Desde Brasilia
La guerra urbana se agravó desde la semana pasada en la favela Rocinha, la más famosa de Río, donde ayer continuaba apostada una decena de blindados del Ejército con sus ametralladoras apuntando hacia los transeúntes. Desde la mirilla de una tanqueta los más de 80 mil vecinos de esa comunidad son vistos como narcos o amigos de los narcos: o sea como potenciales objetivos. “La guerra de las drogas es la guerra del siglo XXI” según la definición del general Antonio Mourão para quien al ingresar en un zona de “marginales” o se mata o se muere.
Esa contienda de militares y policías contra civiles causa inevitables efectos colaterales. Como los cerca de 3.000 chicos, de varias favelas, que ayer faltaron a clases debido a la inminencia de nuevas balaceras, o la señora que colocó una heladera en el ingreso a su casa de donde fue arrancada la puerta al ser alcanzada por proyectiles de uso exclusivo de las Fuerzas Armadas.
Este fin de semana el espectáculo de la guerra en los morros cariocas rivalizó, en audiencia, con los partidos de fútbol y recitales de Rock in Río donde miles de personas corearon “Fuera Temer”.
El presidente de facto había demostrado su avance hacia el autoritarismo al ordenar la movilización del Ejército para la represión política a fines de de mayo en respuesta a la multitudinaria movilización realizada en Brasilia en demanda de elecciones directas y contra el ajuste. El despliegue de tropas de la capital federal fue criticado por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Las críticas no impidieron que el mandatario emita otro decreto, en agosto, por el cual fueron enviados 8 mil militares para restablecer la “ley y el orden” en Río de Janeiro.
De ese modo el régimen de facto utilizaba a las fuerzas de Defensa para la represión social en el estado más castigado por el programa de shock neoliberal como consecuencia del cual tiende a aumentar la población en las favelas.
El impacto de los choques armados en Rocinha relegó a un segundo plano el hecho político más importante del mes protagonizado por el general citado arriba, Antonio Mourao, y el jefe del Ejército Eduaro Villas Boas.
Ante sus “hermanos” de la Masonería, que previamente le habían demandado el uso de la “espada” para restaurar las “buenas costumbres”, Mourão justificó una “intervención” militar. La eventual asonada propuesta por Mourão permitiría refundar el sistema político con líderes “nuevos”. El golpe deseado no tiene plazo de ejecución ni es una certeza. Se trata de un “proceso” que seguirá madurando gradualmente, explicó vistiendo su uniforme de general cuatro estrellas en actividad. Aseguró que sus palabras reflejaban el pensamiento de sus colegas de alto mando del Ejército.
La apología del golpe de segunda generación, para quitar del Planalto a Michel Temer y erradicar la corrupción, fue un acto de insubordinación explícito.
En lugar de sancionar al militar levantisco el jefe del del Ejército Eduardo Villas Boas lo elogió.
Con borceguíes y uniforme camuflado Villas Boas participó en un programa de la cadena Globo cuyo conductor ensalzó su carrera y pidió un aplauso del público, el cual respondió de pie y algunas vivas. La entrevista condescendiente puso de relieve la simpatía, o por lo menos la tolerancia, de la empresa de noticias y entretenimientos Globo con alguna forma de injerencia castrense.
Si los golpes de nuevo tipo, como el perpetrado hace un año en Brasil y el de 2012 en Paraguay, prescindieron de la actuación directa de las Fuerzas Armadas, esto no significa que éstas fueron ajenas a tales movimientos sediciosos. En Brasil los generales, almirantes y brigadieres hicieron nada para garantizar la estabilidad institucional que hubiera permitido la continuidad de Dilma Rousseff, quien era tildada de “subversiva” en los actos del Club Militar que cada 31 de marzo celebra el aniversario del golpe de 1964.
En su tertulia televisada el jefe del Ejército Villas Boas realizó un repaso amable del “período” comprendido entre 1964 y 1985, al que le encomió el crecimiento económico que permitió a Brasil ubicarse entra las primeras potencias económicas del mundo.
En suma, el jefe del Ejército brasileño convalidó la proclama golpista de su subalterno Mourão y tras cartón aseguró que la Constitución contempla la irrupción de los militares si el país estuviera hundido en un “caos”. Algo que por cierto no está escrito en la Carta Magna.
Ninguno de los partidos participantes de la asonada que derrocó a Rousseff se manifestó sobre las declaraciones de los generales.
En cambio Luiz Inácio Lula da Silva dijo, ante dirigentes del PT, estar “preocupado” además de considerar que “la sociedad tiene que tomar las riendas de este proceso (crisis política) y garantizar la democracia”.
El teólogo Leonardo Boff, uno de los principales interlocutores del papa Francisco en Brasil, sostuvo que la degradación del régimen ha dado lugar a una “democracia de bajísima intensidad”.
Que Mourão haya defendido un golpe sin plazo y Villas Boas se sume a sus argumentos y al mismo tiempo asegure que defiende la estabilidad institucional es parte de una acción sicológica preñada de significado político: no existe la certeza de un golpe dentro del golpe, pero sí de que los militares pretenden tutelar al régimen de excepción.
Más: durante su conferencia Mourão expresó duras críticas al PT, a Dilma y a Lula, y remarcó la necesidad de que los jueces quiten de la vida pública a todos los envueltos en casos de corrupción. Lo cual puede ser interpretado como la venia a la proscripción, por vía judicial, del líder del PT de cara a las elecciones de 2018.