Leo en un folleto que me dieron donde se explica que esta era la capital más austral del Imperio Incaico. Rosita, nuestra guía, agrega que a este lugar se lo llama el “pequeño Machu Picchu”. Para mí, hasta hace unos 40 minutos, era un punto desconocido perdido dentro de la provincia de Catamarca. Las ruinas El Shincal de Quimivil quedan a cinco kilómetros de la localidad de Londres: pero fue en Belén, a 25 kilómetros de aquí, donde escuché sobre ellas por primera vez. Me llamó la atención la fotografía gigante de una construcción de piedras ocre que vi colgada en una de las paredes de la Oficina de Turismo. Le pedí a la chica que me estaba atendiendo que me indicara cómo llegar y acá estoy. Si solo me hubiese quedado con lo que vi en esa foto, nunca me hubiese enterado de la historia y la tradición que sella el espacio entre esas rocas.
VIEJA CAPITAL El Shincal fue una capital administrativa que construyeron y habitaron los incas entre 1470 y 1536. “Es parte de lo que fue el dominio del imperio incaico desde el alto Perú hacia el sur y también hacia el norte, en Colombia. En nuestro país hay registros de que los incas llegaron hasta Mendoza. En esta región dominaron a nuestros diaguitas o calchaquíes, que son los pueblos originarios de acá y tienen una precedencia milenaria”, cuenta Rosita. En total hay 180 sitios arqueológicos en el país con rastros de su presencia; uno de ellos, es este.
Las ruinas en números: se encuentran a 1240 metros de altura, tienen 23 hectáreas de superficie y más de 100 edificaciones construidas en piedra y barro. El lugar debe su nombre a un árbol llamado shinqui, que por ser muy tupido y alto cubría esta zona en el momento en que fue descubierta. Además de mantenerla oculta, la abundancia de sus ramas sirvió para ayudar en la preservación; una vez que se quitó la vegetación, los arqueólogos encontraron las construcciones en su estado original.
En 1997, este parque ubicado al pie de las sierras del Shincal y en las cercanías del río Quimivil fue reconocido como Monumento Histórico Nacional por la Comisión Nacional de Monumentos, de Lugares y de Bienes Históricos. Hoy tiene un centro de interpretación y un museo donde se exhibe un 80 por ciento de cerámica local, mientras el 20 restante llega de otros pueblos y ciudades. “Este es el sitio arqueológico más importante de nuestro país, no hay otro de estas características. Solo que se conoce poco porque es muy reciente su investigación. Es un centro administrativo y ceremonial, puede ser que haya otro y todavía no se haya descubierto. Pero el único que está investigado y se puede visitar es El Shincal, por eso es tan importante”, asegura la guía.
Pienso que si no hubiese llegado hasta acá probablemente no me habría enterado de la existencia de esta ciudadela, que si bien fue descubierta en 1901 tiene apenas 25 años de investigación arqueológica detrás. “Quizá fue por el poco interés de nuestros gobiernos. O a lo mejor no era el momento, tal vez la gente no tenía conciencia del valor que tenía esto”, explica Rosita.
Empezamos una caminata que durará aproximadamente dos horas. “Lo que vamos a hacer nosotros es más o menos lo que hacen cuando llegan a una ciudad o un pueblo, y recorren la plaza para ver las construcciones más importantes que están a su alrededor. Ese es el avistaje que vamos a hacer de El Shincal, eso nos va a ayudar a entender la importancia del lugar”, dice nuestra acompañante. En los próximos metros de caminata, cuando pasemos al lado de unas plantas descoloridas que hacen juego con lo rojizo de las piedras, ella excusará la falta de flores por la escasez de lluvias que hubo en el último tiempo: “Este lugar tiene un microclima y por eso siempre decimos que los incas lo habrán elegido. Es un valle muy fértil, tiene montañas con una disposición muy apropiada, una geografía muy parecida a la de Perú en miniatura”.
La primera construcción que vemos en el trayecto es el pucará: “Lo usaban para vigilar. El Shincal era una capital, un lugar muy importante y venía mucha gente hasta acá. Por eso se piensa que controlaban siempre las entradas. Este es el centro del camino que estamos haciendo nosotros, que es como la entrada principal”, cuenta Rosita. Más adelante, vamos a ver muchas otras edificaciones, de distinto tamaño e importancia. En varias de ellas, los arqueólogos que trabajaron en su reconstrucción, para no confundir a los visitantes, marcaron con una pequeña línea roja la división entre el material original, que comprende la base, y el que fue reconstruido.
Pero más allá de ver cada pieza por separado, se puede decir que la verdadera fuerza de El Shincal se aprecia desde la altura. No hay como observar todas las construcciones juntas, dispuestas en orden, para entender la verdadera dimensión de estas ruinas. Si nunca hubiese llegado hasta acá, no podría ni habérmela imaginado como la veo ahora, desde la punta de este cerro. Estamos en el Templo Ceremonial de la Luna y justo enfrente, en un cerro de idéntico tamaño que tiene entre 20 y 25 metros, está el Templo Ceremonial del Sol. Ambos eran para los incas dioses superiores.
“La vista desde aquí permite entender el lugar. Uno cuando sube, cuando está arriba, puede transportarse y relacionar un poco, decir si tiene correlación con la parte de Machu Picchu”, asegura la guía. Se destaca del resto la plaza central, llamada aukaipata, ubicada justo en el medio de los dos templos ceremoniales. Es una estructura de forma cuadrangular de la que salen caminos de tierra angostos que avanzan rectos entre los árboles, que de tan secos parecen deshilachados. Está completamente amurallada y cada uno de sus lados mide 175 metros. Este era el espacio en el que se realizaban ceremonias, pagos de tributos y reuniones. Justo en el centro de la plaza se levanta una plataforma de 16 metros de lado y dos de alto que recibe el nombre de ushnu. Era donde se ofrecían comida y bebidas, y donde se realizaban sacrificios de animales. También vemos una construcción conocida como kallanka, que solía tener múltiples funciones: desde depósito, alojamiento y taller, hasta espacio para la realización de fiestas o la toma de decisiones políticas y administrativas. Además hay un conjunto de viviendas llamado kancha: todas incluían un perímetro en forma rectangular y un patio trasero; en algunas vivían los habitantes permanentes que se encargaban de mantener el territorio, mientras otras estaban destinadas a ser las residencias de la élite y los gobernantes.
ESCALERAS AL CIELO Como si fuésemos chicos llenos de dudas, todos los visitantes empezamos a preguntarle a Rosita por los distintos montones de piedras apiladas que llegamos a ver desde lo alto, y ella no hace más que enumerar: ahí se guardaban los excedentes de alimentos, ese era el taller textil, aquel otro era la casa del cacique, ese de más allá funcionaba como almacén, y el más apartado era un mortero donde se molían productos para hacer comidas y bebidas usadas en los rituales.
A lo lejos se ven las Escaleras al Cielo que van hasta el Templo Ceremonial del Sol. Fueron construidas por los incas y hace poco terminaron de ser restauradas: de la mitad para arriba se mantienen en su estado original y el resto es nuevo. Llegan hasta las cimas de los cerros, que fueron truncadas y despuntadas para ser convertidas en plataformas, en las cuales los incas realizaban actividades religiosas relacionadas con el culto solar. Me dan ganas de subir los escalones y contarlos uno por uno, pero me tengo que quedar con las ganas. Solo está permitido subir con las visitas guiadas programadas que se hacen por la mañana y la tarde.
“Este sitio tiene una conexión extraordinaria con todo lo que es el paisaje, la naturaleza que los incas adoraban. Tiene una energía muy especial que se siente mientras uno permanece en él, es muy único. No hay muchos lugares así, en los que uno pueda sentirse movilizado”, concluye Rosita. Y yo pienso que si nunca hubiese llegado hasta acá, si solo me hubiese quedado con la construcción que vi en aquella foto, jamás hubiera sabido cuánta razón tiene.