G27 penes enormes, estilizados, icónicos y con sus testículos aparecen grafiteados con técnica rudimentaria, a evidente mano alzada y con aerosol de pintura roja en parabrisas, capots, puertas y techos de coches de 27 profesores, en el estacionamiento de una secundaria estadounidense. ¿Quién fue el vándalo? Un estudiante, Dylan, es el principal sospechoso para las autoridades escolares por su historial como penígrafo serial en el pizarrón y su fama youtuber como lanzador de pedos frente a bebés.
American Vandal, flamante documental apócrifo de Netflix, desarrolla esa ficción sobre investigadores, chotas y alumnos de preparatoria con toda la seriedad del formato de “investigación” y un tácito y ronco humor. El juego del verosímil es la gran carta de esta miniserie que se hace pasar por documental y resulta ser uno pegadizo, ridículo y muy divertido.
El formato es el mensaje: el “documental-criminal” tiene el plus de encerrar una adivinanza, un ejercicio de suspenso que se mantiene hasta descubrir quién es el vándalo americano, o bien cómo se construye a un sospechoso. Como el irresistible The Jinx (“El mufa”), un delicioso, atrapante docu-policial de 2015, éste basado en hechos reales, sobre Robert Durst, cuya vida estaba rodeada de muertes sospechosas y homicidios borrosos, y al que la Justicia no lograba condenar. Sólo que American Vandal es ficción; y que su intriga sobre quién pintó las garchas redunda en una detectivesca travesía de ocho episodios que husmean entre la represión educativa, los prejuicios, los imbéciles, las redes sociales y el humor de temática fálica.
La convicción del formato atrae e involucra rápido. Sus entrevistas, inserts, gráficos, charlas-backstage y demás recursos de investigación televisiva la hacen extraña, curiosamente magnética. Y con momentos de risa fuerte: como cuando los peritos notan que no todas las garompas grafiteadas presentan pelos en las pelotas, una marca de estilo que podría torcer el rumbo de la investigación. Así se argumenta.