Desde Santiago de Chile
En enero de 2010, dos semanas antes de la segunda vuelta presidencial en Chile, un chico de veinte años afirmó que la homosexualidad era una enfermedad. Yo estaba a su lado; no recuerdo si lo dijo antes o después de avisar que en la elección su voto iría para Sebastián Piñera, anuncio que sumó el apoyo de todas las personas que participaban de la conversación.
Cuando escuché esas palabras lo enfrenté al instante. Le dije que se dejara de hablar tonteras; que si no le convencía cualquiera de mis argumentos, podía consultar algún documento de la OMS para que se informara de lo que había ocurrido hace dos décadas, en 1990, año en que el oráculo de la salud sacó a la homosexualidad de su lista de patologías mentales. Pero no cambió de opinión. No solo eso: la totalidad del pelotón piñerista adhirió también a la afirmación homofóbica, y en cosa de minutos soltaron frases vacías que terminaron por agotar lo que quedaba de tertulia.
Siete años después, en 2017, las cosas han cambiado en su apariencia, y la ignorancia de esas voces ha sido desplazada por la inmensa batalla de los grupos que lucharon por los derechos de la diversidad sexual, esos activistas que lograron elevar el estándar de respeto, visibilizar los rostros de la violencia e instalar un nuevo sentido común que arrinconó la discriminación y que, por esto mismo, motivó la reactivación de un político anticuado como José Antonio Kast.
Kast proviene de una familia relacionada a la dictadura. Desde 2001 hasta la fecha se ha mantenido en la Cámara de Diputados y en las cuatro elecciones que le tocó disputar asistió como militante de la UDI, colectividad que apoya en la actualidad a Piñera y en la que abundan hombres y mujeres que defienden el legado neoliberal de Pinochet impuesto a punta de bala.
El rubio y sonriente congresista renunció a ese partido en 2016 y ahora es candidato presidencial. Marca poco en las encuestas, pero es un síntoma. El 20 de agosto pasado, durante una entrevista en Canal 13, uno de los panelistas de un programa de debate -en el que participa regularmente otro ex ministro del dictador- le hizo una pregunta que apuntaba a indagar en la carga moral que sigue existiendo en los sectores religiosos respecto al sexo no heterosexual. Kast respondió lo siguiente: “Yo no lo haría, dentro de mi fe yo no lo haría, sería casto, si yo fuera homosexual sería casto”.
Esta y otras conductas –todas escudadas en esta forma de libertad de expresión– provocaron que una homofobia aparentemente disminuida volviera a resurgir. Provocaron, de hecho, que los periodistas se preguntaran si era o no válida la visita inédita a Chile de un bus que repartió un mensaje transfóbico, organizado por una ONG asentada en España, país donde esta iniciativa fue criticada por gran parte de los diarios.
De esta manera, una lucha que parecía ganar terreno en el ámbito de las leyes, comienza a verse atacada en el estadio cultural; por personajes inflados y hechos ordinarios que vienen a sacar la homofobia de abajo de la alfombral
*Nicolás Massai es periodista de El Ciudadano.