Cuando leí en Facebook que dos queridxs amigxs cinéfilxs en cuyo criterio confío mucho empezaron a ningunear Twin Peaks, me sentí perdido. A las pocas horas, el desprecio era generalizado. De la tercera temporada apenas había salido el primer capítulo. ¿Sería que yo no había entendido algo? Las críticas iban sobre todo contra las temporadas que se emitieron en los 90, que siempre me parecieron geniales; un poco alargadas, sí, pero también una propuesta pionera en el género series, delirante, enigmática, atrapante. ¿Me habría perdido en el camino alguna declaración homolesbotransfóbica de David Lynch? Para las hermanas trans Wachowsky la serie fue tan importante como para homenajearla entre las imágenes de la intro de Sens8. Mientras trataba de recordar si había en las anteriores temporadas de Twin Peaks algún personaje LGTTBI, apareció en la pantalla Denise, la enigmática agente de la DEA, que había sido compañero de trabajo del agente especial Dale Cooper y que durante una misión secreta descubrió que se sentía más cómoda vestida de mujer. A comienzos de los 90 no era frecuente ver (no podría afirmar que no existieran) personajes trans ni crossdresser en las series televisivas, de no ser por el recurso humorístico, como en Los tres chiflados o en Bugs Bunny. 

“¿Existe un manual para entender la nueva temporada?”, pregunta desde su muro de FB un amigo. “Solo dejarte llevar”, leo entre los comentarios. Yo había entendido la pregunta como una referencia a la guía de diez ítems que David Lynch había formulado para los periodistas que encontraban demasiado críptica su película Mulholland Drive: “Presten atención a los siguientes objetos: un cenicero, una taza de café y una alfombra…”

Dejarse llevar es una buena clave: Twin Peaks, y muy marcadamente la tercera temporada, se trata por un lado de una concatenación de momentos visuales en los que “la madre de todas las series” hace sus propios homenajes por fuera del mundo de las series: una duchampiana máquina de pintar palas de dorado, Magritte en los cortinados rojos o cuando la cabeza del agente Cooper deviene una bola dorada; la escena espacial sobre una nave de lata flotando entre las estrellas, que parece tomada de Plan 9 del espacio sideral… Pero sobre todo, uno de los grandes temas planteados aquí por David Lynch, al margen de los sanguinolentos crímenes a resolver, casi no fue abordado en series o películas en las cuales un personaje es poseído por un ente demoníaco: ¿qué pasa con las almas desplazadas de los cuerpos que son ocupados por El Mal? En esta temporada, además, se arma el rompecabezas de las dos primeras: las posesiones, los crímenes y hasta el origen del leño de la Mujer del Leño. 

Al extrañamiento de la atmósfera terrorífica y del humor, aporta el hallazgo de contar qué pasa en Twin Peaks veinticinco años después, con los mismos actores con veinticinco años más. David Lynch se libera de todo esquema preconcebido y reinventa una vez más el género. La serie no es para todo público, eso es cierto, hay que poder disfrutar de escenas psicodélicas y tiempos muertos de varios minutos, acompañados de una ecléctica banda sonora, tan hipnótica como en las temporadas anteriores.