“Siempre me interesó unificar lo social y lo artístico. Son mis dos pasiones”, se define Silvia Carbone. En 2011 obtuvo, por su obra “Colores III” –una cartuchera gigante—, el Gran Premio Adquisición en cerámica, importante reconocimiento a nivel nacional. Entonces, esta artista plástica que no se considera tal cosa, sino más bien una “trabajadora del arte”, decidió concretar un “sueño”. Lo denominó “Barro de la Patria Grande”: comenzó a viajar, todos los años, junto a alumnos suyos, a pueblos del país y de América latina, llevando talleres de cerámica y alfarería, con el fin de reactivar en comunidades sus propios saberes ancestrales. Pese a que en este momento la iniciativa carece de fomento del Estado, no deja de crecer: Carbone se prepara para viajar a Tarija, Bolivia, al Encuentro Binacional de Cerámica, un “evento multitudinario” que organizó ella misma con dos colegas del país vecino.
Este Encuentro, que se realizará desde el hoy hasta el viernes, y que incluirá demostraciones, talleres y exposiciones, es el último capítulo de una historia que arranca en 2011, con una artista en un punto determinante de su carrera que toma una decisión y da un giro a su vida. “El premio fue el disparador inicial para hacer el proyecto (Barro de la Patria Grande). Es una forma de poner la energía ya no tanto en mi obra, o no solamente, sino también en lo social”, dice Carbone, con una sonrisa que se mantiene durante toda la entrevista con PáginaI12. La ceramista, que tiene su taller en San Antonio de Padua, ha viajado a Haquira (Perú); La Quiaca, Santa Catalina, Ojo de Agua (Jujuy); Casira Grande y Oruro (Bolivia). La dinámica es la siguiente: se instala en los pueblos durante aproximadamente una semana y el taller es intensivo; se desarrolla todos los días.
“Considero al arte como un derecho de todos y una herramienta de transformación social, de integración y comunicación entre los pueblos. Desde mis 20 años me interesaba conocer estos pueblos de la América profunda. Qué mejor que meterme de esta manera. Me gratifica y estoy haciendo algo por el otro. Me reciben con mucho afecto. Es maravilloso el vínculo que se produce. Siempre digo que es más lo que traemos que lo que dejamos”, expresa. Trabajan a pedido, sin imponer nada. Las comunidades solicitan el taller por dos razones: por un lado, el oficio; por el otro, la posibilidad de la expresión artística. “Venimos a recordarles lo que ustedes ya saben”, es lo primero que Carbone les dice a los asistentes. Porque los que suelen pedir la capacitación son, precisamente, pueblos ceramistas que han perdido ese arte. Incluso, hay algunos que solicitan enseñanzas específicas, como decoración de piezas. “Es increíble cómo agarran la arcilla y enseguida te hacen una maravilla que les sale naturalmente: ya tienen la información genética”, resalta la artista.
Con los habitantes de Santa Catalina mantiene un vínculo muy intenso. “Pudimos armar allá un taller autogestionado. Llevamos hornos, tornos, materiales, herramientas, un montón de cosas. Trajimos a tres miembros de la comunidad a mi taller de Padua, durante un mes, para que hicieran un curso intensivo y se convirtieran en formadores”, detalla. El taller del pueblo jujeño lleva su nombre y apellido. Dice que esto la “honra”, pero le da “cierto pudor”. “Son cosas que me llenan el alma. Que te hagan un corderito, que te den un pancito, que te conviden… todo eso no tiene precio”, desliza Carbone. A cada lugar al que llega, Barro de la Patria Grande lleva donaciones. En 2015, se fusionó con un proyecto hermano: “Murales solidarios”, de Juana Torrallardona, referente de Carbone.
Desde su surgimiento hasta ese año, esta iniciativa –que, además, motoriza encuentros y simposios–, contó con apoyo del Estado. El Plan Nacional Igualdad Cultural aportaba los fondos para los viáticos. A partir de entonces, Barro... se convirtió en una iniciativa íntegramente autogestionada, a pesar de que Carbone solicitó fomento. Tiene otro sueño para el cual, sin éxito, también pidió fondos: armar un taller, con un equipo de artistas, en el partido bonaerense de Merlo, también con espíritu social.
Podría decirse que, en realidad, la historia que culmina en el Encuentro Binacional en Tarija comienza mucho antes que la aparición de Barro: la primera obra “de importancia” que hizo Carbone fue un mural sobre las Madres de Plaza de Mayo, en 1985, cuando tenía 22 años. Lo tienen ellas. “El día que se los llevé me regalaron un pañuelo firmado que atesoro con muchísimo cariño”, cuenta. En los 90 trabajó dando clases para niños y adolescentes del internado y del Centro de Promoción Familiar para barrios carenciados en el Instituto de Menores Mercedes de Lasala y Riglos, de Moreno, en lo que para ella fue una de las experiencias más “gratificantes” de su vida. “Sentía ahora que, de alguna manera, desde mi lugar, tenía que hacer algo por el otro. Si cada uno desde su lugar se compromete y hace algo por el otro, viviríamos en un país más justo y solidario”, asegura.
El Encuentro Binacional es otro sueño para Carbone, quien este año viajó a Berque y también a Santa Catalina. Reunirá a ceramistas de La Paz, Cochabamba, Potosí, Oruro, Tarija, Trenque Lauquen y Azul. Lo organizo ella junto a Basilio Roque Coca, ceramista de Oruro, y el director de la Escuela de Bellas Artes de Tarija, Walter López. Alrededor de 50 artistas desarrollarán sus técnicas frente a estudiantes, docentes y público general, y a eso se sumarán talleres abiertos y exposiciones. “Es un encuentro por la unión de los pueblos hermanos; ésa es la esencia. Sentía que teníamos que hacerlo en Bolivia porque es el país de Evo (Morales). La verdad, me duele mucho ir a Jujuy en este momento, con las cosas que están pasando”, expresa.
Está trabajando en una serie en la que critica a los medios hegemónicos de comunicación –en sus palabras, sobre la “colonización de mentes”–. Saca el celular y muestra una foto con Cristina Fernández de Kirchner: cuando la expresidenta visitó Ituzaingó, pudo darle una de las obras de esta serie. “Me siento anímicamente mal, como mucha gente, por todo lo que está sucediendo. Me duele terriblemente este momento que atravesamos en el país. Me siento muy afectada por Santiago Maldonado, Milagro Sala, la pobreza y la falta de trabajo. Venía haciendo esto (los talleres) con orgullo y fuerza. El año pasado me costó, pero decidí seguir. Como me dijo un gran amigo mío, alfarero: ‘tristes, enfermos y deprimidos no servimos para nada’. Hay que seguir adelante, siempre en el camino anhelante de los sueños que tuve siempre y que comparto con un montón de gente que me acompaña”, concluye.