Falta una hora para el comienzo del partido y los automovilistas que llegan a la esquina de Palaa y 9 de Julio, Avellaneda, a metros del Estadio Presidente Perón, hacen más o menos lo mismo: frenan, bajan el vidrio, estiran el cuello y asoman la cabeza para dar el grito. “¡Bochiiiii! ¡Bochita!”. Los que lo ven, le tocan bocina. Y los que no, esperan hasta que Bocha, 65 años de vida y 30 en este mismo lugar cada vez que juega Racing, aparezca. Son los propios automovilistas los que lo buscan. Por eso anda sin franela. Tampoco hace señas para que frenen ni vocifera que hay lugar.

“Amigo, ¿dónde querés que lo deje?”, le preguntan ni bien lo ven. Muchas veces se trata de hombres que lo conocieron cuando eran chiquitos. Sus papás también le dejaban los autos al Bocha. Después de algunas maniobras, se bajan y lo saludan con un beso. Algunos, hasta con un abrazo. Le pagan y reciben un almanaque con el escudo de Racing. Atrás, estampado con un sello, se lee: “Bocha, su cuidador”.

Mientras se acerca la hora del partido frente a San Martín de San Juan, hay escenas de todo tipo. La sensación es que, para estos hinchas, dejarle el auto al Bocha forma parte del ritual de ir a ver a Racing. A las 20:05, cuando el estadio revienta, aquí, en esta esquina, hay alguien que solo se entera de lo que pasa allá adentro por los gritos de la gente. Bocha saca de su bolsito dos de las llaves de los autos que cuida. Se las dejaron sus clientes, recién. Abre un Renault blanco, entra y enciende la radio. Y se pone a escuchar el partido. A pesar de que tiene una entrada en el bolsillo. Se la regaló otro cliente. Pero él, firme, afuera. No puede fallarle a su gente.

Hace algunos partidos, la Bonaerense se lo llevó demorado y los dueños de los autos intentaron impedirlo. Lo defendieron. Le aclaraban a los policías que Bocha era el único de todos los trapitos que se quedaba hasta el final del partido y que para ellos es un amigo más. Incluso dos personas se tomaron el trabajo de llamar a su casa para avisarle a la familia. El miércoles pasado, contra Corinthians, por la Copa Sudamericana, un cliente le dejó 600 pesos. El acompañante de ese auto, 300 más. “Para que comas un asado con la familia, Bocha”, le aclaró. Dos o tres de sus clientes hoy cuentan con el pase directo al estacionamiento del club, pero le son fieles y lo siguen eligiendo para dejarle el auto. Hace instantes, un cincuentón le pagó por el auto y le dio unos mangos de más: “Para la alcancía de tu nieto…”, fue la condición.

“Muchos partidos no puedo trabajar tranquilo…”. Lo dice en la esquina de siempre, con camiseta y vicera de Racing, y las zapatillas celestes. “Yo lo que les propongo a los policías es que vengan y vean qué clase de persona soy, lo que me quiere la gente. No pueden meternos a todos en la misma bolsa. Fijate las otras cuadras: están vacías de autos. La gente me elige porque sabe que me quedo hasta el final del partido. Soy diabético y tengo 65 años. ¿Quién me va a dar un laburo? Gracias a esto uno de mis hijos es docente de Inglés y otro está estudiando Arquitectura”. 

Hay cosas que solo pasan en el contexto de un partido del fútbol argentino. Y hay varias de esas cosas que solo ocurren habiendo hinchas de Racing de por medio.

De esto va esta historia. 

Carlos Sarraf

 

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Bocha se crió entre su casa de chapa y madera en Dock Sud y la sede de Racing. De chiquitito acompañaba al club a su padre, representante de la actividad Pelota y Paleta. Le gustaba quedarse en la sala de billar, comer en la confitería y estar cerca de papá. Los domingos iban a la cancha en familia, a la platea. Y los sábados a ver a San Telmo, los dos solos. Los problemas comenzarían a sus 9 años, cuando falleció la madre y la familia se separó. A Bocha lo internaron en un colegio y luego lo enviaron a Entre Ríos, donde vivía su abuela. Para el padre había sido imposible hacerse cargo de todos sus hijos. Moriría seis años después. Entonces, a sus 14, Bocha se había quedado sin papá, sin mamá y sin Racing. Volver al club y a la cancha, sin ellos, le generaba mucho dolor.

En Dock Sud trabajó en un puesto de diarios, en talleres, fue gomero y sodero, vendió cigarrillos importados y cambió medidores para Metrogas, entre tantas otras cosas. Vivía donde podía. A veces, en alguno de sus trabajos. Hubo épocas en las que se pasaba las noches en boliches, sin tener dónde dormir. El tiempo de antes en Racing, pasó a Dock Sud. El club estaba a la vuelta de su casa. Y gracias al Docke se reencontraría con la Academia. La leyenda cuenta que La Guardia Imperial se enteró que la barra de los de la dársena viajaba a los partidos de visitante en dos camiones en los que cabían 300 personas. Los capos buscaron a Bocha y sus amigos -que eran de la barra- y les pidieron el contacto para viajar en los mismos camiones. Entonces les dijeron que podían ir a ver a Racing cuando quisieran. Y Bocha volvió a su primer amor.

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Para mediados de la década del 80, ya en pareja y con hijos, se quedó sin trabajo. Un amigo le propuso cuidar autos en la plaza Alsina, de Avellaneda. Como no tenía nada mejor, y en su casa había hambre, empezó a buscarse unos pesos así. Arrancó con el trapito de las seis de la tarde hasta la medianoche. Los primeros días no fueron fáciles. “Esperá a que te conozcan”, le recomendó su amigo, que llevaba años en el rubro. Con el tiempo las cosas fueron cambiando. Además de cuidar autos, también se ofrecía a lavarlos. Más adelante consiguió una changa más los fines de semana: cuidaba autos en un salón de fiestas. Desde un principio entendió que hacía la diferencia si se quedaba hasta que el dueño regresara por el auto.

“¿Vos para qué me pagás…? Si yo te cobro y me voy, no tiene gracia. Si vos me das de comer, ¿por qué tengo que fallarte e irme? Y si vos saliste y me encontraste, ¿a qué cuidador se lo vas a dejar la próxima vez?”, reflexiona Bocha en su casa, a pocas cuadras del Cilindro y de su esquina.

 En 1988 tomó una decisión difícil: dejar la tribuna y quedarse a la vuelta del estadio, en Palaa y 9 de julio. Aquella primera tarde la venía pasando mal. Su esquina parecía ser peatonal; no se acercaba un solo auto. Hasta que llegó el primero, y todo mal. Lo hizo enojado: decía que en el partido pasado le habían robado el pasacassette.

 “¿Te vas a quedar hasta el final del partido?”. Cuando escuchó la pregunta, Bocha, vivo, despierto, pillo, de la calle, fue por más. Le hizo una apuesta: si al salir de la cancha él estaba ahí, cuidando el auto, le iba a cobrar el doble. Y Bocha estuvo. Y al otro partido, ese hincha volvió. Hace 29 años que sigue volviendo. Fue el primero en comenzar a hacer correr la bola: había un trapito que además de ser de Racing, se quedaba hasta el final del partido. Además de cuidar los autos, los lavaba.

Con los años fue entregando suvenires. Hubo épocas de un banderín de Racing para cada integrante de un auto, otras de perfume de los lavaderos de autos, otras de un llavero, otras de fixtures, otras de almanaques o posters. Se puso de su lado hasta a los vecinos, que los días de partido estacionan sus autos de culata para que Bocha cuente con más espacio; hasta le ceden sus garajes para que pueda trabajar mejor.

No pasó mucho tiempo para que los hinchas lo buscaran. “¿Vos sos Bocha?”, le preguntaban al verlo. Y le dejaban su auto sabiendo de su atención. Además, empezó a disfrazarse de Papá Noel en el último partido de cada año. Y la bola se fue corriendo; tanto, que había otros cuidadores que mentían diciendo que trabajaban con él. 

“Es gente que me da, y me da, y me da… Creí que no iba a perder mucho y que iba a quedar bien retribuyéndoles con algo”, dice por los regalitos que entrega en cada partido. “Varios me invitan a entrar con ellos a la cancha, y yo me muero de ganas, si soy de Racing de toda la vida. Pero primero lo primero, que es mi trabajo”.  

 Además de ir a Racing, va a Dock Sud. También fue a Independiente, donde lo “adoptaron” aun sabiendo de su amor por la Acadé. Pero tuvo que dejar la vereda vecina porque en 2014 la barra lo amenazó para exigirle dinero, y nunca más volvió.

En el rubro de Bocha, lo más común es que los trapitos vayan a distintas canchas cada fin de semana. Lo mismo si hay recitales. Bocha dice que él prefiere seguir como está: trabajando en Racing y en Dock Sud, sus dos amores, y nada más. Solo pide poder hacerlo tranquilo; que no lo molesten. Y el que tenga alguna duda, ya sabe: que se pegue una vueltita por 9 de julio y Palaa y vea cómo lo trata la gente.