En los puestos de diarios del subterráneo, hoy, pueden conseguirse ediciones digitales clandestinas de distintos materiales cinematográficos, literarios, musicales, filosóficos. Entre ellas, si buscamos bien, vamos a encontrar las “huellas de Potel”, copias de lo que fue Nietzsche en castellano, Heidegger en castellano y Derrida en castellano. ¿Cómo llegaron allí las obras prácticamente completas de los tres autores? Un cibernauta, oculto en el anonimato del copy and paste, extrajo el enorme corpus bibliográfico de los tres sitios que durante más de diez años fue construyendo –con la paciencia exasperante y la inconmovible laboriosidad de una comunidad de hormigas– Horacio Potel. Cuando se le preguntaba por esos discos comercializados por los canillitas, Potel levantaba los hombros, no le daba ninguna importancia. Prefería hablar sobre su amigo Luca Prodan, compañero de ginebras en los bares del Abasto y San Telmo en los años ochenta, o sobre su relación con Andrea, la mujer que lo acompañó hasta el último aliento (Nietzsche también supo amar a una Andrea). A fin de cuentas, sabía bien la deriva impredecible que acarreaba el hecho de haber pasado horas, días, semanas, meses y luego años tipeando obras, letra por letra, digitalizando a Nietzsche, como si fuera un copista medieval a las puertas del siglo veintiuno. Sin escáner, Horacio hizo el papel de humilde Pierre Menard, reescribiendo libros enteros, sabiendo que su tarea era un acto imposible, intempestivo, tan nietzscheano que podía mover a risa. Antes de dedicarse a la filosofía, se graduó como Arquitecto. Luego, transitando la carrera de Filosofía en la UBA, levantó su edificio interactivo.
Un 22 de diciembre de 1999, nació Nietzsche en castellano. La página, en constante crecimiento on line, incluía –además de los textos del filósofo– artículos y capítulos de libros escritos por especialistas locales e internacionales, clásicos y contemporáneos. Allí podían seguirse las distintas variables de la exégesis de la obra de Nietzsche, desde El nacimiento de la tragedia hasta la Correspondencia y sus Fragmentos Póstumos. La difusión nietzscheana (y postnietzscheana, porque al poco tiempo comenzó a tipear y –en cuanto pudo– a escanear la obra de Heidegger y la de Derrida) llevada a cabo por Horacio Potel es reconocida en todo el mundo hispanohablante interesado en cuestiones filosóficas. Fue tan radical su obra de difusión que le valió la persecución penal por parte de verdaderos gigantes del mundo editorial: la francesa Gallimard, y nuestra Cámara Argentina del Libro, con allanamiento de interpol en su domicilio incluido. Sin embargo, a pesar de sus aspavientos, los gigantes debieron rendirse ante las quijotadas de Horacio Potel, que fue absuelto. Es que la obra de “sus” autores no dejaba de repetir, casi como una obsesión, que la escritura no es otra cosa que apropiación y reapropiación, siempre venida del otro, siempre por-venir. Aun así, nunca falta el “académico” que intenta minimizar con la estúpida soberbia de los doctos la obra de difusión “descomunal” perpetrada por esta comunidad bestial aunada en un solo hombre.
Sabemos que Nietzsche vaticinó un futuro en el que se abrirían cátedras para explicar su Zarathustra. Esas cátedras hoy existen. Si Nietzsche soñó alguna vez con un evangelizador que recorriese el mundo enseñando su Zarathustra, sin dudas Potel es la piedra latinoamericana sobre la que algún día se levantará la Iglesia del Anticristo que anuncie la llegada del Superhombre (o del “Ultrahombre”, como prefieren anotar las últimas traducciones). Horacio Potel murió en la madrugada del último miércoles 27 de septiembre, a los cincuenta y siete años.