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Desde Río de Janeiro
En la madrugada del domingo 17 de septiembre, un grupo de entre 60 y 90 hombres invadió la Rocinha, la más poblada y famosa favela de Río de Janeiro. Era un intento de retomar el control del muy lucrativo tráfico de drogas de la comunidad implantada en plena zona sur de la ciudad, donde viven los ricos más ricos. Lo que pasó a continuación fue algo muy semejante a una guerra civil en miniatura. Durante seis días con sus seis noches, frente a fuerzas de seguridad absolutamente inertes – hay escenas de grupos armados de fusiles y ametralladoras poderosas desfilando delante de policiales mal armados, mal preparados, mal pagados y frecuentemente corruptos – la Rocinha vivió momentos de horror.
Al mediar la tarde del viernes día 22 las fuerzas militares empezaron a ocupar la favela. Llegaron los blindados, los vehículos cargados de casi mil soldados subieron por las calles hasta donde ellas llegan. Lo que viene después es una intrincada red de callejones que se van estrechando hasta transformarse en pasillos. Todo un espectáculo, por cierto. Mientras duró la guerra entre los dos bandos de traficantes todo –todo– cerró en la favela habitada por al menos 80 mil personas: escuelas, comercio, puestos de salud, todo.
Algunos de los barrios más nobles de Río de Janeiro – San Conrado, Gávea, Jardin Botánico y Leblon, el metro cuadrado más caro de América Latina – vivieron en alarma permanente, con pavor de que sus calles fuesen escenario de tiroteos. Es que los traficantes son conocedores absolutos de la región de cerros cubiertos por la Floresta da Tijuca, una de las mayores matas urbanas del mundo. Saben cómo usar y cómo ocultarse en todas las trillas ocultas por árboles inmensos que unen la Rocinha al resto de la ciudad, especialmente los barrios limítrofes.
Los hombres del Ejército y la Marina se quedaron en la favela hasta el viernes 29. En esa semana hubo tiroteos intensos, algunos con más de media hora de duración. Resultado final del operativo: fueron aprehendidos 25 fusiles, 14 granadas, siete bombas caseras. Cuatro traficantes fueron muertos, otros 26 detenidos, de los cuales dos menores.
¿Qué cambió? Bueno, durante los días en que las tropas ocuparon la Rocinha se supo que “Rodrigo 157”, el narco que traicionó a su jefe – quien, por cierto, está en un presidio de seguridad máxima a miles de kilómetros de distancia pero aun así ordenó a sus aliados que habían sido expulsados de la región que la ocupasen para recuperar el negocio – y luego resistió a la invasión, había buscado abrigo en otra favela en otro extremo de la ciudad. Salen los del Ejército y la Marina, vuelve la tropa de elite de la Policía Militar. Si Rodrigo vuelve, las fuerzas armadas volverán, dijo el ministro de Defensa Raúl Jungmann. Pero, ¿dónde está Rodrigo? Nadie sabe. Lo más probable es que ya esté de regreso a su feudo.
Durante toda la semana de ocupación, y pese a los tiroteos, un único ramo de comercio no fue interrumpido: la venta de drogas no cesó. En volumen considerablemente menor, por cierto. Pero siguió. Los habitantes de la Rocinha vuelven, pues, al cotidiano: dominados por un traficante autoritario y violento, que además de extorsionarlos a cada tanto implanta el toque de queda en vastas áreas de la favela y que, cuando contrariado, no duda en ordenar puniciones que van de la amputación al estupro, llegando a sesiones de tortura o directamente al asesinato.
Un cotidiano, a propósito, que se repite –a veces de manera más perversa– en casi todas las favela’s de la región metropolitana de Río. La Rocinha, sin embargo, es diferente: está implantada en una región de espeluznante belleza natural. Y si otros barrios de clase media conviven con comunidades pobres con presencia de traficantes, la Rocinha colinda con zonas especialmente nobles de la ciudad. Un estudio conjunto de los servicios de inteligencia de las policías de Río, tanto la civil como la militar, y de las Fuerzas Armadas indica que existen en la región metropolitana 1.025 favela’s, y que el narcotráfico está instalado en 850 de ellas.
Además de los narcos, también están los ‘milicianos’, brigadas formadas por policías de ambas agrupaciones y hasta por bomberos. Los ‘milicianos’ rivalizan con los narcos en los abusos y excesos. Algunas favela’s son aisladas de otras, como la Rocinha, o agrupadas en comunidades, que son doce. Y nueve de ellas – las más pobladas– están directamente bajo control de los narcos (principalmente las que escurren de los cerros) o de los ‘milicianos’ (las horizontales, o sea, instaladas en terreno plano, como la Ciudad de Dios). Las más miserables están en la zona oeste o norte de la ciudad. Son también las más violentas.
Hace algunos años, el entonces gobernador de Río, Sergio Cabral, actualmente residiendo en un presidio y condenado (por ahora) a más de 40 años de cárcel por haber comandado un esquema de corrupción que se extendió por toda la administración y se hizo con al menos 200 millones de dólares, implantó las UPP’s (Unidad de Policía Pacificadora). El proyecto era ambicioso: además de ‘pacificar’, o sea, expulsar a los narcos, habría toda una amplia oferta de servicios como escuelas, cuadras deportivas, centros culturales, puestos de salud, escuelas. Lo que efectivamente hubo fue la ocupación de las favela’s por policiales militares. Todo lo demás quedó en promesa. Con el tiempo, los mismos policías pasaron a ser atraídos por los narcos, a base de soborno o amenaza.
Con la virtual quiebra de Río, todo se vino abajo. La violencia urbana de multiplicó por toda la ciudad, y en las favela’s el cuadro es de desesperanza. Líderes comunitarios repiten, en unísono, especialmente en las favela’s más pobres, que la tendencia es empeorar. Los más destacados estudiosos del cuadro coinciden en el desánimo. Para el sociólogo Ignacio Cano, coordinador del Laboratorio de Análisis de la Violencia de la universidad provincial de Río, a corto plazo todo lo que se puede esperar son intentos puntuales para parar los tiroteos. La socióloga Julita Lemgruber camina por la misma senda. Ella critica la opción de tratar la venta de drogas por la vía de la violencia, sin ninguna otra preocupación por cambiar la realidad de las comunidades.
Cuando la tensión produce tiroteos vienen las Fuerzas Armadas, se quedan un ratito y se van. Y la gente de las favela’s vuelve a su cotidiano de opresión y miedo. Si es así, ¿por qué tanto barullo por lo ocurrido en la Rocinha? La conclusión es una y una sola: porque está enclavada entre los ricos más ricos. Los que les tienen pavor a los pobres más pobres.