Alfredo Fressia fue uno de los poetas que abrió este año el IX Festival Latinoamericano de Poesía en el Centro. Como buen uruguayo, este montevideano que se exilió en San Pablo hace cuatro décadas, hace del perfil bajo un signo distintivo. Subió al escenario con una bolsa de nylon blanca donde llevaba algunos libros y como quien no quiere la cosa, recitó versos que trajeron a la mesa el erotismo gay, un tópico bastante poco frecuente. “Mi primer libro lo publiqué a los 24 años, en el 73 -cuenta-. Qué poca suerte tuve, comencé publicando bajo el signo del golpe de Estado. Se cumplieron ya cuarenta años y salió mi poesía reunida en Uruguay el año pasado. En aquel momento, yo lo vivía como natural, pero evidentemente de natural no tenía nada. Me sentía un elegido. No me hacía sufrir a mí: aparentemente hacía sufrir a los otros, a la familia. Era curioso: me había construido un personaje romántico, poblado de enigmas. Yo tenía una beca de los franceses para estudiar literatura, que les daban a los hijos de obreros, con lo cual a partir de los 15 ya tenía acceso a una literatura que hoy entra en esa línea llamada gay. Si se entiende como literatura gay la que surge junto a la represión. Una literatura de resistencia, de códigos, que sabe quiénes la entenderán y quiénes no. Para el gran público es una cosa, y para quienes están dentro, otra”.

Bueno, pero tu poesía es muy clara y transparente, incluso para el gran público…

-Mi primer libro no tanto. Se reviste de ciertas capas simbólicas, una estética llena de velos. Se dirigía a un público que podía descifrarlo. En lo práctico si era difícil ser gay… Yo fui sometido a los choques insulínicos (tratamiento psiquiátrico para la esquizofrenia), cosa de la cual prefiero no hablar. Ese personaje mío era un personaje jugado. Aguanté hasta el año 75 en Uruguay. Yo era profesor de literatura y a partir de ese momento ya no existí más. Tampoco me echaron. No sabía para dónde ir. Llegué a San Pablo e inmediatamente comencé a trabajar en la biblioteca de la Alianza Francesa. Años después, en la facultad. Hubo un momento en que podía volver porque tenía gente importante para mí y no los iba a dejar. Yo era un profesor muy entusiasta. También tuve amores. Mi vida se encaminó allá, no fue nada contra Montevideo. Para mí fue muy agradable, como lo habrá sido para Perlongher, que también vivió allí…

¿Fueron amigos?

-Yo era vecino. Él siempre estaba más adelante que yo. Una vez llegó y me dijo: ¿Vos sos un exiliado sexual? No, le respondí. Pero me cayó efectivamente la ficha de que sí. No lo había pensado antes. Él sí sabía que lo era, porque literalmente lo echaron. Tomé conciencia de muchas cosas porque fui uno de los fundadores del grupo Somos, que tomó el nombre del grupo de aquí. No me gusta el “somos”, como tampoco el “soy”, porque yo no soy solo eso, soy más que eso…

¿Qué fue el grupo “Somos”?

-Nos empezamos a reunir en el invierno del año 77, en una casa, en el barrio de Pinheiro. Tenía un lado ingenuo y por el otro somos un poco dinosaurios de las luchas gays. Se proponía hacer un grupo de afirmación homosexual, nos quejábamos, mandábamos cartas a diarios. Coincide con el comienzo de una cierta apertura política en la dictadura brasilera. Hacíamos manifestaciones y volanteábamos. En el 79 gente del grupo participó de las grandes manifestaciones obreras del 1 de mayo. Visto hoy, ¿qué quiere decir afirmación o identidad homosexual? En la época era el material con que nos armábamos para enfrentar las situaciones que se vivían. Era un Brasil no tan careta como es hoy. Hacia el año 80 hubo un Congreso Nacional de Homosexuales, ese fue el año en que llegó Perlongher. 

¿Él integró ese grupo?

-No, era amigo, una figura satelital, pero tenía ideas más claras que nosotros, como por ejemplo eso de la identidad. Él se fue a París y volvió para morir, para tomar lo que allá se llama el Santo Daime, que él amaba y pensaba que lo iba a curar, la Ayahuasca. Yo siempre cuento una anécdota porque me calienta. Él estaba escribiendo Ò negocio o michè (taxi boy), y me vino a preguntar: “Ay, Fressia -con esa forma performática que tenía de hablar, era como una exacerbación de un supuesto acento de Avellaneda de donde él era-, vos que salís con michès, tengo que hacerte un reportaje”. Yo le pregunté de dónde sacó que yo salía con michès, no era mi costumbre. Pero cuando algo se le ponía en la cabeza… Lo curioso es que hace poco en Buenos Aires conocí un muchacho que estaba reuniendo cartas de Perlongher y había una que decía: “Vi a la Fressia por la avenida, se ve que estaba atrás de los taxis boys que a ella le gustan tanto”. No me importa, pero no es verdad, esto pinta su lado obsesivo. Yo fui el primer oyente de su poema “Cadáveres”. Es verdad que él lo escribió en el ómnibus desde Buenos Aires a San Pablo. Él llegó, me llamó a la cocina y me dijo, te voy a leer un poema, a ver qué te parece. Mil historias vivimos con su amante Luis Mar, que tengo entendido que vive en París. A Néstor ya no le gustaba ni París, ni sus clases, ni nada. 

¿Fuiste discípulo de Foucault?

-Asistí a sus clases en el College de France. Todo peladito con su gorro, de una gran erudición. En el 82 hice este curso y el murió un año después, ya estaba enfermo, flaquito. De sus ideas, debido a mi pequeñez intelectual captaba la mitad. Yo pasaba los veranos brasileños en Francia, donde hacía cursos.

¿Brasil se ha vuelto más conservador desde la era Temer con los derechos gltb?

-Brasil tiene un nivel simbólico muy transgresor, pero es el país que más mata gays porque siempre ha sido muy conservador. Yo los comparo con los uruguayos que son más abiertos. A partir del 85, que cayó la dictadura, voy y vengo. Es un país realmente gay friendly. Río de Janeiro o San Pablo son ciudades abiertas, pero en ese punto es muy complicado. Tenés la bancada bala, biblia, boi (ruralistas). Sin embargo, que en la telenovela de las 9 haya un personaje que traiciona a hombre es algo sorprendente. En el guión se explica por ejemplo la diferencia entre trans y travesti, pero lo hacen contra una sociedad muy resistente. La telenovela muestra cómo agreden a las travestis por la calle.

En un poema decís “Cuando quise ser mejor quise ser mujer”…

-Yo nunca tuve dudas de género, poco a poco me fui dando cuenta de que el género es una construcción, pero en ese sentido me sentí confortable. Antes del golpe fui preso un día y en el calabozo había una travesti y la golpeaban y la obligaron a limpiar. Y yo pensaba, pero cómo, yo también hago el amor con hombres. La explicación es que yo pertenecía al género masculino. Esto me quedó por mucho tiempo en la cabeza, me preguntaba: ¿será que estoy siendo oportunista? Pero no me iba a obligar a ser mujer, no es la construcción a la que aspiro.

¿Sobre qué estás escribiendo actualmente?

-Estoy tratando en mis poemas el tema del amor en la tercera edad, ese amor que no entra en los itinerarios hegemónicos. El de los gays de la tercera edad que supuestamente vuelven al armario, un lugar en donde nunca estuve. Pero claro que es verdad que a los 70 años vos no salís a danzar, tenés problemas en la próstata, te quedás en tu casa. Yo he descubierto redes de solidaridad entre los viejos gays. Me encuentro con viejos de mi tiempo, con los que hicimos muchas travesuras y ahora, cuarenta años después, nos vemos en la ópera.

¿Creés que cambió la relación entre las generaciones dentro del ambiente gay?

-Antes, el contacto entre los viejos gays y los jóvenes transmitía una cierta sensibilidad, una forma de vivir. Ahí sí se puede hablar de cultura gay. Las obsesiones de ese mundo gay se transmitían de una generación a otra. No solo nosotros lo pensábamos así, Sartre lo pensaba así, De Beauvoir lo pensaba así. Era mucho más cálido cuando la comunicación era intergeneracional. En San Pablo hay un baile que se llama “Caras y coroas”, coroas es una palabra para designar a gente de edad. Es un baile que se organiza en una antigua boite del centro paulista. Ahí van los viejitos y los muchachitos, muchos de ellos gerontófilos. Y debe haber algunos que tiran algo de plata. Si la pregunta es si hay discriminación, sí, claro que sí. Con los años perdés los dientes, el pelo, la erección. Eso no es tan fácil de entender y es desagradable explicarlo a cada uno. Es uno de los tantos motivos para que los gays se hacen invisibles a cierta edad.