Una frase recorre Unión por la Patria: “No la vimos venir”. Se refiere a la ola de votantes de Javier Milei, y sobre todo a los votantes de barrios populares, de ésos que antiguamente eran llamados “barrios peronistas”.
Pero es una frase injusta, porque hay quienes sí la vieron venir. Docentes, sacerdotes, pastores y personas a cargo de comedores populares se asombraban ya a principios de 2022 por la profusión de chicos y chicas que simpatizaban con Milei. A mediados de ese año la gente más perceptiva notó que de la simpatía y la atención se había pasado a la identificación. Milei ya era el depósito donde cada uno podía poner su frustración por el presente, por la inflación o por la incertidumbre.
No era muy difícil verla venir. Bastaba con tener curiosidad por lo que ocurría por debajo de las frases hechas y ganas de entender, de convencer, de persuadir. Así, modestamente.
La derrota de Unión por la Patria frente a Milei, categórica y federal como fue, permite completar el cuadro de situación. Un día después, cientos de miles de personas que habían ejercido algún tipo de militancia experimentaron un sentimiento que la mayoría expresó así: “Estoy desolado”. O desolada. Son muchas las preguntas hacia el futuro. ¿Milei hará todo lo que prometió? ¿Querrá? Y si quiere, ¿podrá? Y si Milei insiste y cree que puede, ¿qué tipo de oposición efectiva podrán ejercer quienes rechazan ser los conejitos de indias de un experimento ultraliberal de derecha extrema? ¿Habrá liderazgo? ¿Será individual o colectivo? ¿Abierto o excluyente?
Es natural que nadie pueda contestar esa ristra de preguntas horas después del balotaje, encima durante un feriado tan pero tan extraño. Un 20 de noviembre de 2023 que pasará a la historia porque el presidente electo anuncia la desnacionalización de YPF justo el día en que se conmemora la soberanía nacional.
Pero sin contestar preguntas, ¿es humano no preocuparse por contener a una militancia que se rompió el lomo en una batalla desigual contra la aritmética del Milei + Bullrich?
Hay miedo. En especial entre la gente más joven, la que tiene la misma edad que los primeros votantes o un poquito más.
Nadie espera garantías sobre el futuro. Por otra parte, ¿quién podría darlas? Solo una palabra de agradecimiento, un abrazo simbólico, un reconocimiento colectivo que vaya más allá de un tuit. Una carta abierta.
Si es tan difícil acordarse de los propios, no hay que extrañarse de que un elefante haya nacido y crecido sin que nadie lo haya visto. Como en la vida, en política la distancia se paga. Se paga muy caro.