Un diario de la época la presentó directamente por su ropa. “Usa polleritas sumamente cortas”, se dijo con una descripción que, en sí misma, contenía todo lo que se pretendía transmitir. María Luisa Terán de Weiss (Mary), era la mejor jugadora de tenis en la Argentina, pero ciertos sectores no la aceptaban. Criticaban las prendas pequeñas porque dejaban que, en sus desplazamientos durante el juego, quedara a la vista su culotte. Pero también la castigaban por sus variadas blusas escotadas con terminación en distintos encajes, transparencias y bordados.

El contexto, la década del 40. El tenis era un deporte elitista y ella era la hija de un cuidador de canchas de Rosario. A los 16 empezó a jugar y, pese a su baja estatura, rápidamente se impuso a rivales mucho más altas y corpulentas.

“Putita rosarina”, le gritó Felisa Piédrola, la jugadora que perdió el reinado nacional en manos de Mary, según contó alguna vez el periodista e historiador del tenis argentino Roberto Andersen. En un cambio de lado, tras discutir un punto con el árbitro, Piédrola la cruzó y la insultó. Ella no le contestó, pero el desprecio la perturbó. Comenzó a tomarse el estómago, pidió permiso para retirarse un momento. Volvió a la cancha un rato después, pero perdió ese partido.

¿Qué hizo para que fuera tan perseguida? En principio fue sólo eso: las diferencias sociales y la osadía en la vestimenta. Pero lo que terminó de condenarla fue su filiación peronista. 

Desde sus orígenes en el Rowing Club se notaba su talento. La describían así: “Una jugadora de juego corto, potente e imprevisto. Con un primer saque bien colocado y potente”. Rápidamente se metió entre las mejores del país.

En 1940, durante un viaje en tren a Córdoba para jugar un torneo, conoció a Heraldo Weiss, hijo de Gottlob, renombrado futbolista de Alumni de principios de siglo. Tres años más tarde se casó con él y se mudó a Buenos Aires.

“Vivían en la calle Virrey del Pino, en Belgrano R. Desde la ventana del departamento, veía las canchas de tenis de Belgrano Athletic –cuenta hoy Alfredo Terán, sobrino de Mary–. Cuando terminaban las clases, mis visitas ahí eran las vacaciones. Ella era muy amiga de Juan Manuel Fangio. Un día vino a visitarla y me llevó a dar una vuelta con su auto. Para mí, todo eso era un sueño”.

Weiss tenía una buena posición económica. Se juntó con otros tenistas, Guillermo Robson y Augusto Zappa, y pusieron una casa de deportes en la avenida Córdoba. Años después, Weiss le compró la parte a sus socios y el negocio quedó en forma exclusiva para la familia.

La pareja emprendió, desde entonces, numerosas giras. Eran inseparables. En 1950, los periodistas especializados de Gran Bretaña, que eran los encargados de confeccionar el ranking, consideraron a Terán de Weiss la N° 10 del mundo. Fue la primera tenista argentina top ten. Ese año tuvo una fantástica actuación en Wimbledon (octavos de final) y fue campeona en Alemania, Yugoslavia, Dinamarca y Suiza.

Heraldo era peronista. Fue por él que Mary conoció a Juan Domingo Perón y a Evita. Su vínculo con el gobierno era fluido y el apoyo estatal fue fundamental para el desarrollo de su carrera. Fue por eso que después de dos años sin jugar en el país, volvió para los primeros Juegos Panamericanos, en 1951. Ganó dos medallas de oro y una de bronce.

Pero todo iba a cambiar al año siguiente. Su marido se enfermó. Los gastos de los tratamientos la dejaron en una delicada situación económica. Heraldo falleció el 30 de agosto, un mes y cuatro días después de la muerte de Evita. Los trances que ambos atravesaron, la acercaron todavía más a Perón. La amistad creció.

A fines de ese año, en una reunión en la residencia de Olivos, Perón se paró frente a la vitrina en la que Evita guardaba sus joyas. Le ofreció que eligiera una. Mary, con timidez, rechazó el regalo. Perón insistió y le dijo que todas podían ser suyas si elegía casarse con él. Según contó Anderson, la tenista le contestó: “General, simpatizo con su gobierno, pero no tengo fibra política; no soy Evita y no puedo subirme a ninguna tribuna para hablar. Y usted necesita una compañera de fuste a su lado”.

 

Pese a los rumores que aseguran que mantuvieron un romance, años después, el mismo Perón lo desmintió, algo que quedó reflejado en el libro “Vida íntima de Perón”, de su biógrafo Enrique Pavón Pereyra. Allí se reproduce el siguiente textual: “Yo le había ofrecido mi anhelo de formalizar relaciones estables y a la vista de todo el mundo, pero ella se mantuvo en sus trece, negándose a aceptar mi proposición. Su respuesta era, en efecto, bastante desalentadora”.

La relación con el presidente siguió siendo muy buena. A tal punto que la designó Directora de campos municipales. Se hizo cargo de las escuelas de tenis. Les proveían ropa y raquetas a los chicos. Fue el impulso principal para comenzar a popularizar el tenis, romper el molde elitista del deporte.

“Sin nuestra ayuda, no le hubiera sido posible a Mary Terán participar en los torneos ingleses y hacer en Wimbledon un papel decoroso –explicó Perón–. La enfermedad de su esposo consumiría todos sus bienes, las reservas monetarias incluidas. Y ella se vio obligada a empeñar hasta los trofeos. Nosotros, por razones humanitarias, no podíamos permanecer indiferentes”.

Conociendo las intenciones de Perón, el que se opuso desde un principio a esa amistad fue Juan Duarte. Mary solía trasladarse en moto por esos tiempos. Ella misma contó que tras salir de una reunión con la UES (Unión de Estudiantes Secundarios), un auto la embistió cuando transitaba por la avenida Figueroa Alcorta. Cayó, pero no sufrió lesiones. Desde el piso, reconoció al automóvil de Duarte. Nunca lo denunció, por respeto a la memoria de Evita.

El golpe de Estado de 1955 decretó el final de su representación para la Argentina. Perseguida como todos los deportistas que habían tenido algún apoyo, incautaron sus bienes y tuvo que exiliarse. Se fue a Europa y jugó bajo bandera española.

Desde Puerta de Hierro, más tarde, Perón se lamentó: “¡En que mala hora hicimos pública nuestra gratitud! Apenas nos apartamos del poder, proscribieron su nombre de cuanto torneo pudiera intervenir por méritos propios”.

La acusaron de participar de la expropiación de varios clubes, como el Tenis Club Argentino, que tuvo que dejar sus tierras. Pero ella lo desmintió: “Lo dispuso la Municipalidad cuando yo me encontraba jugando en el extranjero”.

Volvió en 1959, durante el gobierno de Arturo Frondizi. Le devolvieron su local en la calle Córdoba y ese se convirtió en su principal trabajo. Antonio Vespucio Liberti, presidente de River, la convenció de que se asociara al conjunto millonario en 1963. Pero el ambiente aún la rechazaba. En el campeonato interclubes, los rivales se negaron a jugar contra River por su presencia. La Asociación Argentina suspendió el certamen. El 22 de julio de 1964, escribió una carta en la revista El Gráfico, en la que explicó: “Soy víctima de una inhumana e injusta persecución”.

Compró un departamento en la calle Rodríguez Peña, a la altura de Santa Fe, donde fue a vivir con su mamá, Goyita. Los viejos fantasmas no dejaron de perseguirla. “La llamaban por teléfono, la amenazaban, fue una lucha permanente para ella”, recuerda su sobrino, Alfredo.

A los 66 años, visitó a su amiga Francisca Campos de Ferrante en Mar del Plata. Se encontraba bajo tratamiento tras la muerte de su mamá. Aunque no había demostrado signos evidentes de depresión, según confirmaron las personas que la vieron por esos días, se arrojó del séptimo piso la mañana del 8 de diciembre de 1984.

Su historia quedó guardada durante mucho tiempo. Tras la Revolución Libertadora, los medios en la Argentina no publicaban sus triunfos en el exterior. No fue hasta 2007 que se le hizo un verdadero reconocimiento, cuando la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires decidió darle su nombre al estadio ubicado en Parque Roca. No fue sencilla su vida, pero ayudó a cambiar una época.

Con la frescura de esas imágenes en la que se la ve radiante, osada, feliz. Esa fue la tenista de la que se enamoró Perón.