Cómo hace un adolescente para insistir con querer ser profesional cuando cuatro clubes le cierran sus puertas? ¿Cómo se hace para vencer prejuicios, triunfar en el fútbol, retirarse y años más tarde ser el encargado de decirle a un chico que quedará libre? ¿Cuánta fortaleza se necesita para rechazar el ofrecimiento de jugar un Mundial? ¿Y para estar siete meses sin jugar y sin hablar con el técnico? ¿Y para convivir con una lesión irrecuperable? ¿Y para negarse a ocupar la posición de número 9, a pesar de medir 1,94 metros? O cómo ser Daniel Bilos, el hombre que volvió al ambiente del fútbol después de escaparse por completo de la escena.

El predio deportivo de Banfield es una catedral a cielo abierto. Es el silencio apacible de un lunes al mediodía, en el que la Primera no se entrenó y las divisiones inferiores ya terminaron su actividad del día. La luz diáfana de un sol que asoma luego de las lluvias ilumina las canchas de pastos cuidados y el lugar es un oasis de tranquilidad, al costado de Camino de Cintura. Afuera, el caos de tránsito. Adentro, la calma de Bilos, ahora técnico de la Sexta (antes dirigió la Novena y Octava), sugiere que está en el sitio indicado. 

—¿Cómo ves a tus dirigidos: como chicos o mini futbolistas?

—Todavía los seguimos viendo como chicos. Hay que pensar que por estadísticas llega el 1 ó 2 por ciento a Primera División. Por ahí te enfocás en los que mayor proyección les ves, pero como es un juego en equipo necesitás de todo un grupo.

—¿Les recalcás que apenas llega a Primera un porcentaje ínfimo?

—Sí, sí. Igual ellos lo saben desde Novena división. Lo que sí hay que dejar bien en claro es que por ahí no llega el que mejores condiciones técnicas tiene sino el que tiene constancia, el que no falta al entrenamiento, el que deja todo en cada práctica. A veces cuando son más chicos se confunden y asocian jugar bien con que van a llegar a Primera. Y no es así. 

—Los chicos lo entienden. ¿Y los padres?

—Ahí es complicado. En las divisiones más chicas, el principal problema son los padres. Cada padre ve en su hijo un futuro Messi, Agüero, Higuaín. Apoyan sus expectativas personales en los chicos y a esa edad es una presión que no deberían tener. Pero lamentablemente está dado de esa manera. Muchas veces lo que dicen los padres se contrapone con lo que decimos nosotros.

—¿Es habitual que un padre te pida explicaciones de por qué no ponés a su hijo?

—Sí, es normal. Incluso me han tocado casos que me dolieron como ser humano, porque han criticado a otros chicos con el propósito de que jugaran sus hijos. A los padres convencerlos es prácticamente imposible. Igual lo más difícil es enfrentar la situación de dejar a un chico libre.

—¿Cómo es el ambiente en Inferiores los días de partido?

—Es complicado. A veces el referí para el partido y hace sacar a un padre que se excede. Son muy chicos todavía para tener tanta presión. Los padres insultan contra el rival, contra el referí, contra los compañeros de su hijo. En la mayoría de los casos es nociva la presencia de los padres cuando ven jugar a sus hijos.

Al Flaco Bilos le dieron el pase libre en Quilmes, le dijeron que no tenía chances en Banfield, cuando tenía 16 años, lo rebotaron en Central y Newell’s, le dijeron que sí en Banfield, cuando tenía 19, y le dijo que no —él, ya con 25— a Croacia. Según como se lo mire, Bilos hizo su peor negocio o tomó la mejor decisión: perdió la posibilidad de jugar un Mundial a cambio de unos minutos con la Selección Argentina. Sus bisabuelos croatas le facilitaron el pasaporte. Y una de sus abuelas, el contacto. Desde Zagreb llamaban por teléfono a Arroyo Dulce, un pueblito de 2.000 habitantes, ubicado a 30 kilómetros de Pergamino, su ciudad. La abuela de Bilos oficiaba de traductora entre los dirigentes croatas y su nieto. Pero no hubo caso. Cuando lo llamaba a Buenos Aires, el futbolista que ya estaba en Boca decía que no. “Ella me decía que me querían para jugar un Mundial, pero no tomaba dimensión de lo que significaba. De fútbol no entiende nada, pero era la única de la familia que hablaba en croata”.

De todas maneras, dice que no se arrepiente. Tampoco de haber viajado a una gira con la Selección en noviembre de 2005 sin estar recuperado de una neumonía. “Para alguien del Interior, como yo, la Selección es lo máximo”. Y cuenta una anécdota que lo marcó. La charla con Hernán Crespo fue rápida, lo que tardó en bajar un ascensor de un hotel de Qatar, donde el plantel de la Selección se concentraba para jugar un amistoso con el equipo local. El entonces delantero de Chelsea le dijo que ellos hacían mucho por la Selección, que resignaban muchas cosas, que se jugaban el prestigio y que asumían el riesgo de lesionarse. Y que igual lo hacían. 

“Eso desde afuera no se ve”, dice quien aún guarda la camiseta número 23 de Croacia con su apellido estampado. “A mí esas palabras de Crespo me quedaron grabadas. Yo creo que el jugador de la Selección viene y trata de dejar todo. Después, por diferentes circunstancias, a veces las cosas no salen bien. Encima nuestra idiosincrasia no admite la derrota. La cabeza es fundamental. Creo que en un deportista de alto rendimiento, la parte emocional influye en un 60, 70 por ciento. Si estás bien anímicamente te animás a hacer lo que sea dentro de la cancha”. 

 

—¿Te costó acostumbrarte a vivir sin la adrenalina del fútbol?

—Fue muy difícil. Yo no pude decidir cuándo terminaba mi carrera. Y de pronto me encontré con un vacío interno tremendo. Pasás de una vorágine terrible a una tranquilidad que llega a un punto en que te asusta. 

—¿Cómo transitaste ese vacío?

—El primer año y medio post retiro no miré fútbol. Nada. Traté de abstraerme de todo porque la cabeza, las ganas y la edad todavía me seguían exigiendo la adrenalina del fútbol. Que se haya cortado de golpe, sin que pudiera elaborarlo, hizo que tomara la decisión de alejarme. Después hice el curso de técnico para reinventarme desde otro lugar.

—¿Hiciste terapia?

—No, me costó, fue difícil, pero trataba de tomar el día a día de otra manera. Empecé de a poco a acostumbrarme a una vida entre comillas más normal. Aproveché el tiempo libre para viajar a Pergamino, donde está la mayor parte de mi familia. Traté de aferrarme a ellos y a mi esposa para que el impacto fuera lo menos grave posible. 

—¿Cuánto tiempo más creías que podrías haber jugado?

—Dejé a los 27. Yo creo que cinco o seis años más podría haber jugado, porque yo no subía ni bajaba de peso. El problema era la rodilla, los dolores eran constantes, no me dejaban rendir bien y hacía que sufriera adentro de la cancha. 

—¿Cómo reaccionaste cuando te enteraste que la lesión no te iba a permitir jugar más?

—Siempre supe que tenía la lesión y eso fue algo positivo en cuanto a saber que en cualquier momento podía agravarse. Cuando pasé de Banfield a Boca detectaron la lesión, hablé con Jorge Batista (el médico) y me explicó con detalles qué era la osteocondritis, que es una lesión en el cartílago que no se regenera. Encima tenía lesión en grado 4, la más importante. 

—¿Qué pasó en el Saint Etienne que estuviste siete meses sin jugar?

—Llegué y me llevé la sorpresa de que el técnico no sabía la posición en la que jugaba. No tenía muchas referencias en cuanto a mí como jugador. Me vio alto y pensó que era delantero o central. Él era checo y yo no hablaba francés, así que la barrera del idioma hizo que no pudiéramos aclarar las cosas. 

—Eras alto y habilidoso. No es tan común esa combinación.

—Es cierto, tuve que romper prejuicios. Julio (Falcioni) me dio la posibilidad de elegir la posición. Yo me sentía cómodo como volante y no como 9 de área, más allá del prototipo físico. Romper ese prejuicio me llevó tiempo. En Inferiores jugué de 9 y me costó muchísimo porque tengo deficiencias para esa posición. Yo necesitaba jugar por los costados para arrancar de frente y jugar más por abajo que por arriba. Hay algo innato en los goleadores. Yo lo veía a Palermo: él tenía la paciencia que yo no tenía. 

—¿Qué es lo que más extrañás de ser jugador?

—El partido. La adrenalina de ganar, de jugar cosas importantes.

—¿Ves partidos en los que jugaste?

—Sí, cada tanto veo algún partido para recordar. Creo que le pasa a todos los jugadores. Mi carrera fue corta pero intensa. Me pasó todo en tres años y medio. Pasé de no jugar a casi jugar un Mundial.

—¿Cuál es tu partido preferido?

—El de la Copa Libertadores que Banfield le ganó 3 a 0 a Independiente de Medellín (18 de mayo de 2005). Hice dos goles. Cuando lo veo se me generan cosas por dentro. Es el que miro con más recurrencia. Yo no sabía, pero justo ese día habían venido a verme los croatas para llevarme a su Selección.

—¿Querés ser DT de Primera?

—Trato de no ponerme plazos. Después de lo que me pasó con la rodilla cambié la forma de pensar. Antes proyectaba mucho a largo plazo, pero la vida me puso un freno. Si el día de mañana se da la posibilidad de dirigir la Primera, bienvenida sea. Si no, seguiré trabajando con los chicos.