Recientemente, tuve el privilegio de conocer el Laboratorio de Robótica Educativa "Luciano Gallino" en la Universidad de Turín, Italia. Un espacio de avanzada que por unos minutos me permitió abrir una ventana al futuro cercano para desde allí, traer algunas reflexiones y quizás más aun, una serie de preocupaciones sobre la comunicación, la educación y las tecnologías.
Durante la visita, en la que fuimos invitados a presentar los resultados del trabajo de la Defensoría del Publico en una conferencia sobre inteligencia artificial y alfabetización mediática, tuve la oportunidad de interactuar con PEPEER, uno de los dos prototipos que se están entrenando para su utilización en entornos educativos. Este robot estaba siendo evaluado para asistir a estudiantes de diversas edades, desde escuela primaria hasta aquellos en sus primeros años de universidad, una etapa crítica en la que a menudo se produce la deserción.
Se compartieron relatos que destacaban la asistencia brindada a niños y niñas con dificultades de aprendizaje o distintas discapacidades. Estos testimonios incluían experimentos con estrategias de apoyo basadas en el reconocimiento de las emociones de los estudiantes. El robot, con su apariencia amigable y su rostro aniñado envuelto en una carcasa de juguete, tenía la capacidad de establecer conexiones emocionales con estudiantes y, en función de estas y su edad, adaptar sus formas e intercambios. Esto planteó la primera pregunta de si el robot podría experimentar empatía, un sentimiento tradicionalmente humano que implica comprender las emociones y sentimientos de los demás.
Esta reflexión nos lleva a un segundo punto. ¿Podría esta tecnología, que parece un simple juguete amigable, ser la encarnación de modelos de lenguaje generativos, como Chat GPT? En otras palabras, ¿podrían estos modelos adquirir una presencia física y, además, ser capaces de reconocer las emociones de las personas con las que interactúan para ajustar sus respuestas y estrategias pedagógicas en consecuencia? Esto sería lo que Carlos Scolari deslizó en ese encuentro que compartimos, y que se retoma aquí como la antropomorfización de la inteligencia artificial generativa, una idea que circuló allí vagamente pero que aún resuena en el ambiente. Darle cuerpo a Bing, Bard o al propio GPT parece algo lejano, pero en ese espacio por un momento al menos se hizo presente.
Pero la cosa no quedaba allí, porque se le suma este reconocimiento de las emociones que actúa como una especie de "meta-prompt" como una directriz que superpone y moldea el contenido en desarrollo, permitiendo al robot integrar las reacciones emocionales del estudiante en su interacción y ajustar las respuestas según quien esté en frente muestre estar a gusto, enojado o atento a lo que se le explica.
Probablemente estemos presenciando una convergencia entre dos tecnologías ya existentes: robots y modelos de lenguaje con capacidades comunicativas avanzadas, que no solo responden preguntas, sino que también redirigen sus respuestas y contenidos específicos en función de las emociones de quienes los rodean. Esto plantea un nuevo escenario, en el que la tecnología se adapta a la experiencia del estudiante.
Sin embargo, intentando no entrar en la antigua dicotomía de ser apocalípticos o integrados propuesta por Umberto Eco, es importante considerar cómo estas tecnologías pueden ser utilizadas. La conjunción de inteligencia artificial generativa corporeizada y sistemas de reconocimiento emocional podría representar un desafío significativo para la labor docente. Aunque no se puede afirmar que esto avanzará linealmente, es al menos preocupante ver que todas las piezas del rompecabezas están disponibles y que algunos, con buenas intenciones, intentan ensamblarlas.
Ernesto Fernández Polcuch, director de la Oficina Regional de Unesco Montevideo sostiene por ejemplo, que la inteligencia artificial no reemplazará a los profesores, sino que debería ser una herramienta que agregue valor al proceso de enseñanza-aprendizaje. No obstante, aún no está claro cómo lograr esta complementación.
Neil Selwyn, plantea una cuestión crucial en el título de su libro: ¿Deberían los robots sustituir a los profesores? La respuesta, como sugiere, es "probablemente…si lo permitimos". Existe un interés creciente en la automatización de tareas docentes específicas, como el registro de asistencia y la calificación. Dado el uso cada vez más extendido de tecnologías, es necesario determinar qué queremos que suceda con ellas con claridad y con un direccionamiento político-pedagógico.
Es esencial reconocer que la educación es un proceso profundamente social y, por ende, humano. A medida que enfrentamos desafíos educativos no solo en Argentina sino en todo el mundo, con una infraestructura educativa arraigada en la modernidad del siglo XIX, gestionada por profesionales formados en el siglo XX y estudiantes nacidos en el siglo XXI, es fundamental abordar estas problemáticas de manera reflexiva y cuidadosa.
Las decisiones sobre cómo avanzar en la posible incorporación de nuevas tecnologías deben tener en cuenta la perspectiva humanista de aliviar la carga de trabajo docente y brindar apoyo a quienes más lo necesitan. Al mismo tiempo, es crucial evitar que estas decisiones se tomen por motivos económicos, como el ahorro de costos en el estado o la evasión de estructuras sindicales y laborales, tan de moda en estos tiempos.
En conclusión: anticipar los riesgos y oportunidades de estas hibridaciones es esencial, no para ser alarmistas, sino para comprender y estudiar estos fenómenos en medio de la actual revolución tecnológica. Debemos asegurarnos que la integración de nuevas herramientas, no socave la posición docente, sino que la fortalezca mejorando la calidad de la educación, fomentando la inclusión y sobre todo habilitando cada vez más la diversidad en las aulas.
* Doctor en Comunicación, Jefe de Departamento en la Dirección de Capacitación y Promoción de la Defensoría del Público. Profesor titular de la FPyCS de la UNLP.