La obra, típicamente titulada “Variación de Matriz A”, trae a la mente, para los que no somos tan jóvenes, la señal de ajuste de la vieja televisión de aire que se solía emitir en ausencia de programación. Algo de eso hay en esas rayas que surgen de la sabia superposición y acumulación de distintos colores, aunque Juan José Cambre hace décadas que ya no tiene televisor.
El vacío como paisaje, la inevitable imaginación y expectación que generaban aquellas pantallas con sus colores puros se repite en la matriz que originó El público, una muestra luminosa y austera, mesurada y lúdica. Incluso antes de entrar a Vasari, en donde estas obras estarán expuestas hasta el 13 de octubre, la luz que emana de las pinturas, cuyos juegos cromáticos terminan organizando un espacio que aparece inusualmente amplio y luminoso, nos permite entender porque a menudo se le ha adjudicado a sus pinturas la cualidad de “purificar la percepción”.
Dice Cambre: “La muestra está muy luminosa porque no hay absoluto negro: es puro color, los únicos elementos oscuros son la sumatoria de complementarios. En esta muestra es el cyan el que funciona como negro, pero por complementario, porque el negro propiamente no existe. En pintura soy enemigo del negro”, explica y comenta que cuando hace alguna escenografía para teatro (donde el negro se usa muchísimo porque ópticamente hace desaparecer formas) siempre surgen conflictos con esa ausencia del negro: “Cuando vos eliminás el negro, aparece todo”, dice Cambre, que también podría decir lo opuesto: al ‘aparecer’ todo se manifiesta también la nada, el espacio vacío que nos permite percibir estas obras, expuestas previamente hace un par de meses en la muestra Mano de obra en la Fundación Fortabat.
La llegada a los monocromos de Cambre (un pintor exquisito nacido en 1948) no es fruto de teorías, sino de una práctica y una experiencia plástica: durante la entrevista el pintor hace referencia a distintos cálculos matemáticos relacionados con las proporciones y las relaciones entre estos colores, al punto que cuesta un poco seguirlo.
Cambre cuenta que, hace cinco años atrás, sintió ganas de hacer unos grabados: “Me gustó tanto el grabado que me compré una prensa y la contraté a Lorena Vázquez para que me ayudara. Compré tintas de distintos colores y empezamos a probar distintos formatos de grabado en linóleo, que ahora se hace en plástico de alto impacto, y probamos hasta que llegamos a una proporción que me pareció perfecta y probamos un color, después otro. Hasta que de repente Lorena me preguntó: ‘¿Y cuándo le vamos a poner algo?’. Y ahí apareció la idea de no ponerle nada. ¿Qué le vamos a poner si no necesitan nada?”. A partir de estos monocromos Cambre preparó una serie de 60 grabados verdes, de los que seleccionó 45 verdes, incluidos en la exposición de Fortabat.
“El verde es un color que siempre aparece en mi obra. En el 2005 empecé a tener la idea de simplificar más todavía mi obra y presenté diez superposiciones de diferentes colores siempre arriba del verde”, comenta Cambre, pero aunque ahora afirme que el grabado “no es lo suyo” y comenta que le terminó regalando la prensa a su colega y vecino Remo Bianchedi también experimentó con el grabado en Novum ovum, una muestra del 2012: con los periódicos brasileros que le regaló su amiga Ana Paula Cohen, asistente de Ivo Mesquita, curador de la polémica Bienal Vacía en Sao Pablo en el 2008: “Como ella después al año siguiente vivió un tiempo en mi casa me dejó de regalo todos los diarios con las críticas que salieron sobre esa Bienal, que era lo único que salió porque el edificio estaba vacío. Y como el papel de diario es muy bueno para imprimir hice una serie de monocromos tapando lo único que había salido sobre la Bienal”. La muestra en cuestión también incluyó una postal de la Plaza de Mayo que le regaló en 1975 su amigo Federico Manuel Peralta Ramos con una frase sugestiva (y actual) escrita al dorso: “Hay que llenarla”.
Como bien señala en el libro-catálogo de Mano de obra la curadora y crítica Lara Marmor, Cambre no hace arte minimalista, sino ‘Literalist Art’, “porque es un arte de superficie, y porque a pesar de la negación del relato su trabajo es muy literario”.
Para el pintor (que en el 2001 tituló una muestra El hombre invisible) el acto de pintar nunca fue algo mecánico, sino un acto consciente. Algo que resultó más que evidente entre 1989 y 1999 cuando, por sugerencia de Adriana Rosenberg, se dedicó a pintar una y otra vez la misma vasija. Esta serie propició ese proceso de depuración progresivo que luego continuó con sus pinturas de puntos, follajes o de reflejos acuáticos, obras que, en palabras de Marmor, entienden el paisaje como “cualquier fragmento que el artista toma y rehace en sus pinturas”.
Hay una experiencia de la vacuidad en este hombre que pinta compulsivamente, lo que nos lleva al budismo: “Me interesa el budismo y en algún momento incluso hice algunas prácticas de meditación en un Dojo. En su momento me llamó mucho la atención El elogio de lo insípido, un texto de François Jullien que habla sobre la idea de los chinos de la insipidez como material de total posibilidad, porque cuanto menos se muestra más posibilidades se encuentran en las expectativas”.
Cambre vive desde hace un par de años en Los Cocos, en el Valle de Punilla: “Está apenas a 1400 metros pero hay otro aire. Cuando hace unos años hice una muestra allá en Prisma la llamé Un bárbaro en las sierras, porque realmente hacer esto en ese lugar es una barbarie: lo que corresponde a la cultura del lugar no es eso. Estar allá es puro placer, tengo un ranchito y trabajo mucho ahí, pero ahora me quiero hacer un taller en el medio del campo. Voy y vengo todo el tiempo, la mitad del año me la pasó allá. Pero ya se por prejuicio, por tendencia o naturaleza uno siempre vincula todo lo que ve a lo que está pergeñando”.
Lo que vive ‘pergeñando’ Cambre son estas matrices de colores y estas obras monocromáticas en las que lo que está encriptado es, justamente, el color: “sería como un juego en el que hay que descubrir algo muy sencillo: la superposición de ese azul verdoso con ese azul ultramar que están colgados ahí forman, a 26 centímetros, un cuadrado que tiene su fuerza cuando lo percibís. Cada vez más, lo único que quiero hacer en pintura es presentar colores y sus superposiciones sin ninguna especulación artística pero con la seguridad de que soy un intérprete, un chamán de algo inexplicable”.
La muestra El público se podrá visitar hasta el 13 de octubre de 11 a 20 en Vasari, Esmeralda 1357.