Desde Río de Janeiro
El 10 de septiembre, la muestra “Queermuseo: cartografías de la diferencia en el arte brasilero”, una lectura de las artes pláticas en el Brasil desde una perspectiva LGBTQ, fue cerrada por el Centro Cultural Santander, en la ciudad de Porto Alegre. Por detrás de ese episodio estaba la presión en las redes sociales, e inclusive la violencia física dirigida contra artistas, curadores y espectadores, orquestada por el MBL (Movimiento Brasil Libre), uno de los grupos de derecha responsables por la movilización que condujo al impeachment de la presidenta Dilma Rousseff. El MBL invocó las figuras de apología a la pedofilia y a la zoofilia. No fue suficiente que el propio Ministerio Público local desestimara esa acusación: Santander, que utilizó dinero público para patrocinar el evento, canceló por anticipado una exposición que comenzó a ser pensada en 2010 y que contaba con 270 trabajos de 85 artistas consagrados dentro y fuera del Brasil, como Volpi, Portinari, Adriana Varejão, Lygia Clark, Leonilson y Flávio de Carvalho.
El 15 de septiembre, una censura judicial de la obra El Evangelio según Jesús, reina de los cielos alegó que una travesti no podía interpretar el personaje de Jesucristo. En una gimnástica discursiva de pretendida imparcialidad moral y laicismo (“no se trata aquí de imposición de una creencia ni de una religiosidad”), el juez Luiz Antonio de Campos Júnior buscaba evitar que “un acto irrespetuoso y de extremo mal gusto” hiriera sentimientos. Ese hombre sagrado “representado por un travesti”, escribió el juez, “bajo toda evidencia caracteriza una ofensa a un sinnúmero de personas”. Agresiva, ofensiva, ridícula y “de bajísimo nivel intelectual” fueron algunas de las expresiones usadas que caben mejor a la propia decisión del juez que a la obra en cuestión. Brasil es el país que más mata personas trans en el mundo. Solamente en 2016 fueron 137 asesinatos, uno cada tres días. La expectativa de vida de personas trans es de 35 años, menos de la mitad de la media brasileira, que gira en torno de los 75. Estamos ante un acto más grave que el cierre del Queermuseo, porque no se trata de una empresa privada cancelando una manifestación artística que patrocinó: es el propio Poder Judicial que debería garantizar derechos el que acaba galvanizando la transfobia.
El mismo 15 de septiembre un juez federal determinó que el Consejo Federal de Psicología (CFP) reinterpretara su normativa interna de 1999, para dejar de prohibir que psicólogos ofrezcan terapias de “reorientación sexual”. En otras palabras, la decisión judicial hace retroceder décadas arrojando al debate público la concepción de la homosexualidad como enfermedad o trastorno que merece tratamiento y cura.
El propio CFP ya había retirado a la homosexualidad de la lista de disturbios mentales en 1985, el mismo año en que el Consejo Federal de Medicina la desclasificó como “desvío y trastorno sexual”. Brasil participaba de una tendencia mundial de despatologización que había comenzado en 1973 que culminaría con la exclusión de la homosexualidad de la lista de enfermedades de la Organización Mundial de la Salud en 1990. La reciente decisión judicial configura una injerencia obscurantista en los reglamentos del CFP, respaldados por todas las asociaciones profesionales en el campo de la psicología y de la medicina.
Recuento de daños
Estos tres episodios relevan un proceso más complejo de avance de la injerencia religiosa fundamentalista: estos grupos que ya venían dominando la agenda del Poder Legislativo y chantajeando al Ejecutivo, extendieron sus brazos hasta el Poder Judicial, incluyendo intervenciones en el campo de la libertad de enseñanza en las escuelas, buscando vedar lo que llaman la “ideología de género”.
La laicidad del Estado brasilero está comprometida por el crecimiento parlamentar de una banca religiosa, en gran parte evangelista, cada vez más pendenciera. El escenario se agravó después del golpe de 2016, que llevó a Michel Temer al poder. Esta reacción conservadora contra los derechos de la ciudadanía LGBTQ no puede comprenderse sin la previa politización de segmentos reacios a las conquistas de las últimas décadas. Organizaciones sociales y asociaciones civiles están colmando las calles para protestar contra la censura y la vigilancia moral. Es posible que muchas medidas se reviertan. Las últimas noticias indican que la muestra Queermuseo será restablecida nada menos que en el Museo de Arte de Río de Janeiro. Quizás tampoco haya muchas terapias de cura gay, pero el efecto intimidatorio desgasta y deja marcas en los cuerpos. Hubo que retroceder un poco para proclamar un grito que ya no parecía necesario: no hay cura para lo que no es enfermedad.
*Renan Quinalha es abogado y militante de derechos humanos. Diego Galeano, sociólogo e historiador de la Universidad Federal de Río de Janeiro.