Desde Bayamo
Las cenizas de Fidel llegaron a la hermosa ciudad de Bayamo, capital de la provincia de Granma, exactamente a los 60 años del desembarco de Fidel en el yate Granma. Fue el comienzo ya indetenible de la Revolución Cubana. Imposible un símbolo mayor. Pero no será el último mensaje con señales de tres siglos –el XIX, el XX y el XXI– en la caravana que lleva los restos del líder cubano hacia Santiago de Cuba. En un acto masivo Fidel será despedido hoy por otro comandante de la revolución, su hermano Raúl, y mañana sus restos serán depositados en el mismo cementerio donde están los de José Martí.
Desde que salió de La Habana, el convoy verde oliva con el cofre de cedro, la madera preferida de Fidel, recorrió decenas de pueblos y ciudades e hizo noche en tres. Primero en Santa Clara, donde están los restos del Che y donde a fines de 1958 el Che saboteó el tren con tropas y municiones que fue el último intento del dictador Fulgencio Batista por evitar su caída. La noche siguiente le tocó a Camagüey, en el centro de la isla. Es la ciudad del poeta Nicolás Guillen, el de “Me matan si no trabajo”, el de “Mi son entero” y el de “Un largo lagarto verde/ navega Cuba en su mapa/ y el boga/ boga”. Y la última fue Bayamo, donde en 1868 Carlos Manuel de Céspedes encabezó una revolución para lograr la independencia de Cuba y separarla de España. La otra colonia remanente del viejo imperio español era Puerto Rico.
En Bayamo Céspedes también proclamó la intención de liberar gradualmente a los esclavos. El mismo liberó a los propios en su ingenio azucarero Demajagua. Para que no quedaran dudas, cuando estableció el primer cabildo libre en Bayamo hizo ingresar a un negro y a un trabajador. Ya tenía un ejército comandado por Ignacio Abramonte, recordado junto a Fidel en Camagüey, de dos mil mambises, como llamaban con desprecio los españoles a los cubanos, analfabetos en un 75 por ciento y con una expectativa de vida de 45 años. La Revolución se extendió y se radicalizó. Estados Unidos, de gran influencia geopolítica, respaldó a España. La metrópoli fue implacable. Mató a Céspedes y Abramonte, aunque terminó cediendo en 1878. No hubo independencia pero sí ampliación de libertades políticas y civiles.
Céspedes es llamado aquí “El padre de la patria” y también fue sepultado en el cementerio de Santa Ifigenia de Santiago de Cuba.
Martí, que encabezó el siguiente intento de independencia en 1895, es conocido como “El apóstol”.
¿Y Fidel? Fidel es “el líder”, “el comandante en jefe” y sobre todo y simplemente, Fidel.
Uno de los congresos de los cespeditas fue en Las Tunas, otra provincia de Oriente, junto a Bayamo.
Fernando es un chico de 9 años. En la madrugada de ayer su madre, dueña de un hostal pequeño, le contó que de mañana muy temprano saldría de allí un periodista argentino que estaba durmiendo. Fernando se había levantado con las primeras luces del día porque estaba excitado. La carretera central de Cuba parte a Las Tunas en dos. El hostal de Gloria está a una cuadra. Por esa carretera pasaría a eso de las 9 de la mañana la cureña con los restos de Fidel en su caja envuelta por la bandera cubana y rodeada de flores.
Fernando cuenta que no irá a la escuela porque verá pasar a Fidel. Trae un texto con los héroes de la historia cubana. Uno es Antonio Maceo, del siglo XIX. Otro es Ernesto Che Guevara.
El chico se asombra cuando se entera de que Che no era el primer apellido del guerrillero que secundó a Fidel en Sierra Maestra.
–¿Cómo? ¿Su nombre no es Ernesto y sus apellidos Che Guevara? –pregunta el alumno primario de un país donde todo el mundo usa dos apellidos y no uno.
Es difícil explicar qué significa Che. Pero no imposible.
–Che es algo que los argentinos usamos antes de hablar con otro. Che Fernando, ¿te gustan los dibujitos que estabas viendo recién en la tele?
–No le entiendo muy bien –dice Fernando.
–“Che” es como “oye”.
–¿Cómo que es igual que oye?
–Ustedes no empiezan ninguna conversación con otro si primero no dicen “oye”.
–¿Y Che es oír?
–No, pero parecido. Es como si fueras a la Argentina y te llamaran, por ejemplo, el Oye.
La explicación no será muy brillante pero funcionó. Fernando estaba eufórico. Fue hasta su habitación y trajo unas tareas. “Estas son las bellezas naturales”, contó mientras exhibía unas fotos de playa, monte y cielo con pequeños textos debajo. Hurgó debajo de la cama y sacó otra foto, la que más quería. Era un retrato de Guevara con cigarro, ojos socarrones, con el papel original arrugado y señales de haber sido muy tocada. El chico dijo que le iba a sacar una foto con el celular y después la imprimiría otra vez, para que no se le rompiera.
Apretón de manos y despedida. Pocos minutos después de este diálogo con Fernando, los tuneros se encontraron con un espectáculo insólito. A las siete y diez de la mañana buena parte del pueblo estaba sobre la carretera angosta, a ambos lados, con banderas cubanas y algunas negras y rojas en recuerdo del Movimiento 26 de Julio, la organización que apoyaba con huelgas y sabotajes en las ciudades la guerrilla en la sierra. En Cuba hay pocos vehículos y poco tránsito. Pero ese día a esa hora ningún cubano cuerdo había pretendido salir en auto hacia Santiago porque en cualquier momento el cortejo fúnebre llegaría a Las Tunas desde Camagüey. Solo circulaba un pequeño auto blanco fabricado en China con un periodista dentro. A los costados había muchos chicos de todos los ciclos educativos y sobre todo los de la primaria con sus pantalones y sus polleras de color rojo y sus camisas blancas, los trabajadores con la identificación del sector, los campesinos con los carteles de los pueblos. Estaban los azucareros. Y los de las fábricas de laminados.
Información de último momento, obtenida gracias a un teléfono de Cubacel: el comandante en jefe no pasó a las 9 por Las Tunas sino a la una del mediodía. Fernando lo esperó junto a sus compañeritos. Su madre filmó todo y dijo que el chico estaba muy impactado por la experiencia. A las seis de la tarde seguía gritando “Yo soy Fidel”.