Nadie, visto de cerca, es normal. Vivir sola en una cabaña puede ser una experiencia demasiado intensa. “Quiero alejar las paredes a empujones y que el piso de piedra se convierta en arena. En interiores digo cosas tan despiadadas y tontas, las paredes, el piso y el techo extraen de mí unas tonterías tan ácidas. Me pongo a la defensiva, crítica, intratable y remota. ¡Imposible! No, hay veces en que los hombres y las mujeres no deben estar adentro de las habitaciones”, revela la narradora de esta criatura textual anfibia –a mitad de camino entre el relato y la novela– que es Estanque (Eterna Cadencia), primer libro de la escritora británica Claire-Louise Bennett, que participará del panel “La palabra justa” en el 9° Festival Internacional de Literatura en Buenos Aires (Filba), junto a Inés Acevedo y Tomás Downey, hoy a las 18.30 en el Malba. Más allá de las preocupaciones domésticas, por ejemplo los achaques de una vieja cocina o la referencia a un libro que está leyendo, “el diario de la última persona viva”, todo suena en ese paisaje rural: “Escuchaba un escarabajito que me cruzaba la frente bordeándome el nacimiento del pelo. Escuchaba una araña que venía por el pasto a la manta… Cada sonido era un peldaño que me llevaba más y más arriba, y de esta forma me era posible llegar muy alto, trepar más allá de las nubes hacia una exuberancia aviar, donde no hay nada en absoluto salvo una luz continua y hectáreas de azul”.
El Filba siempre despliega un as en la manga: un escritor o escritora para descubrir. Bennett –que nació y creció en Wiltshire, en el suroeste de Inglaterra– tiene un aire de mujer distante, como si sus pensamientos estuvieran en otra parte, amputados de su cuerpo que visita por primera vez Buenos Aires. Esta lejanía o escisión se eclipsa a medida que habla con PáginaI12 sobre Estanque, traducido por Laura Wittner. La crítica en lengua inglesa ha celebrado el debut de la narradora británica. “Al igual que Lydia Davis, Bennett toma un estado de ánimo estrechamente asociado a la locura y lo coloca en entornos que son totalmente domésticos, mundanos. El resultado es ferviente y terrible”, se lee en un artículo de The New Yorker.
–En un momento la narradora recuerda los correos electrónicos que se escribía con un novio y plantea: “Nunca podrá volver a escribir mensajes así por primera vez”. ¿Ese uso del lenguaje, como si nunca antes lo hubiera usado, es lo que intentó poner en práctica en Estanque?
–Esa es una linda idea, pero no fue así (risas). Está bueno que dé esa impresión de frescura. Algunas personas me dijeron que podía ser como el fluir de la conciencia, pero ese término me parece irritante porque para mí el texto es una especie de paisaje desparejo y yo era consciente de las diferentes cualidades que quería que tuviera. Me puse a pensar en el texto como si fuera una cosa material. Hay partes que fluyen suavemente y otras que son como los nudos de la madera. Quería que el lector experimentara lo desparejo porque para mí era lo más honesto.
–La narradora dice que el inglés no es su primera lengua, que todavía no descubrió cuál es su primera lengua y que le encanta el sonido del alemán. ¿Cuál es la primera lengua de una escritora como usted?
–No sé… El lenguaje puede ser muy limitado. La relación entre el lenguaje y la realidad es muy curiosa porque la escritura no ocurre de forma separada. El acto de escribir impacta sobre la conciencia. El inglés es mi lengua madre y yo aprendí un poco de alemán. Esta mañana estaba escuchando un lieder, un ciclo de canciones de (Franz) Schubert que se llama Winterreise (Viaje de invierno). A pesar de que no entiendo la letra, hay algo que pertenece a mi mundo imaginado. El sonido de la lengua es muy importante para mí. Con mucha frecuencia la gente se refiere a la voz, un término problemático. Yo lo concibo más como una respiración. El concepto de voz es demasiado individual, mientras que el concepto de respiración transmite una sensación de mayor expansión.
–¿Cómo explica la tensión que se percibe entre movimiento y quietud, especialmente cuando la narradora advierte que “es la quietud traicionera lo que no puedo soportar”?
–La narradora se siente bien contenida por el entorno que la rodea porque esa quietud genera una oportunidad para que aumente la conciencia. Pero al mismo tiempo puede sentirse muy difusa en esa soledad, algo que exploré en la historia “Mañana, 1908”. En este relato ella está sola, caminando, y ve a un joven en una carretera muy solitaria que se acerca. En ese momento se siente muy vulnerable y piensa que quizá si él la atacara no sucedería gran cosa. Esta es una idea incómoda y me sentí sorprendida. Pero luego entendí que el significado es que ella había llegado a un punto en el cual su inmersión en su entorno era tan profunda que era como si no tuviera fronteras.
–El nivel de observación de esta narradora es apabullante. Va un ejemplo: “sacudan un puñado de almendras fileteadas y verán que se parecen mucho a uñas desprendidas de una mano que acaba de ver la luz”. ¿Cómo se sostiene este nivel de observación?
–Yo llegué a este principio a través del escritor italiano Italo Calvino, cuando él se refiere a la yuxtaposición que existe entre la vaguedad y la precisión. Algunas cuestiones son plasmadas de una manera muy intensa, pero hay otras que son nimias.
–¿Qué relación hay entre la escritura de este libro con sus propias experiencias?
–Yo he estado en soledad durante largos períodos de mi vida. Muchos libros están llenos de personajes, de relaciones, de vínculos, de diálogos… Yo quería escribir un relato desde un lugar distinto. Un editor muy importante del Reino Unido leyó una versión preliminar de Estanque y me dijo: “me gusta el libro, pero tienen que pasar más cosas y tiene que haber más personajes”. Entonces le respondí: “no es el libro que yo escribí” (risas).
–De la anécdota se desprende una pregunta: ¿Por qué cuesta pensar la soledad?
–La soledad es interpretada como una especie de fracaso de algún tipo, un fracaso a la hora de integrarse en sociedad. La gente es muy suspicaz con respecto a las mujeres solitarias. Hay una tradición muy arraigada de hombres solitarios y ermitaños, uno famoso es Henry David Thoreau, el autor de Walden. La imagen del artista masculino en una situación de soledad está rodeada de una profunda introspección y espiritualidad, un viaje de autodescubrimiento, mientras que si una mujer vive sola probablemente significa que es una vieja fea y gorda. Nadie la quiere y fue rechazada; es una figura que merece pena, lástima y temor. En una de las historias de Estanque, que ocurre después de Navidad, ella tira el acebo al fuego y alude a la brujería. Después se ríe y se da cuenta de que no necesita rituales ni hechizos. La noción de la bruja permanece vigente en el siglo XXI. La imagen de la bruja, de la mujer solitaria, causa cierta incomodidad en nuestras sociedades.