El primer recuerdo que tengo de Madonna es un casette de True Blue que un novio de mi hermana dejó un tiempo en mi casa. Yo era pequeño, escuela primaria aún, pero me dio curiosidad. Y lo escuché. Lo escuché bastante. Me causaba gracia e intriga esa mezcla de idiomas que era “La isla bonita”. De alguna manera me sentía incluido. Esa canción en inglés, en su coro, me hablaba a mí.

En el año 1992, en Mar del Plata, la tecnología digital llega a mi casa: mis padres compran el reproductor de CD. Ese mismo año se lanza Erotica. Y yo quería ese disco. 

Internet no existía más allá de algún sueño de ciencia ficción. La información estaba en las revistas. Mis lecturas eran la 13/20, los números atrasadísimos que se conseguían de la española Smash Hits, o el suplemento de lanzamientos de películas en video que traía los viernes El Cronista Comercial. Y los cómics, por supuesto. Los kioscos de revistas eran la ventana al mundo. Amaba los kioscos. Hacer la recorrida de los kioscos del centro buscando alguna novedad era la gran aventura. 

Allí leía cosas de esta hereje degenerada que lo único que hacían era acrecentar mi curiosidad. ¡No solo sacaría un disco nuevo! Además saldría SEX ¡un libro de fotos eróticas! Madonna fantaseada al infinito, rodeada de culos, desnuda en la ruta haciendo dedo, acurrucándose en el pecho de una andrógina Isabella Rossellini... Definitivamente ese disco tenía que estar en mi poder. 

Después de juntar peso por peso con la plata de los boletos de colectivo que me ahorraba yendo caminando a la escuela, me lo compré. Tuve mi primer cidí. 

¡Venía con un booklet desplegable con todas las letras! (con lo difícil que era conseguir las letras de las canciones) y traía algunas imágenes del libro prohibido, pero donde no se veía absolutamente nada.

Mientras mis compañeros de la escuela del puerto discutían sobre si eran mejores los Redonditos o Soda Stereo, yo guardaba el secreto de llegar a mi casa para poner en un eterno repeat el disco que me prometía las mil y una. No hay mejor refugio para un adolescente que los auriculares. Los auriculares y los cómics de mutantes. Nada más parecido a un adolescente que un mutante. Así, en la edad en la que uno no sabe aún cuáles son sus súper poderes, o si los tiene, esta muchacha me acompañó, y me dio indicios de que los mutantes éramos muchos. Y eso, en el crudo invierno marplatense, es un montón. 

Con la habitación a oscuras, tirado en la cama con los auriculares, empezaba a escucharlo. El primer tema era el que daba nombre al disco. “Erotica, romance” eran las primeras palabras que aparecían. Y otra vez esta chica me hablaba en español, directamente a mi. Yo no sabía inglés, así que el resto de la letra era una abstracción inasible. Fantasía pura. La canción fue a mi oído hipnótica y extraña, mezcla de recitado, gemidos, y coro pegadizo. No me era fácil escucharla, requería una atención distinta. Con una oscuridad elegante, como atravesada por una especie de dolor, cierta incomodidad que hacía que el tema no fuera lo brillante que solían ser los temas bailables (cosa que sí sucedió años más tarde en la hermosa versión que hizo para el Confessions Tour, convertida en una Travolta melancólica). Y así era todo el disco, o por lo menos ese era el color de los temas que más me gustaban. “Deeper and Deeper”, “Waiting” y “Secret Garden” eran los que seguían en preferencia, los que programaba en el repeat una y otra vez hasta que alguien de mi familia entraba de mal humor en la habitación a exigirme que deje de gritar. Me ponía a cantar con los auriculares puestos y, poseído, perdía registro de cuanto levantaba la voz. 

Al año siguiente el Girlie Show venía a la Argentina, el tour con el que promocionó el disco estaría muy cerca. Pero la plata de los colectivos no me alcanzaba ni para medio pasaje, así que tuve que conformarme con grabarlo de la tele, en VHS, cuando Badía presentó el recital un sábado a la noche. Por suerte fue anunciado y pude estar con la videocasetera lista, por que estar a la caza de los pocos videos que circulaban en la tele era toda una odisea. Había grabado otros videos, el de “Bad Girl” (¡con el gran Christopher Walken!) o el de “Rain” (¡con un modelo argentino! ¡Que envidia!), pero el de “Erotica” no lo pasaban nunca. Cada noche, cuando todos se iban a dormir, miraba un poco del recital. No era algo para mirar en familia. Siempre alguno se levantaba al baño o a tomar agua y yo aceleraba la cinta para que no me agarraran viendo la orgía coreográfica que se armaba en “Why It’s So Hard?”

Después de algunos años, durante el último que viví en Mar del Plata, conocí a mis primeros compañeros de teatro: Alejandro, Sol, Javier, Natalia, y Mariano, mis primeros amigos con los que compartía aquello que no se compartía con nadie, con los que bailábamos esas canciones haciéndonos los herejes y degenerados. Bailamos mucho ese disco. Aquella escucha solitaria finalmente se transformó en un acto de celebración. 

Madonna fue, y en especial ese disco y ese tema, una especie de consejera, una tía loca y sexuada que te decía que no estaban mal todas esas cosas que te estaban pasando. Un respiro. Una amiga a la que quizás no convenía que todos supieran que querías tanto, no todavía, por que aún quedaban algunos años de adolescencia portuaria, y uno intuía que estaba bien ser un mutante, pero los cómics ya me habían advertido que para los demás, para la gran mayoría, los mutantes son peligrosos.  Así que había que ser cuidadoso, al fin y al cabo la cosa era sobrevivir. Gracias Madonna, we keep us together.


Diego Velázquez nació en Mar del Plata en 1976. Se formó como actor, bailarín y también en cine y artes visuales. Trabajó con directores como Ciro Zorzoli en El niño en cuestión  y Estado de Ira; con Jorge Lavelli en Rey Lear; diversos trabajos con Alejandro Tantanian como Cuchillos en gallinas, de David Harrower, Amerika, de Franz Kafka, Los Sensuales, y Las Islas, de Carlos Gamerro. Trabajó con Analia Couceyro en Historia del Llanto, opera contemporánea de cámara de Carlos Mastropietro, basada en la novela de Alan Pauls. Como bailarín trabajó con Gustavo Lesgart, Silvina Grinberg, Eugenia Estevez entre otros. Codirigió En el Ruido, pieza de danza con Rakhal Herrero, y Aquaman su primera experiencia como dramaturgo y director. Protagonizó la versión televisiva de Los siete locos. Actualmente se lo puede ver en Escritor fracasado con dirección de Marilú Marini y Miedo con dirección de Ana Frenkel.