Hace tantos años que todavía (mal)gobernaba esta ciudad Aníbal Ibarra, se publicó en m2 una nota sobre un informe que nadie se había molestado en leer. Era un librito de estadísticas de San Telmo que, al molestarse en leerlo, permitía descubrir que lo mejor que le había pasado en su historia a ese barrio era convertirse en área histórica. Los cuadros estadísticos mostraban que todo se había valorizado, que había más locales que nunca, que se reciclaba y reparaba en cada calle, que había más servicios. Hasta se aclaraba que los comercios se quedaban abiertos hasta más tarde que antes y que las empresas de servicios como telefonía y cable invertían mucho más.
Claro que toda moneda brillante tiene un reverso oscuro, y en este caso fue la gentifricación, la fea palabra que define el recambio de población en un barrio que sale de pobre y del que salen los pobres. San Telmo es el caso de libro de esta tendencia en la que el piringundín pasa a ser loft y el almacén rasposo un sushi bar. Entre la prosperidad y la revaluación de los edificios, y con mucha vigilancia de los vecinos, se logró estabilizar el patrimonio y limitar a los especuladores a la periferia del barrio. Hasta ahora, en que un proyectote llega a San Telmo con la firma de alguien que debería cuidar más su prestigio académico y profesional.
En la calle Tacuarí 946 se alza un hermoso doble edificio de la segunda mitad del siglo 19, italianizado, un testimonio de la primera ola de prosperidad porteña y de la inmigración de alarifes y maestros europeos. El edificio tiene 24 metros de frente, y anda cerrado desde hace un tiempo y vallado, lo que hacía esperar lo peor. Que es exactamente lo que está pasando, porque resulta que el amplio lote se toca por los fondos con otro caserón con frente en Estados Unidos 876, otro ejemplo de modernidad decimonónica con sus unidades con entrada propia, balcones al frente y balaustrada en el remate. Ambos edificios forman una L apetitosa para los especuladores. ambos están en la base de datos de Areas de Protección Histórica de la ciudad y ambos están por desaparecer o sobrevivir apenas como fachadas pegoteadas a alguna modernidad truchona.
Lo más notable es que al frente del proyecto está un ex decano de la FADU-UBA, alguien que tal vez podría negarse a hacer este tipo de cosas.
La autopista
Una cosa poco denunciada es que nuestra ciudad puede llegar a tener la plaza más cara del sistema solar, una locura en una capital con tantas necesidades. La idea surgió de Nueva York, la ciudad que los macristas visitan como turistas y de la que roban ideas superficiales, o superficies de ideas, cosas que se pueden fotografiar con el celular y copiar. Se ve que anduvieron por la High Line que revitalizó el barrio de Chelsea y decidieron hacer lo mismo por acá.
El problema es que en Estados Unidos se construyeron por todas partes “elevados”, trenes que corrían en una suerte de autopista de hierros a la altura de un segundo piso. Varias ciudades padecieron ese error tan ruidoso por décadas, hasta que los desarmaron y listo, con el avance del auto. Aquí y allá sobrevivió un pedazo, en ruinas, y ahora se puso de moda reciclarlos y transformarlos en paseos, como se hizo con tanto éxito en Chelsea -éxito para los turistas, porque los locales no le dan bola y no lo usan.
Como en Buenos Aires no hay estas estructuras para hacer parques aéreos, los macristas decidieron construir uno. Y ahí surge la idea de “cambiar la traza” de la autopista Illia, construir otro tramo y crear un parque aéreo encima de la villa 31. Un disparate de millones y millones de dólares, suficientes millones para reconstruir la villa y transformarla en algo envidiable.
El 29 de septiembre de este año la Legislatura aprobó la primera lectura del proyecto de la ley 2994 que autorizaría este bodrio y parece que la idea es apurarse para votarla a fin de año, cuando todo pasa en el apuro. Los vecinos porteños están que trinan ante la idea y señalan que el cambio de traza no fue consultado con nadie y que de hecho se carga lo acordado y lo mandado en la ley de Urbanización del barrio. La mitad de los consejeros de Retiro y decenas de delegados de la Corriente Villera Independiente presentaron una nota protestando por la idea. Los críticos calculan que la nueva autopista puede costar hasta dos mil millones de dólares, cifra que podría permitir que el macrismo deje de ser criticado, por ejemplo, por no construir escuelas. O, como señalan en la nota, se podría resolver el problema de vivienda de cientos de familias o la situación de calle de tantos desesperados.
Los vecinos de la villa le piden algo simple a los legisladores, que escuchen lo que dicen los implicados directamente en la creación de este juguete urbano, caro y tonto.