En una mano llevábamos una lata de aerosol negro, en la otra, un esténcil calado sobre una radiografía de columna que, en imprenta mayúscula, decía:
ESPERA VENENO DEL AGUA ESTANCADA.
La escena sucede en una noche fría de 2004, en Bahía Blanca. Pasadas las doce, hay poco movimiento en la calle, la luz naranja del alumbrado público mantiene cierto orden y aleja el misterio. Caminamos unas 15 cuadras, seguramente hablando de música, de la cursada o de poesía. Planeábamos pintar el esténcil sobre una pared del frente del edificio del Departamento de Humanidades de la Universidad Nacional del Sur, donde por entonces nos iniciábamos en la carrera de Letras. Emprendimos la tarea con un poco de torpeza, hicimos mucho ruido, porque el aerosol no andaba bien, tanto que salió el sereno para ver qué estaba pasando. Le explicamos lo que íbamos a escribir en la pared y con cierta resignación nos dijo que termináramos rápido y nos fuéramos. La falta de experiencia en el arte del graffiti y el exceso de entusiasmo hizo que las letras negras chorrearan sobre la pared, perdiendo definición en la caligrafía y ganando algo de dramatismo en el mensaje.
¿Cómo llega ese verso de Wiliam Blake (expect poison from the standing water) a manchar de pintura nuestras manos? Ese graffiti, ¿habla de una ciudad conservadora, con su mitología negativa a flor de piel? ¿Propone otro relato? ¿Se puede leer en esa pared 30 años de democracia y de poesía en Bahía? Las letras negras, que ensucian la institución, dicen que si hay otro relato, en el que las aguas de la historia estén revueltas, es el de la poesía.
Días antes de quedar plasmado en la pared, este verso clásico del poeta inglés, había sido escrito con tiza blanca sobre el pizarrón verde en una de las aulas de ese mismo edificio, para dar comienzo a la cursada de Literatura Contemporánea I, cátedra a cargo en ese entonces del poeta Sergio Raimondi. Pero eso no responde la pregunta. Para que ese graffiti suceda tuvo que existir a fines de los 80 una casa pintada íntegramente de violeta donde se educaba a través del arte, tuvieron que existir paredones pintados por los poetas Mateistas con una boca tipo Rolling Stone que te invitaban a tomarte un mate y leer unos versos, fueron necesarios decenas de talleres literarios, proyectos fundamentales como VOX y su programa de formación y edición de poesía contemporánea, pasaron ferias de la cultura, editoriales, revistas, fanzines, espacios de encuentro, ciclos de lecturas… y la genealogía se expande en un campo dinámico, que en nada se parece al agua estancada.
El 21 de septiembre se cumplieron cinco años del fallecimiento de Mirta Colángelo. Tanto en la Casa del Sol albañil, como en el taller Cuentos con Sol en el Patronato de la Infancia, como en la Feria de la Cultura, Mirta encendía la chispa. Ella se definía como educadora por el arte. Fue eso y muchos más, una maestra de narración, de poesía y de educación. Creía fuertemente en el poder de la palabra y fue reconocida a nivel nacional como la impulsora de los susurradores de poesía en la argentina. “Si el arte estuviese en la educación, otro sería el mundo, ya que se respetaría la palabra. Cuando sea el arte el que ataque y no las bombas las cosas sin dudas florecerán».
Gustavo López fue uno de los editores de la revista Senda a principios de los 80 e impulsor de la editorial, revista y espacio de arte VOX (que hoy continúa como proyecto LUX). Sin su tarea como lector, promotor y editor, sería muy difícil pensar los últimos 20 años de poesía la argentina. El siguiente es un fragmento de la declaración de López en el juicio por delitos de Lesa Humanidad cometidos durante la última dictadura cívico-militar, en jurisdicción del V Cuerpo de Ejército, que concluyó en septiembre de 2012 con 14 condenados a cadena perpetua y tres a 17 y 18 años de prisión. “La experiencia que me tocó vivir a los 16 años, estar treinta días secuestrado, atado y en un estado de confusión interno muy grande, de stress, sabiendo que a cada momento me decían que nos iban a matar o esperando que se reanude una nueva sesión de tortura o de simulacro de fusilamiento, mi mente en ese momento estaba como muy alterada y con el pasar de los días empecé internamente a construir como un mundo mental en el cual me pudiera refugiar y ahí es donde me encontraba con las canciones que yo sabía, me las cantaba mentalmente o internamente me reproducía los poemas que me sabía de memoria y sentía como un alivio con esa práctica, sentir que recuperaba algo de la humanidad que perdía en ese lugar de locura y de muerte y de inhumanidad total”.
La pregunta persiste: ¿Se puede leer en esa pared 30 años de democracia y de poesía en Bahía? Tal vez sea un tanto exagerado. Sin embargo, el exceso de entusiasmos puesto en ese graffiti, también debe dar cuenta de que las corrientes de la poesía son subterráneas. Si hoy caminás por la ciudad, vas a encontrar poemas impresos a gran tamaño pegados en paredes, carteleras y vidrieras abandonadas, parte de la antología poética callejera que lleva adelante Leandro Coccia. O simplemente, un graffiti que se repite en los lugares más insólitos con la palabra “poecía”, de Diego Vdovichenko, como un llamado de atención para que la poesía deje de parecerse un poco a sí misma.
Y más allá de las paredes, también hay acción poética, hay una Escuela Argentina de Poesía, impulsada por el Departamento de Humanidades de la UNS, hay talleres, clínicas y ciclos de lectura en espacios como Factor C, Pez Dorado o La Biblio Fija y Ambulante, hay chicos que juegan al fútbol y comparten poemas en el Club Sixto Laspiur, hay comunicadores y medios alternativos para difundir la poesía como Nexo o la revista Rizoma, están hace diez años la Feria de Editoriales Autogestionadas (la FEA más linda) y, hace dos, el encuentro nacional Conexión Sur; y espacios de circulación, como librerías con libreros que leen, escriben y editan poesía, como La Masmédula o El Pasillo.
Entonces, en esta ciudad escrita, a veces con graffiti, con un susurro, otras con la energía del hacer de muchos o desde el silencio más inhumano, la palabra de la poesía tiene la fuerza para que las aguas nunca se queden quietas. Bahía Blanca, como relato, se construye desde esos versos que circulan hace más de 30 años.
En octubre de 2011, sobre las escalinatas de la UNS, con una lectura al aire libre y un recital de rock, se daba inicio a la experiencia del Festival de Poesía Latinoamericana de Bahía Blanca. El próximo jueves 5 de octubre, en el mismo escenario, abrimos la séptima edición con 20 poetas de Argentina, Perú, México, Chile y Brasil y esperando que sea un espacio de encuentro de toda la acción poética de la ciudad.
El graffiti de Blake ya no está visible. Quedó debajo de los cerámicos que hoy cubren el frente del edificio. No lo extraño. Si hoy tuviera que pintar una pared, posiblemente no elegiría el verso del poeta inglés, más bien me gustaría que algún joven estudiante, aturdido por el ruido de los pasillos, hiciera suyo el llamado de Santiago Motorizado en la canción que cierra La Síntesis O’konor: “Hey hey hey, no te duermas! todo el universo depende de eso, todo el universo depende de eso...”