El mundo del escritor chaqueño está revolucionado, pero él no pierde la serenidad de su tonada resistenciana de frases cantarinas. Mariano Quirós ganó el XIII Premio Tusquets de Novela por Una casa junto al Tragadero, una historia que transcurre en un extraño pueblo del Chaco. El jurado –presidido por Juan Marsé e integrado por Almudena Grandes, Antonio Orejudo, Daniel Ruiz García y Juan Cerezo– ha valorado “la fuerza de un relato de supervivencia en medio de una naturaleza hostil, el poder hipnótico en la sucesión de acechanzas y peligros que vive el protagonista, y el acierto en la composición de la novela, por la que el lector reconstruye los orígenes y las verdaderas motivaciones de los personajes a medida que avanza en su lectura”. Más allá de este merecido reconocimiento, la principal revolución en su vida la encabeza Amador, su primer hijo, que nacerá a mediados de noviembre. “Estoy feliz, a pesar del momento espantoso que está atravesando el país. Vivo el premio con alegría y sin más expectativas que la de tener más lectores”, dice Quirós a PáginaI12.

“Me gusta que en el jurado haya estado Juan Marsé, un escritor que leí hace unos veinte años. Si te dicen que caí y Rabos de lagartija son dos libros que me volaron la peluca, una prosa que me impactó mucho”, revela el flamante ganador del Premio Tusquets. Una casa junto al Tragadero narra la historia de El Mudo, “un personaje que se harta del escándalo de la vida en Resistencia y se va a vivir al monte, a un pueblo bastante tuguriento que se llama La Colonia”, cuenta Quirós. “Ahí tiene que aclimatarse a esa naturaleza áspera y hostil del monte. El Mudo, para sobrevivir, tendrá que relacionarse con Insúa, un almacenero que lo abastece de las cosas que pueda llegar a necesitar, desde papel higiénico hasta un paquete de arroz. Insúa le va enseñar a cazar monos. Pero el lugareño Soria siente la llegada del Mudo como una invasión y lo denuncia ante una fundación ecologista por cazar monos”.

Quirós (Resistencia, 1979) subraya que la idea de la novela se la dio su amigo Luciano Acosta, un artista plástico chaqueño. “Luciano tuvo que mudarse de Resistencia a un pueblo que se llama Colonia Benítez, pegado al río Tragadero. Para perder el miedo y la melancolía que le daba irse a vivir a una zona casi rural, Luciano me propuso que escribiera una historia a partir del nombre del río Tragadero. El me contó algo que espero que sea verdad –si no, es una invención hermosa– acerca del nombre del río, que es un río que se traga personas y en una época se tragaba ganado. Los peones que perdían ese ganado eran castigados por sus patrones, y si no eran agarrados y quedaban dando vueltas por el monte como una especie de ánima enloquecida que no podía salir del lugar”, explica el autor de las novelas Robles (Primer Premio Bienal-CFI), Torrente (Premio Festival Iberoamericano de Nueva Narrativa), Río Negro (Premio “Laura Palmer no ha muerto”), Tanto correr (Premio Francisco Casavella) y No llores, hombre duro (Premio Festival Azabache y Premio Memorial Silverio Cañada, de la Semana Negra de Gijón).

El autor de los cuentos La luz mala dentro de mí (Primer Premio del Fondo Nacional de las Artes) advierte que El Mudo, el narrador de la novela, es el primer afectado por la dureza de una geografía y una atmósfera que no perdona un paso en falso. “El clima hostil lo va afectando en su propia percepción del tiempo, pero creo que también le afecta el habla y la manera de narrar. A medida que pasa el tiempo, que pasan los días en ese monte, el habla se va volviendo de a ratos más tosca, pero a la vez va ganando cierta poesía, quiero creer yo, una especie de profundidad en la mirada sobre las cosas que pasan en el monte, que pretendo que sea un monte retorcido”, aclara el escritor y editor, que dirige junto a Pablo Black la editorial Colección Mulita. “No quiero moverme de Chaco como paisaje literario –afirma el escritor—. Mi mirada es urbana, pero cualquier atisbo de encuentro con algo que tenga que ver con lo rural me provoca un sacudón y me despierta el deseo de narrar historias”.