Antes de partir hacia la clandestinidad, Emanuel Zunz jura que el responsable del desfalco por el cual su vida se está malogrando es el gerente de la empresa que hasta entonces lo había empleado. Su hija, que sin reservas decide creerle, guardará el secreto con odio contumaz. Así, a partir de este y otros pormenores, Borges construye Emma Zunz (1), el relato cuya homónima protagonista animará al concebir un temerario plan con que vengar la muerte (para ella suicidio) de su padre, acaecida años después de aquella revelación determinante. En efecto, con el pretexto de brindar detalles sobre una huelga, Emma conviene una entrevista con Aarón Loewenthal, el gerente sindicado como autor del delito, pero ahora devenido dueño de la empresa en que ella misma trabaja. Previamente, y a pesar del "temor casi patológico" que el sexo le inspira, la joven se vende por unos pesos a un rudo marinero del puerto, para luego, con la huella de la ignominia aún en su cuerpo, acudir a la cita previamente concertada. Desde la madrugada anterior, Emma Zunz ha esperado el momento en que, revolver en mano, le hará confesar al infame el delito que sellara la suerte de su padre. Pero una vez frente al patrón, la muchacha es invadida por el odio que la reciente humillación le ha provocado ‑esa "cosa horrible" que su papá le hacía a su mamá, tal como coligió durante el sórdido encuentro con el marinero‑; y así, omitiendo toda mención a su finado progenitor, descerraja al empresario dos tiros para tumbarlo primero y uno para rematarlo después.

 

¿De qué se venga Emma? El hombre está convocado para facilitar a su compañera la relación con la Otra.

 

Lo demás ya estaba cantado: la muchacha denuncia el extremo proceder al que un presunto abuso del hombre la habría obligado. Emma queda libre de culpa y cargo. El narrador de Borges concluye: "La historia era increíble, en efecto, pero se impuso a todos, porque sustancialmente era cierta. Verdadero era el tono de Emma Zunz, verdadero el pudor, verdadero el odio. Verdadero también el ultraje que había padecido; sólo eran falsas las circunstancias, la hora y uno o dos nombres propios".

Ciertamente aquí está convocada la dimensión más oscura y traumática del Edipo: la relación que ambos sexos sostienen con la mujer en tanto alteridad radical. ¿De qué se venga Emma entonces? ¿A quién mata? Mal que le pese a nuestra frágil impostura machista, el hombre está ‑antes que nada‑ convocado para facilitar a su compañera la relación con esa Otra que toda mujer arrastra en sí misma; tal como Freud ‑no después de amargos sinsabores‑ coligió cuando, desechando toda complementariedad sexual, ubicó a la madre como el objeto primordial para ambos sexos (2). (Pero ay del hombre que retrocede ante esa decisiva tarea). Dice Borges: "Ante Aarón Loewenthal, más que la urgencia de vengar a su padre, Emma sintió la de castigar el ultraje padecido por ello. No podía no matarlo, después de esa minuciosa deshonra". Si por un instante consideramos una disimetría en la doble negación que esta última frase enuncia, aceptaremos que un resto de ese padre que Emma mataba en Loewenthal permanece vivo. A su manera, Borges lo corrobora cuando expresa: "...la muerte de su padre era lo único que había sucedido en el mundo y seguiría sucediendo sin fin".

1) Jorge Luis Borges, Emma Zunz en O.C. I, María Kodama y Emecé Editores, Barcelona, 1989.

2) Sigmund Freud, Presentación autobiográfica en A. E. volumen 20.