“¡La paella está preparada!”. En la escuela Collaso i Gil del barrio del Raval, en el centro de Barcelona, un centenar de vecinos se atrinchera desde la tarde del viernes para mantener el centro abierto hasta primera hora del domingo, cuando está previsto el arranque del referéndum soberanista unilateral convocado en Cataluña.
Aunque el Tribunal Constitucional prohibió la consulta y una jueza ordenó el cierre de todos los locales de votación, los secesionistas sueñan con que mañana haya largas colas para votar. Hoy, de momento, se forman solo para recoger un plato de paella en un ambiente de alegría contenida y cautela. Algunos han pasado la noche dentro del colegio en sacos de dormir. Y durante la mañana se han reunido en asamblea para acordar cómo actuar en caso de que la Policía intervenga.
“No sabemos lo que va a pasar. ¿Tensión? Por nuestra parte, no. Nuestra consigna es la resistencia pacífica. Con este ‘ejército’ ya ves que no vamos a ningún sitio”, explica María, una mujer de 52 años, mientras señala a los jóvenes y los niños que juegan en el patio del colegio.
“Yo ayer me enteré de que varios vecinos del barrio estaban aquí y vine a dejarles sacos de dormir y esterillas”, señala Eva, quien hoy volvió para apoyarles junto a su hijo de 14 años.
Poco a poco, otros han ido llevando comida, guitarras, juego y botes de pintura para hacer carteles. “Defendemos este colegio electoral”, reza uno en la verja del centro.
Muchos de los concentrados no se conocían. Pero a todos les une un deseo: el de una Cataluña independiente de España. “Es la única solución que veo, después de muchos años recibiendo agravios del Estado español. Se ha intentado negociar de muchas formas y no ha sido posible. Ahora hay una ilusión. Tenemos la oportunidad de construir algo diferente. Una sociedad más justa y menos corrupta”, argumenta María.
“Queremos votar. Y por eso hemos organizado esta fiesta”, cuenta Ariadna, una joven que también participa en las actividades, en las que además de la paellada, hay programados conciertos, juegos infantiles y una “cacerolada”.
Mientras un grupo de adultos se reúne dentro del colegio (no permiten el acceso a la prensa), en el patio exterior hay jóvenes hablando y niños jugando. Una sirena rompe de repente el ambiente de tranquilidad y las alarmas saltan. Los que debaten en el interior salen asustados. “Tranquilos, es un camión de los bomberos”, les tranquilizan varios compañeros.
Escenas similares se repiten en unos 160 colegios de toda Cataluña (en total, hay 2.315 locales previstos para la votación), en lo que se ha convertido en una estrategia para evitar que los centros se cierren y se precinten de cara al domingo. En el aire está la incógnita de si la Policía acudirá a desalojarlos.
“Los Mossos (d’Esquadra, la Policía catalana) han venido esta mañana, pero de forma cordial. La única certeza que tenemos es que hay una situación social extraordinaria y muy buen recibimiento por parte de los vecinos”, explica un joven de 25 años que no quiere dar su nombre.
“No tenemos miedo”, dice una joven estadounidense de nombre Adiva, que vive desde hace varios años en Cataluña, mientras regaña a sus dos hijos, menores, por beber un refresco azucarado de naranja. “Bueno, hoy os lo permito porque es un día especial”, les dice acariciándoles el pelo.
En el exterior de la escuela, la vida transcurre como cualquier otro sábado. Los vendedores ambulantes recorren el centro de la ciudad y cientos de turistas fotografían el bulevar de Las Ramblas. Solo las banderas independentistas catalanas (estelades) que salpican las fachadas y los carteles que llaman al “sí” en el referéndum denotan que el día “D” está a solo unas horas.
En un cuartel de la Guardia Civil española situado a solo unos pocos metros de la escuela Collaso i Gil, un grupo de agentes hace guardia. “Hoy es un día totalmente normal”, explican. ¿Tienen refuerzos? “Eso ya no se lo podemos decir”, añaden con gesto serio.
“No vemos ni ambiente hostil ni tensión”, aseguran en la calle varios jóvenes, de los que solo una, una mujer de 30 años, tiene previsto ir a votar el domingo. “Son cosas de sentimientos, la gente es libre de poder expresarse”, le dicen sus amigos, todos residentes en Barcelona y originarios de otros lugares de España.
En la Plaza de Cataluña, el corazón de la capital catalana, varios trabajadores montan un escenario desde el que los líderes independentistas intervendrán en la tarde del domingo. Nadie sabe a ciencia cierta si será una fiesta o una gran protesta. Depende de cómo transcurra la jornada de votación y de sus resultados.
Allí, en medio de la plaza, dos jóvenes captan la atención de todos los viandantes. Entre turistas y palomas, pasean de la mano: una con la bandera de España y otra con una estelada a la espalda. “Queremos demostrar que nos podemos llevar bien aunque pensemos de forma diferente. “Yo creo que todo el mundo tiene derecho a votar”, dice Andrea. “Y yo no pienso que la independencia sea buena idea”, reflexiona a su lado Jennifer.