Últimamente parece que se descubrió algo así como la “estética Spilberg”. Se trata de un tono de colores apagados de filmación en el que descubrimos la América profunda. Esa que está enterrada, probablemente en un cementerio indígena, sobre el que se montó una ciudad y que la van a visitar chicos en bicicleta. Esa que descubren los niños por la indiferencia de los padres que siempre están ocupados en seguir el capitalismo que se les escapa de las manos. Esa que supone el sweater con rayas horizontales, las remeras con dibujos de películas o series y, sobre todo, la estética del bully. Está en Stranger Things, en 13 reasons why, en It, por supuesto.
La película It (capítulo 1) revive en nosotros ese mismo estado de ánimo. Y aún tiene, como en todos los casos de las novelas de Stephen King (el rey de la novela, allí donde Spielberg era el del cine) sus héroes amenazados. Podrían llamarse antihéroes. Lo cierto es que la película reúne a nuestros mártires del presente. Un judío, una mujer, un negro, un gordo, un hipocondríaco (no, perdón, un enfermo de alergias), y un…. y un…. no sabemos porque son chicos todavía. Tienen 13 y 14 años. Con sus bicicletas esos púberes irán a descubrir sus miedos: el negro debe enfrentar el genocidio y la esclavitud, el enfermo las cloacas y el sida, el judío es perseguido por la tradición (mientras estudia para el bar mitzva, se lo quiere comer una obra de un artista judío: Modigliani), la mujer se enfrenta al acoso (e intento de violación) de su padre, y el gordo que es rata de biblioteca tiene que enfrentar los cuerpos reales de los que dominan con su cuerpo. Entre ellos el rey que domina todos los miedos, los enfrenta y los provoca es el payaso (It, eso, el miedo) que es el símbolo de lo interior y lo exterior, de la duplicidad de emociones, del clóset, y el secreto guardado. El bully (chico malo) tiene siempre el mismo rasgo: es, detrás de ese aspecto de chico salvaje, un obediente de la ley, un sumiso que actúa como rebelde, un manso que se hace el indócil. Es posible que la mejor palabra que traduzca esa actitud en español sea “matón”, esa mezcla de prepotencia y obediencia servil a las normas sociales, en el caso argentino siempre mezclada con adhesión fanática a un club de fútbol y obediencia ciega a sus dirigentes, que pueden ser presidentes de clubes o “capos de hinchadas”. La pareja siempre es necesaria porque uno existe por y para el otro.
También todos sabemos que detrás de esta clasificación de los humillados está la mano de Jean Paul Sartre que en San Genet, en Los caminos de la libertad o en las Reflexiones sobre la cuestión judía fue el primero en identificar los tipos “segregados” de nuestro tiempo y casi que todavía podemos decir que siguen siendo los mismos. Sartre dijo: el negro, el homosexual, el judío. Y su compañera De Beauvoir agregó: la mujer. Y ahí ya estamos casi todos y todas y todes y todis y todus.
En el origen, todos lo sabemos, descansa la novela / folletín que llevó esta idea hasta el paroxismo existencial: El Conde de Montecristo. He ahí la historia de venganza en el tiempo, escrita por Alejandro Dumas (hijo de un mulato haitiano) y otro desconocido, al que Dumas le pagó para apropiarse de la obra… Ese capítulo inmenso de 500 páginas que se llama “El castillo de If”, donde Edmundo Dantés urde su venganza, conoce a su ayudante, encuentra el tesoro, se compra el título de nobleza (es decir se pone del lado del estado), bien podría ser ese lugar en el que todo niño apaleado y definido por los otros rumia y considera cómo hará para volverse el vengador.
Porque, desde niños todos sabemos que el bully, el que amedrenta al débil es, irremediablemente el que está del lado de los buenos, de los obedientes, de los que mejor juegan al fútbol, de los que ejercen dominio físico, etc. No hay más que ir a una reunión de gays adultos para verificar, en volumen muscular, que la venganza se trama en la concentración religiosa de un gym y en la dosis curativa de esteroides. Quizás lo que la película It plantee como desafío máximo no sea cómo enfrentar al matón, que también es víctima, sino cómo se hace para enfrentar nuestro payaso interior.