Jitka es tan alta y rubia como la mayoría de las chicas checas que se pueden cruzar paseando por la Plaza de Wenceslao, en el corazón de la Ciudad Nueva de Praga, o en Vinohrady, el barrio que será hoy nuestro punto de partida. Pero apenas abre la boca visibiliza la diferencia: el acento y el vocabulario típicamente rioplatenses revelan por un lado que tiene un pasado de varios años en Montevideo, y por otro que esta visita promete ser diferente. Nuestro destino de hoy no será la Praga más histórica e imponente, la del Castillo o el Puente de Carlos –aunque el ida y vuelta entre las tendencias de hoy y el pasado que la envuelve es uno de los grandes encantos de la ciudad– sino tres barrios que encabezan la renovación urbana: Vinohrady, Zizkov y Karlín.
Desde la mesa del Hospoda Parlament, un bar y restaurante con tanques de cerveza a la vista, Jitka planifica el itinerario del día y sobre todo explica la primera palabra que aprende todo viajero de paso por la República Checa: pivo, o cerveza. Una “normal” es de 11 grados –no de alcohol sino de fermentación– y medio litro; una cerveza pequeña es en cambio una malé pivo, comúnmente llamada… “una triste”. Y antes de terminar el primer medio litro, la moza ya se habrá acercado para poner otro sobre la mesa. En el menú del Parlament la cerveza se acompaña con platos típicos checos: primero una sopa de coliflor, calabaza o papa (bramboracka); después pollo, carne o jamón con guarniciones como las knedliken (bolas de harina, huevo, levadura y trozos de pan). Me pregunto si esta dieta habrá convertido a los checos en lo que son, una de las poblaciones más altas del mundo: quién sabe. Lo cierto es que les resulta indiferente el calor veraniego que reina afuera y queda bien claro que no hay bomba calórica que una buena cerveza no pueda aliviar.
LOS VIEJOS VIÑEDOS Hay una Praga, de opulento pasado, que despliega sus encantos en Staré Mesto (la Ciudad Vieja) y Malá Strana (la Ciudad Pequeña), donde el extranjero tendrá oportunidad casi cero de cruzarse con checos y convertirse en observador de la vida local: estas dos zonas históricas, que bien lo merecen, son un imán turístico donde predominan los banderines de los guías y los idiomas de todo el mundo. Si lo que uno busca es acercarse a la otra Praga –cuenta Jitka– Vinohrady es el barrio ideal. En este mismo lugar donde se encontraban en el siglo XIV los viñedos de Carlos IV de Luxemburgo, rey de Bohemia y emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, se levanta hoy un barrio cotizado y elegante organizado en torno a dos plazas: la primera es la Plaza de la Paz (Námestí Míru), donde están el precioso Teatro de Vinohrady y la iglesia neogótica de Santa Ludmila, “abuela de San Wenceslao, la primera y más top de las santas checas”. La segunda es la plaza Rey Jorge de Podebrady, el único monarca checo protestante, considerado precursor de la unidad europea. El dato a tener en cuenta es que aquí se organiza los sábados un mercado de productos de granja, ideal para probar por ejemplo los típicos fermentados de la mesa eslava.
Vinohrady, que además es el barrio gay de Praga junto con el vecino Zizkov, fue antiguamente una ciudad aparte: “Hasta 1918 –cuenta Jitka– existió el Imperio Austrohúngaro, y sus emperadores tenían bien claro que Viena debía ser la capital. Y aunque Praga crecía, los barrios como Vinohrady se mantenían como distritos separados, de modo que solían repetirse los nombres con los del actual casco antiguo. Con la unificación empezaron a cambiar las denominaciones de las calles, que en varios casos se bautizaron como ciudades o países. En Praga VII (Vinohrady es Praga II) está Argentina, y es bien importante porque es la salida hacia Berlín”.
COSTUMBRES CHECAS En torno a Námestí Míru se levantan también el precioso edificio la Casa Nacional, toda una institución nacida en el siglo XIX para promover la cultura checa dentro del Imperio. Hay varias en los distintos barrios, pero esta es una de las más bellas: y no hay que sorprenderse si un sábado a la tarde se ven entrar y salir adolescentes, chicas y muchachos, elegantemente vestidos como para ir a un casamiento. Porque en la República Checa perdura una tradición decimonónica que fue capaz de sobrevivir durante al siglo XX al comunismo y a la Revolución de Terciopelo: las clases de etiqueta y baile de todo tipo de ritmos, en general 13 diferentes desde el vals a la polka, el tango o el foxtrot, que pese a todos los pronósticos sigue prosperando e interesando a los más jóvenes. Los cursos cuestan entre 150 y 180 euros y terminan, cada mes de mayo, con un gran baile. “A veces la gente ve a los jóvenes salir tan bien vestidos y me dicen: ‘Qué bien, cómo se interesan los adolescentes en el teatro’ –ríe Jitka- pero en realidad es que van a sus cursos de baile”.
Caminando por la avenida Vinohradska se encuentra el Pavilion, un antigua fábrica de piezas de molino reconvertida por el arquitecto Antonin Turek en el showroom de diseño más grande de Europa central: vale la pena darse una vuelta por sus luminosos locales, distribuidos sobre dos pisos, para apreciar el renombrado diseño checo –como las lámparas Brokis- y los objetos de inspiración cubista (¡incluyendo sillas que cuestan unos módicos mil euros!). Y a unos pasos, en la confitería La Bohème, Jitka propone un nuevo alto para tomar un café con vetrnik, una rosquilla de masa bomba y crema pastelera típicamente checa. Pero atención: “El café en Praga no solo es caro –entre tres y cuatro euros- sino que es un problema pedirlo; en algunos lugares dominan la terminología italiana y en otros no; por eso lo más fácil es pedir un expreso y luego, con el lenguaje universal de las manos, agregar si se lo quiere chico, mediano o grande, con leche o no”. Y atención otra vez: una cafetería normalmente no tiene té.
Si hay poco tiempo, otra opción es tomar el tranvía 11 que sale del Museo Nacional y recorre la avenida Vinohradska, atravesando todo el barrio hasta el final, donde se encuentra el Nuevo Cementerio Judío, con la tumba de Franz Kafka. Pero uno se perdería el encanto de sentir en la primavera el perfume de los tilos que bordean la avenida, de entrar en los supermercaditos vietnamitas –equivalentes de nuestros chinos– o en el negocio de las porcelanas checas Thun, uno de los objetos decorativos más famosos junto con el granate checo y célebre cristal de Bohemia, considerado el mejor del mundo (con el Moser a la cabeza).
LOS BEBÉS DE CERNY En la frontera de Vinohrady y Zizkov se levanta la imponente Torre de la Televisión de Zizkov, de 216 metros de altura, construida entre 1985 y 1992. De noche se ilumina con los colores de la bandera checa. “El proyecto comenzó en la época comunista y fue muy discutido, en parte porque para hacerla se destruyó un antiguo cementerio judío. Gusta o no gusta, como para quienes la consideran el monumento más feo de Praga, o los que la llamaron ‘el dedo de Jakes’, que era el secretario del Partido Comunista en ese momento. Lo cierto –apunta Jitka– es que ya está integrada al paisaje, con sus cápsulas y plataformas, pero sobre todo con su mirador a 100 metros de altura y el café que está algo más abajo, a 63 metros”. Prestando atención, se ven claramente unos bebés que trepan sobre la torre: y deben ser gigantescos para distinguirlos claramente desde tanta distancia. Los bebés en cuestión son obra del artista checo David Cerny, que desde 2001 se integraron como una instalación permanente. Otras obras de Cerny, un artista tan conocido como discutido (si no lo fuera lo suyo no sería arte), son la estatua de San Wenceslao montando un caballo muerto, y Quo Vadis, un Trabant con piernas que representaba la huida masiva de los alemanes orientales hacia el oeste a través de la embajada alemana en Praga: una vez llegados allí, dejaban el auto abandonado para no volver.
Domina Zizkov la colina de Vitkov y sobre la colina el mausoleo que estaba dedicado al fundador del Partido Comunista Checo y presidente Klement Gottwald. Hoy es un museo histórico, ya que la momia de Gottwald –embalsamada como la de otros líderes comunistas en un último acto de culto a la personalidad– no dio muy buen resultado: a pesar de los cuidados, por los que cada noche se bajaba el cuerpo a un frigorífico para ser revisado y mantenerlo en condiciones, en poco tiempo se descompuso. Primero se reemplazaron las piernas con prótesis; finalmente hubo que enterrarlo como a cualquier mortal. Sobre la colina está también la estatua ecuestre de Jan Zizka, quien le dio el nombre al barrio, líder de un ejército de husitas victorioso contra los cruzados.
Zizkov es hoy el barrio de los estudiantes, donde se encuentra la mayor Facultad de Economía de Praga, y también el lugar donde visitar una tienda de Botas, las zapatillas checas de la época socialista que ahora, renacidas, se declinan en toda clase de colores y diseños (se consiguen por unos 60/70 euros). Contribuyó al mito que fueran usadas por el maratonista Emil Zátopek, la “locomotora checa”, considerado el mejor corredor de todos los tiempos. Pero Botas es solo una punta del triángulo del calzado checo de renombre, que completan Snaha y Prestige. Sin olvidar que la internacionalmente conocida firma Bata, fundada en 1894 en Zlín, ciudad checa del entonces Imperio Austrohúngaro.
KARLÍN HIPSTER Un túnel es la sencilla solución urbana que permite pasar directamente de Zizkov a Karlín (aquí se corre también anualmente una popular carrera). En este antiguo barrio industrial, donde está concluyendo la renovación de los grandes edificios de fachadas pintadas en tonos pastel, se levanta sobre la calle Pernerova el Forum Karlín, un complejo de artes dramáticas y música que comprende a su vez el restaurante de moda en Praga: Eska, el lugar donde hay que ir para probar pan artesanal… acompañado por supuesto con una jarra de pivo. Superviviente de la inundación de 2002, que dejó marcas en las casas y en los corazones de la gente, Karlín vive hoy un auténtico renacimiento, que implica también un crecimiento inmobiliario notorio. Para el viajero de visita es una excelente oportunidad de acercarse a la Praga más moderna y cosmopolita, aún en plena transición y con varios sitios interesantes para destacar: el edificio Corso de Ricardo Bofill, el Proyecto Riverside con sus edificios bautizados con nombres de ríos (Danubio, Nilo, Amazonas), el primer bar de gatos de la ciudad, la iglesia de la calle Vitkova que ocupa el edificio de una antigua sinagoga, el Main Point Karlin y su galería de arte, la iglesia de San Cirilo y San Metodio, y el reducto hípster por excelencia: la cafetería Mùj Sálek Kávy.
La última cerveza de hoy es en la gran Kasárna Karlín, una explanada de ambiente relajado en el patio de un antiguo cuartel. Ya es el atardecer y la gente que sale del trabajo se reúne, con en cualquier ciudad, con sus mesas y sillas en torno a jarras espumosas para una charla distendida y un rato entre amigos. Praga está aquí muy lejos de ser un museo al aire libre, como en Staré Mesto y Malá Strana; se vuelve una ciudad real y dinámica que gracias a su rico pasado se proyecta a la vanguardia.