Estaba a punto de escribir sobre literatura pero de pronto me dije, a la manera de Beckett, para empezar hablemos de otra cosa. Hablemos de la misión restauradora que anima a este gobierno, de su espíritu conservador y reaccionario envuelto en los engañosos matices de un neoliberalismo tan feroz como sonriente, tan habituado a la mentira como desapegado de cualquier principio que contenga un valor social incluyente.
Por cierto, no estoy diciendo nada nuevo, ni siquiera dispongo de información reservada ni tampoco me guían las estadísticas que sí parecen guiar a los políticos. Cuento más bien con mis lecturas, mis observaciones y (¡ay…!) mis años. Todo lo cual (sabemos) puede resultar insuficiente, aunque –también es cierto– puede alcanzar para diseñar algunas conclusiones.
Una de ellas me lleva a considerar el comportamiento político (y sociocultural) de un amplio sector de la clase media y de la clase alta argentinas. El amplio sector –no la totalidad– de la clase media al que me refiero es, digamos, estructuralmente aspiracional: busca pertenecer, ascender, diferenciarse. Su meta ideal, el mentor de sus gustos y aspiraciones –poco importa que se cumplan o no– está situado en la clase dirigencial, alta, oligárquica, donde se concentra la riqueza. Con este último grupo, el sector de clase media del que hablo, sólo comparte una extraña o, más bien, una notable pasión adversativa: el antiperonismo.
Ocurre como si el antiperonismo legitimara su “blancura”, su salud moral, su presunta convicción democrática, sus sentimientos liberales, su espinazo ético, su acceso, en fin, a todo aquello que suele identificarse con “lo bien”. Es ese grupo el que brinda su apoyo a Macri y al que está dirigida, de manera totalizante y oligopólica, la información doctrinaria de más del ochenta por ciento de los medios actuales en la Argentina.
Pero volviendo, si se me permite, a la mirada sociológica, vale la pena, supongo, señalar algunos matices diferenciales dentro de la clase media aludida: hay un no peronismo de izquierda que pertenece de algún modo a ciertos grupos ilustrados de la clase media, pero ese no peronismo dista de ser lo que en términos populares se distingue como “gorila”. Es un antiperonismo crítico que no se expresa en la mera furia emotiva, personalizada, anecdótica y, digamos, erróneamente moralista.
El gobierno de Macri, ocupado ahora más que nunca en profundizar la fractura social, apela al “gorilismo” –específicamente reducido a la actitud “anti K”–, exacerba el ánimo condenatorio, la estigmatización insistente, el clasismo manifiesto y, ya con el caso Maldonado encima, el racismo más desfachatado que cabía esperar. Una parte de la clase media en cuestión aplaude esa reprobación persecutoria alentada hasta el cansancio por los medios más fuertes de la Argentina.
Es el triunfo abstracto de los títulos y de las consignas retratistas que invalidan.
Para ese sector de la clase media, es natural tragar –sin digerir– el inaceptable embuste que identifica a los mapuches con las guerrillas más improbables o descabelladas. En consecuencia se los odia, son un peligro y una afrenta. Así odiaron a los “cabecitas negras” hace sesenta años. Así siguen, hoy también, aferrados a la teoría de los dos demonios, pero ocultando –acaso por delicadeza, culpa o vergüenza– que en los años de la última dictadura la aprobaron de manera cerrada.
Por supuesto, los tiempos cambiaron y hoy el mensaje macrista carece de razonamientos políticos: no cree en ellos. El mensaje macrista adopta las herramientas subliminales que definen a la oleada neoliberal planetaria. Breves discurso que no dicen nada, salvo enunciados incorpóreos que apuntan a las emociones fáciles o inmediatas, frases vaciadas de sentido, mentiras que se repiten hasta que se vuelven verdades. Por lo regular prevalece el neolenguaje gerencial y abundan los entrenadores motivacionales.
Además, no se tiene en cuenta el pasado, o sea que, de alguna manera, se procura arrasar con la memoria, por eso “Belgrano fue un gran emprendedor” y los próceres de la Independencia debieron sentirse avergonzados por no disculparse ante los españoles colonialistas. Francamente, nunca se vio nada igual.
Tengo que añadir que, del mismo modo que no se tiene en cuenta el pasado tampoco se tiene en cuenta al propio país, a sus habitantes más numerosos, a los grupos menos favorecidos. El macrismo apunta a la falsa exaltación del individuo para ir borrando la interacción colectiva que es la política misma.
Para el caso, viene a mano una idea precisa del pensador coreano Byung-Chul Han: “Al esclavo neoliberal le es extraña la soberanía”. El esclavo neoliberal es el que cree ser independiente y amo de sí mismo, es decir un “emprendedor” no asalariado, que trabaja prácticamente todo el día pegado a su celular y nada de lo que pasa afuera le importa demasiado. Desde ya, se trata del “ciudadano” apropiado para el desarrollo macrista, alguien ajeno a la idea de soberanía (idea que tan fácilmente tildan de “populismo” o nacionalismo), que no advierte ni le interesa que en algunos mapas omitan las Malvinas y en otros a la misma Antártida. Es el mismo (encarnado en periodistas de gran difusión) que menosprecia la protesta estudiantil pero que no puede responder a las argumentaciones inteligentes que jóvenes de nos más de diecisiete años les echa encima.
Son los mismos que hoy celebran que hayan despedido al periodista de C5N Roberto Navarro, convalidando de esta manera la censura creciente, pero no admitida, que va cubriendo a la Argentina de estos días. Por último, es más que visible que este modelo de enormes riquezas concentradas, desconoce la vigencia del derecho poniendo así nuestra vida republicana en peligro.