Podría llamarse de otro modo. Pero ningún nombre le quedaría tan bien como Atomic. El explosivo quinteto escandinavo que conforman Fredrik Ljungkvist en saxo y clarinete, Magnus Broo en trompeta, Håvard Wiik en piano, Ingebrigt Håker Flaten en contrabajo y Hans Hulbœkmo en batería es, en todo caso, la mejor desmentida posible a quienes sólo imaginan quietud y contemplación en las antiguas tierras vikingas. Ni Oslo ni Estocolmo, de donde provienen la mayoría de los integrantes, son ciudades inmóviles. Y mucho menos en términos musicales, si se piensa que muy tempranamente allí anidó uno de los núcleos más fuertes y dinámicos del jazz más moderno, a comienzos de la década de 1960.
Archie Shepp y Cecil Taylor, que anduvieron por allí en 1962, dejaron, en todo caso, una fuerte impronta. Y muchos nombres que más tarde se asociaron con corrientes más estáticas y puntillistas, como el guitarrista Terje Rypdal –el primero en dar entrada en el jazz a la tímbrica de Pink Floyd—, el saxofonista Jan Garbarek (en sus comienzos un furioso seguidor del Gato Barbieri y, por carácter transitivo, el último Coltrane) o el pianista Bobo Stenson alimentaron un fecundo caldo de cultivo para una música de gran libertad rítmica, abierta a las improvisaciones más osadas y, también, firmemente enraizada en la tradición del género. El secreto de Atomic, en todo caso –o uno de ellos–, es la manera en que alterna la turbulencia con introspección y el círculo virtuoso que establece entre la erupción y el lirismo. Con un duodécimo disco recién publicado con el engañoso título de Six Easy Pieces (la primera edición consta de un LP más tres CDs, incluyendo además de los registros de estudio la grabación completa de un fenomenal concierto en Tokio) el grupo está en Buenos Aires para brindar un taller y un concierto. Ambos serán mañana en Domus Artis (Av. Triunvirato 4311), el primero de 16.30 a 19.30 y el segundo a partir de las 21. Entre ambos, tocarán dos importantes músicos argentinos ligados al experimentalismo, el saxofonista y clarinetista Luis Conde y la pianista Fabiana Galante, junto con el percusionista estadounidense Adrew Drury.
Desde Feet Music, de 2001 –en ese entonces con Paal Nilssen–Love, que en 2014 dejó su lugar en la batería a Hulbækmo– el estilo de Atomic se destaca por la originalidad y la forma en que articula su lenguaje por afuera de los clises y lugares comunes del género –incluso de las vertientes experimentales del género–. Y es que más allá de la identificación más o menos inmediata con el free jazz, en el sustrato de su idioma musical, y sobre todo en cómo están concebidas las texturas grupales, hay una fuerte ligazón con Duke Ellington y Charlie Mingus. Los cinco integrantes de Atomic son virtuosos pero nada de lo que hacen deja de estar conectado profundamente con el sonido del conjunto. Y, sobre todo, en las composiciones lo previsto y lo imprevisto se estimulan mutuamente, se integran con fluidez y aún los momentos más intrincados rítmicamente, o más complejos en cuanto a su concepción, suenan con una naturalidad extrema. Ljungkvist, quien ha tocado con músicos como Marylin Crispell, Ken Vadermark, Bobo Stenson o Anders Jormin resume la actitud del grupo en unas pocas palabras: “Mantener los sentidos abiertos; esa es la cuestión. Abiertos al jazz antiguo, al jazz moderno, a la música clásica y a la música folklórica de todo el mundo”.