de sus imágenes a veces pareciera estar practicando los trávelin en los que la escena aparece lejana y despoblada, en otros se puebla abruptamente con elocuentes primeros planos y en otros se fusionan los dos momentos anudando lejanías y cercanías.
En sus Lecciones de Estética, Theodor W. Adorno dice: “… el arte, por cierto, es imitación, pero no imitación de un objeto, sino un intento de reproducir a través de su gestualidad y de toda su conducta, un estado en el que no existía la diferencia entre objeto y sujeto, en el que dominaba, por el contrario, la relación de semejanza –y junto con ella, la relación de afinidad entre ambos– en lugar de esa separación antitética que hoy existe entre los dos momentos”. Bien podría suscribir Germán Gárgano estas palabras que van directo al corazón de su arte.
* Artículo incluido en el libro de Raúl Santana, Escritos sobre arte argentino.