En México, la cifra de muertos por el terremoto del 19 de septiembre sigue en aumento. Oficialmente, la cifra llegó a 324, pero de acuerdo a denuncias que se filtran entre el candado mediático y las redes, el gobierno desplazó de los sectores de derrumbes a los rescatistas profesionales y habilitó maquinaria pesada para remover los escombros. Ayer, entre tanto, se realizó una suelta de globos blancos con los nombres de los 19 chicos y seis adultos fallecidos en el derrumbe de la escuela Enrique Rébsamen. Durante una misa, un párroco intentó poner contención allí donde no hay palabras posibles. Las lágrimas y los desmayos apenas si pudieron expresar el dolor de los padres y amigos de las víctimas que lograron acercarse. Lejos de la escuela, pero en tono con las denuncias de los rescatistas, la Iglesia mexicana instó al gobierno a atender en forma inmediata a las víctimas porque se despertará “el odio del pueblo”.
Los 19 niños del colegio privado Enrique Rébsamen y seis adultos que murieron al derrumbarse el edificio de cuatro niveles por el sismo del martes fueron despedidos por padres, amigos y familiares, que lanzaron al aire globos blancos con los nombres de las pequeñas víctimas.
“¡Hasta siempre, mi amor!”, se escuchó atravesar el silencio. Había surgido del cuerpo de una madre, la mamá de Karen, una de las nenas fallecidas entre los escombros. El grito anticipó al vacío, y con el vacío, el desmayo. La mujer fue auxiliada por su pareja mientras un enorme nudo atragantaba las lágrimas de la multitud. Cómo soportar tanto dolor. Eso mismo se preguntaban alrededor, mientras a los familiares de los chiquitos muertos tanto dolor les resultaba insoportable.
“En ocasiones no entendemos las cosas, no comprendemos cómo se arrebata la vida de angelitos que apenas empiezan a vivir”, dijo el párroco durante la misa, realizada en el jardín de la parroquia del Carmen y San José, en la calle Brujas del barrio Villa Coapa, al sureste de la capital, la misma donde se produjo la tragedia. Los y las rescatistas (porque son muchas las mujeres que se incorporaron en esas tareas voluntaria o profesionalmente), madres y padres de las víctimas, levantaron sus puños, la señal de silencio –que utilizan durante las tareas de remoción y que se convirtió en un símbolo de la tensión y solidaridad del pueblo mexicano–. Había que estar allí, en ese parque, donde hablar representaba el riesgo de llamar al llanto.
“No imagino lo que están sufriendo los padres en este momento, nadie puede imaginar su dolor. Lo único que les dije y que les deseo es su pronta resignación, más no se puede hacer por ellos”, señaló Carmen Vela, vecina de la escuela.
“Mi amiga Angélica murió ahí aplastada, le traje una carta donde le digo lo mucho que la quería”, dijo como pudo Rogelio, un alumno de quinto grado.
Durante la ceremonia de despedida leyeron los nombres de los pequeños y adultos que murieron y de quienes aún están hospitalizados.
Uno de los padres dijo que “a los niños que salieron ilesos físicamente, pero no emocionalmente, les ayudó decirle adiós a sus amigos y saber que no son los únicos que sienten dolor”.
Aunque cada una de las escenas alrededor de los derrumbes sea imposible de comparar con otras, lo ocurrido en el colegio es posible que quede grabado como imagen del sismo de la coincidencia trágica, ya que ocurrió exactamente el mismo día, 32 años después, del más trágico de la historia de México, con miles de muertos.
Hasta ayer, las cifras oficiales señalaban 324 muertes, siendo la capital del país la que registró más víctimas, con 186; 73 en Morelos, 45 en Puebla, 13 en el Estado de México, seis en Guerrero y uno en Oaxaca.
Mientras, un video que se viralizó en las redes muestra una asamblea de rescatistas en la que el que lleva la palabra insta a denunciar la intervención gubernamental, que según la denuncia, desplazó con tropas a los especialistas para comenzar a retirar escombros con palas mecánicas.