PáginaI12 En Gran Bretaña
Desde Londres
La política es impredecible en el Reino Unido, Argentina o cualquier democracia, central o periférica. A cinco meses de ser ninguneado de cara a las elecciones de Junio que anticipaban una victoria demoledora de los conservadores, el líder del Partido Laborista, Jeremy Corbyn fue coreado ayer como una estrella de rock y se presentó con incuestionable credibilidad como el próximo primer ministro en el Congreso Anual del Partido Laborista celebrado en Brigton. “Estamos en la antesala del gobierno. Hay un nuevo consenso que surgió del crash de 2008 y años de austeridad. Este año, 2017, es el año en el que la política finalmente sintonizó con lo sucedido en la economía de 2008. Nosotros hoy somos el consenso”, dijo Corbyn a una audiencia que explotaba en aplausos permanentes.
Con el gobierno conservador desorientado y profundamente dividido por el Brexit, con una economía que está sintiendo el impacto de la lenta, negociada ruptura con la Unión Europea (UE), con la caída de la libra y el aumento de la inflación, con salarios congelados y atentados terroristas, con el incendio de la Torre de Grenfell en junio que mostró las profundas fisuras de la sociedad, Corbyn prometió un país “for the many and not the few” al fin de un discurso que terminó con los cientos de delegados de pie cantando “power to the people”. La retórica no es nueva. La novedad es que, lejos de ser percibida como parte de una protesta testimonial y folclórica, la propuesta laborista ha ganado un alto grado de aceptación en la sociedad británica. En su última edición, nada más y nada menos que el The Economist, ponía a Corbyn en su portada y un título revelador: “The most likely next prime minister” (el más probable nuevo primer ministro)
Denostado durante los más de 30 años en que fue un parlamentario de la izquierda laborista, perseguido mediáticamente desde que fue electo líder del partido en 2014, Corbyn hoy es mucho más popular que la primer ministra Theresa May, parangón hasta mayo de eficiencia y previsibilidad. Y no es solo Corbyn. El laborismo ha consolidado desde las elecciones de junio unos cuatro puntos de ventaja en las encuestas sobre los conservadores, algo que apenas sorprende en la dinámica diaria que el Brexit le ha impuesto a la política británica.
Mientras los ministros y diputados conservadores se pelean públicamente sobre el tipo de Brexit que quieren y cometen furcio tras furcio con la UE, en la conferencia anual Laborista las divisiones y guerras abiertas que hubo en los primeros tres meses del año entre Blairistas y Corbynistas han desaparecido o han quedado relegados por este aroma a poder que exhala hoy el laborismo.
Corbyn no tuvo que dejar ningún principio en el camino para lograr este vuelco. En la congreso en Brighton el líder laborista reivindicó los temas y el lenguaje que dio origen al partido a fines del siglo XIX, y le dio un sabor de siglo XXI en el que no descartó hablar del “peligro”, pero también de la “oportunidad” que significan los avances de la robótica “si la ponemos al servicio del pueblo”. En 75 minutos de discurso, atacó la Austeridad y un Thatcherismo que han dejado un modelo que ha fracasado como –indicó con cierto regocijo– señaló recientemente el Financial Times al decir que “estamos igual que cuando fue el estallido financiero de 2008”.
El programa Corbynista, encapsulado en la exitosa plataforma partidaria de las elecciones de junio, prometió el fin del virtual congelamiento salarial estatal, vigente desde que los conservadores asumieron el poder en 2010, terminar con los sistemas de inversión público-privada que resultaron en deudas para el sector público y pingues ganancias para el sector privado, con frecuencia manejadas desde una sociedad opaca en un paraíso fiscal, e insistió una y otra vez en la necesidad de un nuevo modelo que gire en torno a la inversión en infraestructura, vivienda, salud y educación, y en una reforma fiscal progresiva en la que el 5% más rico de la sociedad y las corporaciones contribuyan más y se ataque frontalmente la evasión offshore que desfinancia al estado y es una de las razones profundas del déficit fiscal.
En cuanto al Brexit, el Corbynismo logró plasmar durante el verano una posición que lo mantiene más allá de las tensiones que desgarran al partido Conservador entre los que quieren un nuevo referendo sobre la permanencia en la Unión Europea y los que están a favor de un Brexit que respete el resultado del referendo de junio del año pasado. El laborismo propone un acuerdo con la UE que le dé prioridad a las ventajas económicas del bloque, una transición de cuatro años en la que el Reino Unido permanezca en el mercado unificado europeo y la Unión Aduanera (idea que los conservadores copiaron, pero reduciéndolo a dos años) y quieren una votación parlamentaria y popular sobre el acuerdo al que se llegue, puerta entornada para una posible permanencia en la UE.
En todos estos puntos el partido de Corbyn, hasta hace poco pintado como la izquierda dura británica, está mucho más cerca de los empresarios y la city (y los sindicatos) que los conservadores. Las diferencias que existen respecto a la UE en el interior del partido son más estratégicas. Los Blairistas buscan volver al status quo previo o a un Brexit tan soft que resulte casi idéntico al que existía antes del referéndum. Corbyn y su portavoz en economía y virtual número dos, John Mc Donnell, apoyan la agenda social de la UE y la unidad transeuropea como contrapeso a Estados Unidos y China, pero tienen reservas a la agenda neoliberal que se ha filtrado en la UE desde fines de los 80. Esta agenda podría ser un obstáculo para el estímulo fiscal y el intervencionismo estatal que propugna el Corbynismo, pero por el momento, pertenece a un futuro lejano: el presente es el poder.
Críticos como la periodista Polly Toynbee, nieta de uno de los máximos historiadores británicos del siglo XX, autora de varios libros sobre la situación social en el Reino Unido y perteneciente a una escisión por derecha del laborismo en la época de Thatcher, simboliza este cambio de opinión que hay dentro del partido y en algunos sectores a nivel nacional sobre Corbyn.
En vísperas del discurso ante el Congreso anual, Toynbee reconoció en un artículo en el The Guardian que había sido muy crítica del Corbynismo, pero que ha cambiado por completo en los últimos meses. “Es asombroso como abrazaron el pragmatismo. Es cierto que Corbyn tiene principios muy sólidos, pero el brillante manifiesto electoral que cambió el rumbo de la elección de junio, fue una política perfectamente calibrada. Las promesas de inversiones tenían un perfecto equilibrio demográfico, a los jóvenes con políticas específicas sobre los aranceles universitarios, a los viejos con garantías a sus pensiones, todo esto financiado con una política impositiva que descartaba aumentos para el conjunto de la población, pero incrementaba la presión tributaria en el 5% más rico y las corporaciones. El pragmatismo se ve hoy con la manera tan hábil que están toreando las diferencias internas sobre el Brexit. Corbyn está a favor de la inmigración, pero no tanto del mercado unificado, pero sabe que su partido está mayoritariamente a favor del mercado unificado. Y también sabe que en el norte de Inglaterra muchos votaron a favor del Brexit. Ha logrado tener una posición coherente que apuesta al tiempo y no ofende a nadie”, señaló en su columna Toynbee.
El optimismo reinante en el Congreso anual precisa un poco de contexto. Los conservadores obtuvieron una victoria pírrica en junio que los dejó en minoría parlamentaria, pero con un mandato de cinco años que expira en mayo de 2022. En la práctica May podría renunciar antes de navidades o arrastrar su gobierno por un mar de crisis internas hasta concluir en marzo de 2019 el Brexit y dejarle al próximo líder conservador y primer ministro que lidie con la resaca del acuerdo.
“Nadie puede predecir nada hoy en día. Corbyn puede ser primer ministro el año próximo, en cinco años o nunca. El desastre del Brexit y su impacto político y económico es igualmente imprevisible. Pero el laborismo gana credibilidad día a día, su equipo dirigente es impecable y se nota también en el desempeño de alcaldes y jefes municipales laboristas en comparación con los conservadores de Kensington y Chelsea. Aún así, la dura verdad es que la suerte del laborismo depende menos de su propio talento que de la impredecible fortuna e irracionalidad antieuropea del caótico partido que hoy gobierna el país”, señaló en The Guardian Toynbee.