Después de la semana de la moda de Nueva York que transcurrió sin mucha gracia ni elegancia –a excepción del desfile de Marc Jacobs–, en el comienzo del otoño boreal los editores, editoras y followers de la moda se dirigieron a Milán. Entre ellxs, la nueva troupe de Vogue Inglaterra que compone el editor Edward Enninful y sus flamantes colaboradoras: las modelos Naomi Campbell y Kate Moss. El puntapié inicial lo dio Alessandro Michele, el más barroco y efectista de los diseñadores de la historia de la firma Gucci: en una locación que replicó esculturas grecorromanas sobre un piso color agua azulina presentó 108 looks. En la galería de extravagancias asomaron pelucas rubias con sauvages insólitos, la profusión de collares de perlas remixados con el logo en el pecho de las modelos y alamares de plata sobre los cuellos de trajes masculinos, el logo deliberadamente mal escrito: sí, ¡Guccy!, impreso en carteras, remixes de estampas anacrónicas y de gafas que hicieron honor al triunfo del estilismo sobre el diseño. Por ahí va el abordaje de Michele, quien sentenció ante la experta de Vogue, Susy Menkes, acerca de las consignas de su colección primavera 2018. “Resistirse a la velocidad y a la ilusión de lo nuevo a cualquier precio”. Lo cual tiene una doble lectura por los altos precios de sus ropajes, muchos de los cuales podrían conseguirse en las buenas tiendas vintage de Milán como Cavallieri e Nastri a precios más amables.
Además, trazó un homenaje explícito a fondo de placard realizado por Bob Mackie para el músico Elton John, algunas fuentes indican que accedió al acervo del músico.
Otra postal del homenaje de la estética de 1990 y el estilo italiano que en boga puede resumirse en la escena final del desfile de Versace cuando detrás de un cortinado irrumpieron cual efigies y con largos vestidos iridiscentes las modelos Cindy Crawford, Helena Christensen, Claudia Schiffer, Carla Bruni y Naomi Campbell, quienes luego saludaron de la mano de Donatella V. al ritmo del hit de George Michael.
Trascendió que mantuvieron su cameo en el homenaje a Gianni Versace –a treinta años de su muerte– con tal nivel de hermetismo que cada una de ellas se alojó en un hotel distinto de la ciudad para no aguar el efecto sorpresa. Entre la nueva generación de modelxs que rescataron antiguas estampas barrocas de la firma se pasó Kaia Gerber, la bella hija de Crawford. Las paredes, los asientos y cada rincón del salón Prada de Milán acondicionado para la ocasión por el estudio que dirige el arquitecto Rem Koolhas reprodujeron gigantografías de comics fechados entre 1930 y 1960 y también otros contemporáneos protagonizados por mujeres que luego oficiaron de hilo conductor en las estampas de la colección verano 2018 apodada “Premotion”. Algunas imágenes reflejaron a mujeres leyendo, otras parecieron emular a la activista feminista Angela Davis. Según sentenció Miuccia Prada a la editora de Vogue, Sarah Mower: “Lo dediqué a las caricaturistas que desde 1930 comenzaron a hacer retratos de la sociedad con alegría, entusiasmo e inteligencia. Mientras que desde las siluetas y las prendas prácticas sugiero atuendos para mujeres militantes”. Corresponde aclarar que la practicidad según Prada se tradujo a sastrería fabulosa que las modelos llevaron con sus mangas arremangadas, y vestidos de raso dispuestos sobre jeans; su patchwork de influencias estéticas asomó al tono de una banda sonora con remixes de hits de Suzane Vega, Nina Simone y Nirvana. Otra versión de las prendas superpuestas con gracia lo representó la colección de Francesco Rossi para Marni –donde Rossi debutó hace seis meses, luego de que la firma de los Castiglioni pasara a manos de un supergrupo italiano–; de corsés estampados sobre faldas, a prendas deliberadamente a medio terminar que indagaron en ejercicios de estilo sobre siluetas y ornamentos. Otras rarezas no italianas que irrumpieron en Milano fueron, por un lado, el desfile de Vionnet en versión 2018, y donde la magnate rusa Goga Ashkenazi invitó a los asistentes a un paseo privado por el Convento Santa Maria delle Grazie que exhibe el mural original de “La última cena”, y luego dispuso un desfile de largos vestidos en el claustro. Otra remite al debut de lxs diseñadores Lucie y Luke Meier en Jil Sander para volver a exaltar el minimalismo implícito en el discurso de la marca desde una locación símil caja blanca dispuesta en un complejo creado por la arquitecta Zaha Hadid y donde mostraron sus variaciones sobre la camisa blanca, ya en versión larga, corta y túnica. Cuando el texto llegue a lectorxs, el editor Enninful, el primer hombre “de color” en la historia de Vogue y su troupe de fabulosas colaboradoras, ya estarán observando las singularidades de la Semana de la Moda Parisina.