“Sé que algunas personas encuentran que mis piezas son oscuras y tenebrosas, pero yo no, en lo más mínimo”, ofrece el imaginativo Callum Donovan Grujicich cuando lo interrogan acerca de su arte: esculturas figurativas con nostálgicos aires old-fashioned de extravagantes personajes ¿circenses? que acaso habitaron pesadillas en tiempos pasados. A veces, con cara de luna en cuarto menguante; a veces, maniatados; a veces, faltos de un ojo, según los humores de este muchacho canadiense que ya ha expuesto en muestras colectivas, ganado premios locales, publicado en revistas especializadas (Art Doll Quarterly, por caso), vendido obra a galerías de Texas o California, en Estados Unidos. Lo llamativo del caso, empero, no es que sus sombrías piezas sean ciento por ciento a base de materiales reciclados, basuritas que él encuentra en sus paseos por el barrio. O que, autodidacta, haya desarrollado su propia arcilla a base de papel, lana, aceite mineral y otras bondades. Tampoco que las pilchitas de sus muñecos las haya cosido con sumo cuidado; o que la inspiración lo golpease a partir de ser ávido lector (de títulos góticos, presumimos) o en sus tempranas incursiones al teatro. Lo curioso es que Callum Donovan Grujicich, hacedor de maravillosos y detallados figurines, ricos en simbolismos, tiene tan solo 12 años. Y se niega a revelar el sentido oculto detrás de cada pieza, dejando libre la interpretación en cada caso. “Me expreso mejor con mis esculturas que con palabras”, dice el purrete de Whitby, Ontario, que cuando sea grande, quiere ir a la escuela de arte a perfeccionar sus habilidades. Y, en la medida de lo posible, también abrir un refugio para animales abandonados, por qué no.