PáginaI12 En Gran Bretaña
Desde Londres
La teoría es que el principal negociador de la Unión Europea (UE), el diplomático francés, Michel Barnier y el del Reino Unido, el británico David Davis, se comunican en inglés, lengua franca internacional en estos casos. La práctica es que cada vez que evalúan la marcha de las negociaciones parece que hablaran en idiomas diferentes o con palabras que tienen el mismo sonido, pero un significado totalmente distinto.
Este abismo tan habitual entre el bloque europeo y los británicos en la negociación por la salida del Reino Unido de la UE quedó al desnudo en la evaluación que hicieron de la cuarta ronda de negociaciones que finalizó ayer en Bruselas. Según Barnier “no hubo suficiente progreso” en el tema de la deuda británica, la frontera con Irlanda y los derechos ciudadanos, los tres tópicos básicos para pasar a discutir el acuerdo que regirá entre el Reino Unido y el bloque luego del Brexit el 29 de marzo de 2019. Según Davis, en cambio, “hubo progresos significativos”.
Este abismo interpretativo podría resultar cómico, pero nadie se ríe porque cada vez más parece que, cuando en tres semanas Barnier se reúna con el Consejo Europeo, repetirá su dictamen, con lo cual, las negociaciones quedarán estancadas hasta que se resuelva el impasse. En caso de que esto sea así la posibilidad ya remota de un acuerdo entre ambos para antes del próximo otoño, se desvanecerá por completo.
La diplomacia se especializa en buscar palabras justas y ambiguas que marquen la cancha y al mismo tiempo dejen puertas entornadas. Barnier elogió el discurso de Theresa May en Florencia la semana pasada. “El discurso dejó en claro que ningún estado europeo debía pagar más o recibir menos a raíz del Brexit. Y que el Reino Unido honraría sus compromisos. El equipo de negociadores británicos precisó esta semana que el primer principio se limita a 2019-2020. Y no identificó los compromisos adoptados por el Reino Unido mientras era miembro de la Unión Europea. Para la Unión Europea la única manera de alcanzar un progreso suficiente es si los compromisos adoptados por los 28 miembros, son honrados por los 28 miembros”, dijo Barnier.
En discusión están las contribuciones y compromisos presupuestarios que asumió el Reino Unido antes del referendo del año pasado. Según la UE estos compromisos financieros provienen del gobierno anterior a May, el también conservador, David Cameron y se extienden más allá del presupuesto 2014-2020 porque abarca obras de infraestructura con costos que los auditores europeos calculan por encima de los 230 mil millones de euros: el 13% le corresponde al Reino Unido.
La estrategia británica bosquejada por May en Florencia era proponer una transición de dos años posterior al Brexit en la que todo seguiría casi igual, incluso la contribución presupuestaria del Reino Unido a la UE. Es difícil imaginar por qué el equipo negociador británico calculó que esta oferta desbloquearía la exigencia europea de que primero se arregla la cuenta del divorcio (la separación de la UE) y después se negocia el tipo de relación post-Brexit, marco negociador que los británicos habían aceptado en la primera ronda de negociaciones en junio.
En la conferencia de prensa Barnier no pudo ser más claro al respecto. El diplomático tiene que presentar el 18 y el 19 de octubre ante el Consejo Europeo (los 27 mandatarios del bloque) su opinión sobre si ha habido “suficiente progreso” en los tres temas como para comenzar una negociación de la relación post-Brexit. “Hemos tenido una semana constructiva, pero todavía no hemos alcanzado un progreso suficiente. Se necesita más trabajo en las próximas semanas o meses”, dijo Barnier.
Los límites temporales lo dicen todo. Son menos de tres semanas para la reunión del Consejo Europeo: ningún comentarista apostó ayer a que se pudiese lograr “suficiente progreso” en los tres temas que operan como una llave para seguir adelante (cuenta británica, frontera irlandesa, derechos de europeos y británicos). El único que mostró un semblante optimista fue el ministro británico del Brexit, David Davis, quien aseguró en la conferencia de prensa que en esta ronda se habían hecho “considerables avances”.
El tema más espinoso es cómo se calcula la deuda con la UE. Los británicos abandonaron el nivel máximo de arrogancia en la negociación, desplegada en el verano por el canciller Boris Johnson quien dijo al Parlamento que la UE podía ir a freír papas ( “go whistle”) si quería cobrar algo del Reino Unido. En Florencia la primer ministro reconoció que el Reino Unido honraría sus compromisos, pero no dijo cuáles eran. Según ha insistido Barnier desde la segunda ronda de negociaciones en julio, ése es el principal problema. Si el Reino Unido no especifica su propio cálculo sobre los compromisos financieros pendientes con la UE es imposible negociar.
La frontera con Irlanda es un tema menos urticante, pero igualmente complejo. La primer ministro Theresa May interpreta que el mandato que obtuvo en el referendo de junio del año pasado significa que los británicos tienen que recuperar el pleno control sus fronteras, leyes y contribuciones presupuestarias. Desde esta interpretación, el Reino Unido no puede mantener la Unión Aduanera que tenía como miembro de la UE, con lo cual, la libre frontera entre la República de Irlanda e Irlanda del Norte (cuarta pata con Inglaterra, Gales y Escocia, del Reino Unido) no puede seguir existiendo. En otras palabras, se necesitan controles fronterizos y aduaneros para la circulación de personas y bienes.
Es un tema sin soluciones prácticas a la vista porque erigir barreras choca de lleno con los acuerdos de paz de Irlanda del Norte. La única ventaja de este tema respecto al tema monetario es que ambas partes parecen interesadas en buscar una solución. La UE no quiere que esa frontera se convierta en un coladero por el que entran productos británicos post-Brexit y los británicos no quieren que se ponga en peligro el siempre frágil proceso de paz.
El tema de la deuda británica es mucho más complejo porque toca fibras nacionalistas y porque los partidarios del Brexit siempre proclamaron que el Reino Unido estaría financieramente mejor si se libraba del bloque: una cuenta de 50 o 60 mil millones de euros daría por tierra con esa afirmación. En la práctica sería un humillante cachetazo a la vista de todos con sabor a traición.
El suspenso no durará mucho porque depende de dos eventos en las próximas tres semanas. El domingo se inicia el Congreso Anual Conservador en el que los Tories buscarán definir ante sus miembros y ante la nación una posición común que hoy se asemeja muchísimo a la cuadratura del círculo. Entre los conservadores pro-Brexit y los pro-europeos hay un abismo. Las treguas que se han hallado no duran mucho y la debilidad política de Theresa May luego de su pírrica victoria en las elecciones de junio favorece las facciones e intrigas en un partido que se ha caracterizado por tender emboscadas terminales a sus propios líderes, Margaret Thatcher incluida.
Nadie sabe cómo saldrá parado el partido conservador o Theresa May de esos cinco días de Congreso equivalentes a unos cinco círculos del infierno de Dante. Una posibilidad es que si sobrevive con cierta dignidad, May pueda ofrecer un poco más en la próxima ronda de negociaciones con la UE que comienza el 9 de octubre. Es su última oportunidad, pero resulta bastante improbable que no llegue con las manos atadas y vacías. A primera vista, entonces, el veredicto de Barnier ante el Consejo Europeo que se reúne el 18 y 19 de octubre, será el proverbial pulgar hacia abajo. A partir de ese momento, habrá que rebautizar al Brexit como Brexcaos o algo similar y es muy probable que una de sus primeras víctimas sea la misma primer ministro.