Existen pequeños hechos, acontecimientos, que al repetirse van generando un clima. Se entrelazan, se mimetizan, se contagian. Unas semanas atrás, en el Centro Cultural Haroldo Conti, ubicado en la ex ESMA, se entregaron los premios del concurso literario en homenaje al 70 aniversario de la publicación de los diarios de Ana Frank. Entre los presentes en dicho acto se encontraba el Secretario de Derechos Humanos de la Nación, Claudio Avruj, quien había sido uno de los signatarios del convenio firmado en Amsterdam con la fundación holandesa que rememora la corta vida de la niña asesinada en Auschwitz. En la rúbrica de aquel acuerdo, el actual candidato a Senador Esteban Bullrich –entonces Ministro de Educación– explicó una curiosa teoría acerca de la causa del asesinato de la adolescente, junto a un millón y medio de niños y niñas. Bullrich reveló en aquella ocasión que la Shoá fue el resultado de “una dirigencia que no fue capaz de unir”.
Durante la entrega de premios, el 6 de septiembre, se produjeron dos situaciones que intentaron ser escondidas por los comunicadores “posverdadores” encargados de dar a conocer el evento. El primero de ellos se suscitó cuando se invitó a subir al escenario a los ganadores de la categoría estudiantil, compuesto por jóvenes de 13 a 15 años. Cuando el locutor preguntó si alguno de los distinguidos con el premio quería “compartir algunas palabras con el público presente”, un alumno del Colegio Nacional Buenos Aires, Eloy, de 14 años, solicitó el micrófono e hizo referencia a la desaparición de Santiago Maldonado, generando simultáneamente el efusivo aplauso de los presentes y el furioso abandono de la sala por parte del Secretario de Derechos Humanos. “Se lo dijo en la cara”, subrayó socarrona una chica de 15 años que también había obtenido un reconocimiento por su trabajo literario.
La huida de Avruj, le impidió apreciar una nueva escena conmovedora, esta vez protagonizada por una docente ganadora del premio orientado a profesores. La profesora subió al escenario con un cartel en el que se preguntaba por Maldonado. Los funcionarios que aún permanecían en el salón, a pesar de la fuga del Secretario, intercambiaron inicialmente miradas de confusión antes de optar por seguir los pasos de su jefe. La voz preocupada y sensible de un pibe de 14 años y el cartel en las manos de una docente habían generado la sorprendente evasiva de los funcionarios trajeados, empleados de una Secretaría dedicada –supuestamente– a la promoción de los Derechos Humanos. Uno de los asistentes, psicopedagogo de una de las escuelas premiadas, caracterizó la literal fuga como una indudable declaración de autoincriminación.
La segunda escena tiene dos episodios relevantes y sucede una semana después, el 14 de septiembre, en ocasión de realizarse el Seminario Internacional sobre la enseñanza del Holocausto y los Genocidios en el siglo XXI. En la apertura del evento el director de la Casa de Ana Frank en Argentina, Héctor Shalom, hizo referencia a la preocupación que supone la existencia de un desaparecido, palabras que motivaron el aplauso generalizado de los asistentes acreditados al evento. A continuación, el ministro de educación, Alejandro Finocchiaro, increpó a Héctor Shalom advirtiendo que “su gobierno” carece de responsabilidad en la desaparición del joven solidario con los mapuches, y que ese Seminario no era el ámbito adecuado para plantear dichos temas. El inicial silencio, producto de la tensión, se transformó inmediatamente en un murmullo indignado que generó inquietud entre los colaboradores del ministro. Los alterados movimientos en las sillas y algunas voces de reprobación contribuyeron a una situación de incomodidad que dejó desconcertado al Coordinador de la Red de Enseñanza del Holocausto de la Unesco, el francés Karel Fracapane, también presente en el panel. Una vez que finalizaron las presentaciones del Seminario, se produjo un sugestivo intercambio entre el funcionario de la Unesco y un funcionario del ministerio de educación, en el que Francapane se preguntaba porqué el Ministro de Educación había sido tan descortés contra quien solo se había solidarizado con la situación de un desaparecido, en el marco de un entorno vinculado a la enseñanza de los derechos humanos. El francés no logró obtener ninguna respuesta del funcionario.
El segundo capítulo de esta escena se desarrolla ese mismo día, 14 de septiembre, dos horas después, cuando se realizó un panel sobre “Memoria y Derechos Humanos”, compartido por el rabino Daniel Goldman, la directora del museo de la ESMA –y sobreviviente– Alejandra Naftal y Graciela Fernández Meijide. La exposición del rabino de la comunidad Bet-El incluyó la referencia a la esclavización de peones rurales por la que fue acusado penalmente, en el año 2014, el entonces presidente de la Sociedad Rural, Luis Miguel Etchevehere. La ponencia de Goldman hizo referencia a los genocidios silenciados que se producen “a cuentagotas” en el marco de la avaricia empresaria, que incluye “la trata” de personas, como uno de sus capítulos más representativos. Goldman ilustró la degradación de los peones rurales mediante fotografías que evidenciaban la deteriorada forma de vida, contrastándolas con las barracas de Auschwitz. El cotejo de ambas representaciones fue entendida y valorada por los asistentes, pero Fernández Meijide las consideró una “banalización del Holocausto (la Shoá)”.
El posicionamiento de Meijide –crítico hacia Goldman– no fue bien recibido por quienes se habían acreditado al Seminario, situación que motivó el indisimulado desagrado de la ex ministra de Desarrollo Social del gobierno de Fernando de la Rúa. Su malestar se amplió cuando el panel finalizó con Goldman y Naftal exigiendo la aparición con vida de Santiago Maldonado, ante los rostros absortos de Meijide y del coordinador de la mesa, Andrés Delich. La masticada réplica de Meijide se produjo días después, sólo que a través de interpósitas personas: el periodista del matutino Clarín, Ricardo Roa, publicó una nota destrozando a Goldman con imputaciones del tipo “kirchnerista” y “asesor del ex canciller Tímerman”, en un remedo literal de las “caza de brujas” macartista. Es conocida la aseveración de que lo reprimido irrumpe de alguna manera. Asoma debajo de la alfombra, brota de las alcantarillas o alza su voz desde la pieza oscura. Todo lo que es forzado, silenciado a presión, detona en el susurro inicial y/o el murmullo compartido. Cuando la negación se establece como criterio, puede incluso explotar en el grito. En su cara.